Así se trabaja por la inclusión en los colegios concertados
La apuesta de la escuela católica por la inclusión de alumnos con necesidades educativas especiales es clara, tal y como muestran los datos. Pero también lo es que los recursos que la Administración pone a su disposición son, a todas luces, insuficientes
Alonso (centro de la foto) es ejemplo de la inclusión educativa de niños con necesidades especiales. Con sus luces y sus sombras. Desde que sus padres se enteraron de que nacería con síndrome de Down, su intención fue escolarizarlo en un colegio ordinario, el de sus hermanos mayores. Lo consiguieron gracias a su empeño y a la buena disposición del centro, el Corazón Inmaculado de Madrid, uno de los 14 colegios que integra la Fundación Educación y Evangelio. Concertado y católico.
Juanjo Bretón, el padre de Alonso, solo tiene buenas palabras para toda la comunidad educativa: «Apostaron desde el minuto uno por que entrara en el colegio»; «fue recibido de manera espectacular por los profesionales»; «nunca he encontrado rechazo en los padres, todo lo contrario».
La realidad, continúa Bretón, es que su hijo ha pasado cuatro años felices en el colegio, todos ellos en Educación Infantil, pero tanto el colegio como la familia se han dado cuenta de que en estos momentos necesita más atención y recursos, que no hay.
De hecho, el colegio atiende, además de a Alonso, a otros ocho niños con necesidades educativas especiales. Alumnos de todas las etapas con problemáticas diversas: trastorno del espectro autista, trastornos del lenguaje, problemas neurológicos, hemiparesia o retraso madurativo. Y para lo que la Administración le ha aprobado 12,5 horas semanales de una especialista en Pedagogía Terapéutica (PT). Un tiempo insuficiente: menos de hora y media a la semana por alumno con necesidades educativas especiales.
Pero los problemas no solo tienen que ver con la falta de recursos, sino también con la burocracia a la hora de evaluar a los niños de centros concertados con algún tipo de necesidad. En Madrid, según explica a Alfa y Omega Rocío Sousa, la PT del Corazón Inmaculado, solo se dedica un día a la semana, los viernes, para atenderlos, por lo que los dictámenes se retrasan por meses. Tiempo durante el que los niños necesitan una atención especial y que ella ofrece en la medida de sus posibilidades y de lo que le permite la legislación.
Todas estas dificultades —fundamentalmente la falta de recursos— han hecho que tanto la familia de Alonso como el colegio se planteen si es conveniente que el pequeño continúe el año que viene. Juanjo Bretón lo tiene claro: «Con estos apoyos no puede ser. No es tanto la adaptación curricular como que esté en un entorno que le venga bien, donde no sea un satélite».
Según explica Irene Arrimadas, directora de Innovación Pedagógica de Escuelas Católicas, la inclusión educativa de los alumnos con necesidades especiales en la concertada católica se da en todos los tipos de centros, pues todos trabajan para dar respuesta a las necesidades del alumno y para sacar lo mejor de él. En este sentido, sostiene que hay muchos alumnos que pueden ser escolarizados en un centro ordinario con apoyos puntuales de especialistas; los hay que optan por un colegio ordinario que tiene, además, aulas específicas de educación especial; y los que van a un centro de educación especial —en ocasiones, vinculado a uno ordinario—. Todos son inclusivos. «Hay que dejar que los padres elijan», explica José María Alvira, secretario general de Escuelas Católicas.
Para intentar que no se acabe el camino recorrido, tanto el centro como la familia están trabajando conjuntamente para buscar soluciones que permitan a Alonso quedarse en el Corazón Inmaculado. Así, se han puesto en contacto con la Fundación Down Madrid, con la Fundación Talita y con la propia fundación a la que pertenece el colegio. En estos momentos, Talita, que da soporte a centros ordinarios y familias de alumnos con discapacidad intelectual y necesidades especiales, va a emitir un informe con todo lo que necesitaría Alonso para continuar. El problema es que todo ese gasto lo tendría que asumir la familia, pues la Administración no se hace cargo. Lo que hace esta posibilidad inviable.
«La sociedad no está preparada para la inclusión. Es casi imposible, salvo en casos concretos de centros especiales dentro de colegios ordinarios», añade Bretón. Y sostiene: «Lo normal en el colectivo Down es que los niños vayan a centros especiales o específicos. Alonso es casi una isla. Lo que hemos hecho con él no lo ha hecho nadie de mi entorno de familias con niños Down». Tanto es así que confiesa que la Fundación Down Madrid pone al Corazón Inmaculado como ejemplo de colegio integrador en las charlas que ofrece a los padres.
A pesar de que hay muchas posibilidades de que Alonso cambie de colegio, su padre siempre estará agradecido: «Lo han intentado por todos los medios. También es cierto que sabemos lo malo de que Alonso se quede, lo que le falta al colegio para que él pueda estar. Pero no podemos cuantificar todo el bien que le ha hecho. Él está feliz».
Toñi Urquidi es la directora del centro y vivió desde el principio la inclusión de Alonso. Desde que entró, cuando apenas había recursos específicos, hasta el momento actual. Explica en conversación con este semanario que una de las líneas fundamentales del centro es la de la inclusión, pero no solo la de los alumnos con necesidades especiales, dictaminados así por la administración, sino también con aquellos niños que muestran alguna dificultad a lo largo de su recorrido educativo. La diversidad, en definitiva.
De hecho, según Urquidi, todas las metodologías activas que se están trabajando en el centro han mostrado que ayudan a los niños con algún tipo de dificultad y también a los profesores a la hora de trabajar con ellos. Propuestas que tienen que ver con el aprendizaje cooperativo, con el trabajo por proyectos de comprensión y también con programas de estimulación temprana.
La realidad de las cifras
La realidad —experiencias y cifras— muestra que la escuela concertada católica es una escuela inclusiva. De hecho, los representantes de la escuela católica en nuestro país, así como los padres, han insistido en las reuniones mantenidas con representantes del Ministerio de Educación en que este modelo está muy implicado con la inclusión.
Según los últimos datos del ministerio, publicados en 2019 y correspondientes al curso 2016-2017, la escuela concertada, la mayoría de inspiración católica, acoge al 27,1 % de los alumnos con necesidades especiales (58.946) cuando supone un 25,6 % del sistema educativo. Es decir, asume más alumnos de los que le correspondería según su representatividad. Cifra que se sitúa en el 41,8 % (15.000) en los centros de educación especial y en el 24,2 % (43.946) en los centros ordinarios.
Datos que refutan falsas creencias de que la concertada segrega. «Esto no es cierto», dice José María Alvira, secretario general de Escuelas Católicas. Y añade: «De todas formas, los alumnos con necesidades educativas especiales no son un mal que distribuir. Lo que importa es el alumno».
Irene Arrimadas, directora de Innovación Educativa de Escuelas Católicas, pone el foco en la necesidad de recursos para alcanzar una inclusión real. En este sentido, señaló la necesidad de aumentar los equipos de evaluación psicopedagógica, de contar con más especialistas en audición y lenguaje o de una mayor dotación tecnológica. También en la importancia de la formación del profesorado. «Si el concierto no cubre la plaza escolar, menos la de un niño con necesidades especiales. Inclusión, por supuesto que sí, pero con los recursos adecuados», añade.