La experiencia de encuentro con Jesús no es para ser guardada para uno mismo, sino para ser comunicada. Aparece el impulso de transmitir lo que para uno ha sido buena noticia. La alegría del encuentro con Jesús se comparte en la comunidad, en la que se escuchan y contrastan experiencias similares.
Es cierto que, como afirma el Vaticano II, la Iglesia está siempre necesitada de purificación y de renovación. Pero en ella hemos sido gestados y hemos nacido a la fe. Ella nos ofrece a Jesucristo, mediante la Palabra de Dios, los sacramentos, su capacidad de servicio y el admirable testimonio de sus hijos. También hoy, nuestras comunidades de signo diverso son lugares donde se recibe, se comparte y se comunica la fe, en el interior y hacia el exterior. A menudo, las percibimos debilitadas; las desearíamos más vigorosas, numerosas y activas. Sin embargo, son ellas las que, con sus valores y limitaciones, acogen y tratan de testimoniar hoy la fe. Dios siempre realiza su obra por instrumentos pequeños, sencillos y débiles. Su fortaleza se revela de modo admirable en la debilidad.
Entre la diversidad de realidades comunitarias queremos subrayar la importancia de la familia como Iglesia doméstica. En ella nacemos a la vida y a la fe, y en ella se van configurando valores y actitudes determinantes en nuestra vida. Constituye un ámbito primordial para el despertar religioso y el desarrollo de la iniciación cristiana. Ayudemos a las familias a ser lo que están llamadas a ser, a cumplir su preciosa vocación en la Iglesia y en el mundo.
Constatamos con alegría y con agradecimiento que nuestras comunidades cristianas y las diversas realidades de vida consagrada ofrecen hoy un claro ejemplo de servicio y entrega a las personas y colectivos más necesitados; promueven un estilo de vida sobrio; oran con confianza y con insistencia; celebran gozosas su fe; contribuyen a la paz y a la reconciliación en nuestra sociedad; engrosan las filas del voluntariado social; promueven la educación basada en el Evangelio; son conscientes de sus debilidades y están también preocupadas por su futuro, sin perder la confianza en Quien nos ha llamado y enviado.
De la Carta pastoral de los obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria