El Octavio Paz que se salió de la fila
Los años treinta del siglo pasado fueron un período convulso para la historia de la literatura. Muchos escritores se afilian al Partido Comunista, o comulgan con la nueva ideología que alumbró en la Revolución del 17. Acabada la Gran Guerra, un puñado de intelectuales intuyen que había que ponerse a inaugurar un nuevo período con esas luces del Este que prometían pan para todos e inspiración pagada.
En el año 1937, un Octavio Paz muy joven, con tan sólo 23 años, llega a España para participar en el famoso Congreso de Intelectuales Antifascistas del que, por cierto, Federico Suárez realizó un espléndido trabajo en Intelectuales antifascistas, editado por Rialp. Allí, Paz asumió la dictadura del proletariado y el dogmatismo férreo de un totalitarismo que se quería servir de sus intelectuales como meros propagandistas y consigneros.
Cuando uno lee Contra toda esperanza, de Nadiezhda Mandelstam, editada por El Acantilado, cae en la cuenta de que los pobres escritores que vivían en la Rusia de los soviets fueron las primeras grandes víctimas de la dictadura comunista. Se les advertía de que su arte no era tal, si no nacía para el servicio de clase, si no eran útiles a los mandos del partido. A Europa volvió el escritor André Gide decepcionado de su periplo por Rusia; dijo que allí la intolerancia era desalmada y cruel.
Octavio Paz, del que la semana que viene cumpliremos el centenario de su nacimiento, cayó pronto en la cuenta de que su afiliación le impediría el ejercicio de la libertad. Lo malo es que en Europa se encontró con Pablo Neruda, que era comunista visceral y pesadísimo, y le exigía absoluta claudicación ante la nueva ideología. Paz lo pondrá por escrito años más tarde: «Cuando pienso en Aragón, Eluard, Neruda y otros famosos poetas y escritores estalinistas, siento el escalofrío que me da la lectura de ciertos paisajes del infierno. Y eso que empezaron de buena fe, sin duda, pero insensiblemente, de compromiso en compromiso, se vieron envueltos en una malla de mentiras, falsedades, engaños y perjurios, hasta que perdieron el alma».
He traído estas líneas del escritor mexicano como ejemplo de lucidez en tiempos tempestuosos. No todo intelectual tiene que ser hijo de su tiempo, sino hijo de un tiempo mayor, en el que el alma y su dignidad jamás se ven comprometidas.