Son los santos quienes hacen crecer la Iglesia
Sólo unas pocas horas después de la canonización de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II, el cardenal Rouco Varela hace balance, en Roma, de este acontecimiento sin precedentes en la historia de la Iglesia. Es «una buena ocasión» para reflexionar sobre el legado de estos dos sucesores de Pedro. Destaca el arzobispo de Madrid el magisterio de Juan Pablo II, «sencillamente colosal», y de modo especial su magisterio sobre la familia, propuesto por el Papa Francisco como guía para los dos próximos Sínodos de los Obispos
A menudo se abusa del término acontecimiento histórico. ¿Se lo podemos aplicar a esta canonización sin miedo a exagerar?
Sí, ha sido un acontecimiento histórico; primero, para la Iglesia. En su historia dos veces milenaria jamás había tenido lugar algo así, y sabe Dios cuándo se podrá repetir un día como hoy. Dos Papas han sido canonizados por el Santo Padre, en una ceremonia en la que concelebró el Papa emérito; el número de cardenales ha sido también extraordinario, no creo que se haya dado nunca, ni que vaya a darse otra vez. Estaban no sólo los electores, sino casi todos los cardenales vivos, algunos incluso arrastrando los pies o en sillas de ruedas. Y había muchísimos obispos y sacerdotes, una multitud inmensa de fieles… La Misa se vivió con mucha piedad, mucho espíritu de oración, mucho silencio y recogimiento, según el espíritu que el Santo Padre Benedicto XVI fue dando a las grandes celebraciones pontificias, y que podemos decir que ha calado. Destacaría también la gran presencia de hermanos de Polonia, y la representación de Estados y naciones, que ha sido extraordinaria. Muy destacable la de los Reyes de España.
¿Con qué sentimientos ha vivido la canonización?
Con una gran emoción, porque ha sido reconocida la santidad de estos dos Papas. Para los que tenemos viva la memoria de Juan XXIII, es un Papa muy recordado y muy querido; sobre todo, al final, ya que, al principio, su elección fue una gran sorpresa, entre otras razones porque, con 76 años, era un hombre muy mayor para la época, y no era tampoco muy conocido. Su figura era muy distinta a la de Pío XII, que era un Papa muy querido, pese a lo que se haya podido decir después.Cuando fue elegido Angelo Roncalli, en octubre de 1958, yo ya tenía mi licenciatura en Teología, y a los pocos meses me ordenaba sacerdote, después de la convocatoria del Concilio. El anuncio sorprendió en España, y en todo el mundo, como comprobé, a los pocos meses, cuando me fui a estudiar a Munich. Existía esa sorpresa conciliar, lo cual no significa que se pensara que la Iglesia no estaba bien, en forma. Nadie lo consideró así entonces, ni tampoco el Papa. Fue una época de muchas vocaciones en Europa, al sacerdocio y a la vida consagrada, de surgir nuevas realidades de Iglesia, que después del Concilio fueron cuajando… Pero estábamos en un momento de expectativa histórica grande, después de la Segunda Guerra Mundial, y con Europa partida en dos bloques. La década de los 50 es la de la Iglesia del silencio, cruelmente perseguida en muchos países. San Juan XXIII tuvo un gran papel en aliviar esa situación, como con esa entrevista que dio al yerno de Kruchev, director de Pravda, que supuso la liberación del Arzobispo Mayor de la Iglesia greco-católica de Ucrania, el cardenal Slipyj. Para nosotros, en definitiva, Juan XXIII es un Papa cercano. Y también es el Papa de la Constitución Veterum sapientia, que logró cierto renacimiento del latín en la Iglesia… Pero donde más cambio se notó fue con la encíclica Pacem in terris, y con la Mater et magistra. Sobre todo, con la Pacem in terris. Hay que recordar la crisis de los misiles de Cuba, el atentado contra Kennedy… Los deseos de paz eran muy fuertes en Europa, donde había una clara conciencia de la necesidad de una unión. También en España, donde se veía que el país tenía que abrirse e ir rodando al ritmo de desarrollo de los países libres, sin abandonar por ello su tradición católica.
Del pontificado de san Juan XXIII tiene una nítida memoria histórica, pero a Juan Pablo II le ha tenido varias veces en su casa…
¡Juan Pablo II, te quiere todo el mundo!, decían los jóvenes. Han sido casi 30 años, un largo y fecundo pontificado… Entre Juan XXIII y Juan Pablo II, tiene lugar el Concilio y el primer post Concilio. Y la Iglesia estaba, cuando es elegido el cardenal Wojtyla, en un momento crítico: desde el punto de vista doctrinal, desde el punto de vista de la aplicación del Concilio y desde la perspectiva de la gran disciplina de la Iglesia (término que acuñó Juan Pablo I, después de que Pablo VI hubiera sufrido muchísimo por estos problemas). Fue un momento también crítico en relación con el fin del mundo colonial y el desarrollo de los pueblos (título de una conocidísima encíclica de Pablo VI, Populorum progressio).
Pero, sobre todo, el estado interno de la Iglesia era muy preocupante, y faltaba poner en práctica, ejecutar, el Vaticano II, en el sentido incluso más técnico de la expresión. Esto afectaba a cuestiones que van desde la reforma de las estructuras de la Iglesia en todos los niveles, a la importancia de la liturgia y de la Palabra de Dios, o al modo de evangelizar el mundo y la comprensión del sacerdocio y de la vida consagrada. Muchas preguntas estaban abiertas, y llega Juan Pablo II, que también fue una sorpresa… Yo ni sabía quién era. Cuando escuché su elección por la radio, creí que era africano. Su salida al balcón de la plaza de San Pedro fue de un impacto enorme. Y fuimos desde entonces de sorpresa en sorpresa, por su estilo, por sus formas de expresión… Hasta ese momento, por ejemplo, no existía una experiencia de relación cercana de la Iglesia con los jóvenes; mi generación no la tenía. Había jóvenes en las parroquias, claro, pero una relación cordial y masiva no la había. El magisterio de Juan Pablo II es sencillamente colosal: la Trinidad, la Virgen, las encíclicas sociales, los fundamentos de la fe y de la moral… Está todo. Y acompañado de una humanidad sorprendente.
El Papa Francisco le ha llamado el Papa de la familia…
Eso está muy bien visto, primero porque estamos en la preparación del Sínodo de la familia, y sería bueno que el Sínodo terminara asimilando lo más profundamente posible todo ese gran magisterio de la Iglesia de todos los tiempos sobre la familia, actualizado por Juan Pablo II. Una de las cuestiones clave en su pontificado fue la concepción del amor humano y su relación con la experiencia cristiana. Juan Pablo II, que se había preocupado mucho por estos temas, primero como sacerdote, como profesor universitario y como joven obispo, desarrolla todo un magisterio que hace ver la gran belleza de la verdad del amor humano, a la luz del amor de Dios, del amor que nos creó hombre y mujer y que nos redimió, y que pone el foco en temas como la relación entre amor y vida. Es una de las grandes respuestas que dio Juan Pablo II frente a esa crisis que estalla con la llamada revolución sexual, y que ha repercutido en problemas como el invierno demográfico en Europa. Al afrontar estos temas, es muy importante también la misericordia, como recuerda continuamente el Papa Francisco, pero la misericordia no es una broma, una especie de actitud sentimental que da por bueno todo. Misericordia es amor al necesitado, al mísero. Porque el hombre, sin entrar en la corriente del amor de Dios, no es nada, y por eso hay tantas miserias materiales, morales, psicológicas, afectivas… Eso es la misericordia: Dios se acerca con amor al hombre para perdonarlo y para sacarlo de su situación de pobreza.
¿Por qué cree que sigue fascinando hoy la figura de Juan Pablo II? En la canonización, hemos visto a muchos jóvenes que apenas habían nacido siquiera cuando él murió.
Pero de niños quizá algunos recuerdos sí tengan, y además es toda una atmósfera la que generó su pontificado. Por eso, creo que ésta es una buena ocasión para actualizar la conciencia sobre toda esa riqueza espiritual, apostólica y humana de Juan XXIII, y de una manera muy singular, de Juan Pablo II.
Dos pastores santos. ¿Es ésa la clave de su atractivo?
A mí me ha gustado mucho que el Papa hiciera alusión, en la homilía, a que son los santos los que hacen crecer la Iglesia. Estamos muy necesitados de oír esto. Por supuesto, estos dos Papas no pensaban que fueran santos (¡los que piensan eso de sí mismos lo normal es que no lo sean…!). Juan XXIII era una persona de gran sencillez y bonhomía, con un sentido finísimo del humor, muy pasado por la fe. Y Juan Pablo II, igual.
¿Cómo ve la respuesta desde España a esta canonización?
La respuesta del pueblo cristiano ha sido amplia, honda y sentida, y la respuesta de la España, digamos, civil, ha estado también a la altura de lo que significaron estos dos Papas en la historia de la Iglesia en general, y de España en particular.
En la víspera, se celebró una cena en la Embajada de España, a la que asistió el rey, los cardenales y el presidente, el vicepresidente y el secretario general de la Conferencia Episcopal. ¿De qué hablaron?
Fue una cena donde recordamos, con Su Majestad el Rey, la relación de estos Papas con España. También se mencionó muy calurosamente a Benedicto XVI, y al Papa Francisco, a quien conocimos y tratamos antes de ser elegido Papa. Los obispos hemos venido recientemente a Roma en visita ad limina. El Papa tiene una relación muy especial con España. Su largo saludo al rey después de la Misa fue muy significativo, y creo que va a ser de mucho fruto.
El próximo 2 de mayo, recoge usted la Medalla de Oro de la Comunidad de Madrid. Y el día 15 del mismo mes, Cáritas Madrid recibe la Medalla de Oro del Ayuntamiento. ¿Cómo interpreta estos reconocimientos?
Es un reconocimiento a lo que significa la presencia histórica y actual en Madrid de la Iglesia. Hasta hace unos siglos, en Madrid no había diferencia entre la comunidad de los ciudadanos y la comunidad de los cristianos. Hoy, se trata de dos realidades distintas, pero la presencia de los cristianos en la gran comunidad de los ciudadanos es extraordinariamente viva, fecunda y —creo yo— de mucho bien para todos. La red parroquial de Madrid genera abundantes frutos de humanidad, gracias a sus comunidades vivas, con sus pastores, con sus familias, con sus Cáritas, con sus obras educativas…, al hacer presente a Dios en medio de nosotros.