El País ya lo anuncia, por fin, gozoso, en su portada: «La malformación fetal, motivo legal para abortar» -¡qué alborozo…!-; ya han pasado las oportunas distracciones masivas, los oportunos fastos de la proclamación del nuevo rey de España, y han pasado también los nefastos del Mundial de fútbol, tan propicios para la distracción; ya ha anunciado el Gobierno que el próximo año, electoral -claro-, habrá por fin una bajada de impuestos que casi nadie se cree; ya se acerca el veraneo, con lo que el personal, harto de fijarse en tantas cosas y cositas, como las del cantamañanas de la coleta, de cuyo nombre no quiero acordarme, no está para seguir fijándose demasiado en lo verdaderamente importante y trascendental; pero, ya digo, gozosamente, en portada, El País anuncia ya, ufano, a sus cada vez menos lectores y anunciantes que, con la nueva ley del aborto, el Gobierno del PP aceptaría -por tragaderas no quedaría- que sea legal -¿tal vez como regalo de Reyes?- abortar cuando el feto sufre malformación congénita.
Recordaba yo, la semana pasada, desde este rincón, que nadie, absolutamente nadie es quién para decidir la muerte, el asesinato por aborto provocado de un ser humano. Eso es pura barbarie, o sea, algo propio de bárbaros; podrá ser considerada todo lo legal que se quiera, y podrá ser hipócritamente aceptada y considerada normal por una sociedad podrida moralmente, pero siempre seguirá siendo una salvajada, que es mucho peor que un delito. Nadie, ningún Parlamento, ningún Tribunal, ningún Gobierno es quién para decidir -¿con qué derecho y quién se lo ha dado?- sobre la vida o la muerte de un ser humano; así que toda conciencia humana rectamente formada sabe, por mucho maquillaje, manipulación y despiste que se le eche al asunto, cómo tiene que considerar tal decisión, tal ley. Con malformación congénita, con cáncer, con lo que sea, todo ser humano tiene derecho a la vida, a ser feliz y hacer felices a los demás. Dios es misericordioso y perdona siempre, nos recuerda el Papa, pero también ha recordado, estos días, que torturar es pecado mortal -¿cómo será destrozar a un ser inocente e indefenso en el vientre de su madre?- y ha excomulgado a los mafiosos: Dios también es justo. Si evangélico es el Amaos los unos a los otros, evangélico es el Sepulcros blanqueados y nidos de víboras.
En otro orden de realidades, también importante, aunque no tanto como el derecho a la vida, sin el cual ningún otro derecho tiene el menor sentido, está el problema de las amenazas a la unidad de España. España siempre ha sido diversa. Desde hace más de medio milenio, además de diversa, ha sido una, ha estado unida; el problema surge cuando unos cuantos quieren que sólo sea diversa y no una, sino diecisiete, o por lo menos dos, la catalana y la vasca. En medios informativos se afirma el interés de Rajoy por ultimar el proceso de paz con ETA. ¿Con ETA lo único que había -que hay- que ultimar no era únicamente su rendición incondicional? ¿Para facilitar tal ultimación se suelta al asesino Bolinaga, tal y como también he oído en algún sitio? ¿Ahora nos sale –tu quoque-, el PP por estas peteneras? Y, según reconoce, ahora, en declaraciones públicas el incalificable ciudadano español Arturo Mas, resulta que ni la mitad de los catalanes están por lo de la desleal e insolidaria independencia. Parece bastante evidente que el nuevo rey Felipe VI tiene en estas amenazas su 23-F. Pedirle, en privado y en público, ayuda a Dios, que también tiene derechos en la vida pública, no estaría de más.
Luego tenemos, estos días, el pugilato dialéctico entre dos jóvenes y osados candidatos a la cucaña suprema del PSOE: Madina y Sánchez: uno y otro ya no son tan pipiolos y, por tanto, harían bien en enterarse, para empezar, y antes de echar la lengua a paseo -«hay que derogar el Concordato y acabar con los privilegios de la Iglesia»-, de que en España, hoy, no hay un Concordato entre la Iglesia y el Estado, sino unos Acuerdos parciales que, eso sí, tienen la categoría jurídica de Tratados de Derecho internacional. Pedro Sánchez, malmetiéndose donde nadie le llama -no hay cosa peor que la ignorancia, y no digamos cuando va acompañada de la malevolencia-, exige: «Se debe aprobar una ley de libertad religiosa que reconozca el hecho religioso en el ámbito privado». Ese chico debería saber, ya es mayorcito, que la fe católica tiene como esencial una irrenunciable dimensión religiosa pública; irrenunciable quiere decir que no puede renunciar a ella. ¿Qué tal un PSOE privado? Mientras tanto, incomodados por el «claro contenido religioso» del himno La muerte no es el final, ni se enteran de que la Yihad islámica capta a 40 españoles cada mes. Aquí, no en Babia…