Las cartas dirigidas a esta sección deberán ir firmadas y con el nº del DNI, y tener una extensión máxima de 10 líneas. Alfa y Omega se reserva el derecho de resumir y editar su contenido
El 19 de junio fue proclamado rey Felipe VI. Este hecho ha sido objeto de muchos comentarios sobre el protocolo, el discurso, los vestidos, etc. Yo quiero añadir otro sencillo: desearle al rey Felipe VI, que con humildad y sentido de la responsabilidad ha aceptado este reinado, que Dios le otorgue sabiduría, fortaleza y todos los dones necesarios para bien de España y de los españoles. Dios ha querido que la lectura del Oficio de la Liturgia de las Horas de ese día correspondiera a este epígrafe: El pueblo de Dios intenta instaurar la monarquía. No creo que sea casualidad. Dios habla con claridad en cada momento preciso y ese día, en Jueces 8:23, decía así: Gedeón contestó: No seré yo el que reine sobre vosotros, ni mi hijo, Dios será vuestro Rey. Que este Dios, el Señor, otorgue al rey Felipe VI la sabiduría que concedió a Salomón para llevar a buen fin todos los temas de su reinado. Y que la reina le ayude con su apoyo y el de toda su familia.
En el número 887 (edición nacional) de Alfa y Omega, del 26 de junio de 2014, en sus páginas 10 y 11, dedicadas a la celebración del Corpus en España, hay un error en el artículo El Rey de reyes en la Eucaristía. Cuatro fotografías ilustran el texto, la última, dedicada, equivocadamente, a la custodia sevillana, según aclara el pie de foto: se trata en realidad del relicario portador de la Santa Espina, una reliquia de la corona de Cristo, que precede, en la procesión, a la custodia del viril sacramental. Por su riqueza en plata de ley, por la majestuosidad de su diseño y por la calidad de su orfebrería, este relicario casi supera a cualquier custodia procesional. La custodia del Cuerpo de Cristo, de Sevilla (en la foto que ilustra esta carta), tiene una gran simbología catequética: está hecha como trono de plata, demostrativo del amor de un pueblo al Amor de su Señor. Mide más de tres metros de altura, en plata maciza, con un peso de 435 kilos y un tiempo en su ejecución de siete años. Es el mejor logro del orfebre Juan de Arfe, que representó en su conjunto, desde el Génesis, todo el Antiguo Testamento, en dieciséis escenas explicativas, que se unen, con el símbolo de los sacramentos, a las veinte del Nuevo Testamento. ¡Todo para manifestar a Dios!
Recuerdo una cosa que leí y me impactó. Dos amigos estaban en un bar y uno le dijo al otro: No comprendo a Dios. Tantas calamidades que nos pasan…, ¿dónde están sus manos? El otro, sonriendo, le contestó: ¿Qué tienes en los bolsillos? Contestó el otro: Mis manos. ¡Pues esas son las manos de Dios! Esto me ha hecho reflexionar mucho y lo he comprendido. Tenemos que ser las manos de Dios en la tierra para ayudar a los demás. Cuesta muy poco: una sonrisa, un apretón de manos, una palabra amable, escuchar, acompañar… ¡Ah! Y cuando demos una limosna, sonreír a los pobres y dirigirles alguna palabra. Ellos lo agradecen más que el donativo. Tú eres feliz cuando lo haces, y, sobre todo, estoy segura de que a Dios le hace feliz que lo hagamos. Seamos sus manos y que Él nos guíe e ilumine en nuestro camino hasta encontrarnos con Él.
Se dice que está de moda hacer el Camino de Santiago, como si fuera una novedad de nuestro mundo inquieto. Pero ya en el siglo XII, un monje cluniacense, que acompaño al Papa Calixto II en su peregrinación a Santiago, escribió el Codex Calistinus, compuesto de cinco libros, de los cuáles el último es una Guía para el peregrino. Hay tres elementos esenciales que configuran una peregrinación: un peregrino que transita por un camino hacia un lugar sagrado. En el Camino de Santiago se conjugan arte e Historia, pero a ambas las hizo posible la esencia del Camino: la espiritualidad. Caminar hacia Santiago no sólo es una experiencia de reencuentro con la naturaleza, sino un viaje al interior de uno mismo. La principal motivación es ir a la tumba de un Apóstol de Jesucristo; alguien que estuvo en contacto con Él. Esa motivación es lo que hace a uno ser o no ser peregrino. Cierto que muchos no saben cuáles son las razones de su caminar inicial, pero pronto notan que el Camino es una llamada hacia adelante, fuera del egoísmo, la mediocridad o el consumismo. Se percibe el hambre y sed de Dios que toda persona tiene aunque no sepa expresarlo. El peregrino camina siempre adelante porque hay algo que le atrae, le impulsa, le revitaliza. Es la fuerza que le mueve a no darse por vencido ante las dificultades que van surgiendo. Sabe que vale la pena seguir porque Alguien, que quizás no conoce o quiere ignorar, camina a su lado y le da la fuerza para llegar a la meta, como hizo el primer peregrino, el rey de Asturias Alfonso II. Y cuando el peregrino regresa a su casa, se da cuenta de que no ha hecho el Camino, sino que el Camino… lo ha hecho a él.
Es evidente que, entre todos, podemos cambiar el mundo y espero –personalmente así lo deseo– que sea para mejor, donde la justicia social sea el eje fundamental de todo cambio. Vivimos demasiadas situaciones injustas, y todos, principalmente los que somos creyentes, en mi caso católico, tenemos la obligación moral de participar en acciones solidarias y abogar por que la propia Iglesia sea la que tenga que dar ejemplo, en momentos de dificultades para miles de familias, de nuestro país y de cualquier otro del planeta. Por este motivo, me alegra que el Papa Francisco abogase por abrir los templos y conventos para acoger a personas refugiadas en varias localidades de Italia. La Iglesia tiene que ser, siempre, un lugar de acogida y ayuda para todas las personas que lo necesiten. El ejemplo de lo que ocurre en muchos templos italianos, por ejemplo en Sicilia, se debería seguir en todas las iglesias, templos, conventos y basílicas del planeta.