Decir que los jóvenes han tenido en 2018 un lugar destacado en la vida de la Iglesia no es una novedad. Se ha celebrado un Sínodo de obispos dedicado a los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Estos días Madrid se convierte en un foco de atracción mundial para los jóvenes cristianos de todo el continente que, convocados por Taizé, vienen a rezar juntos, a compartir experiencias, a conocer a otros hermanos que viven su fe en situaciones diversas. Y dentro de unas semanas será Panamá la que los reunirá, otra vez por miles, para la JMJ que convoca el Papa.
Una de las ideas que resonó en el aula sinodal el pasado mes de octubre es que los jóvenes no son de la Iglesia, son la Iglesia, una parte de ella, una parte importante. De la Iglesia y los jóvenes no se puede hablar como sujetos distintos: hay jóvenes en la Iglesia. Algunos los llamaban «el futuro», otros decían que formaban «un presente visible». Los apóstoles que acompañaban a Jesús no eran el futuro de la Iglesia y seguramente hoy podrían estar invitados a la próxima JMJ, por no alcanzar la edad de 30 años. Sobre ellos se apoyó Jesús no porque fueran perfectos o porque no tuvieran pecado. Seguramente vio en ellos un cierto arrojo, una valentía suficiente, una confianza en la Palabra recibida. Por encima de todo, encontró la docilidad al Espíritu que los llevó a ser fieles en una misión confiada: «Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio a todos los pueblos». Y allí se fueron, a todo el mundo.
La misión en el continente digital
Hoy la misión es la misma y los protagonistas también. Pero algunos de ellos, los más jóvenes, pueden aportar un nuevo modo de hacer en un nuevo lugar en el que anunciar el Evangelio. La aparición de un continente digital en el que miles de millones de personas se relacionan, se forman, se enamoran, trabajan, estudian… es un doble reto para la misión de la Iglesia. Por un lado, por el número de personas que allí viven. Para algunos los que viven en las redes no son personas, son perfiles; pero detrás de casi todos ellos hay personas. Por otro lado, una cultura distinta con un lenguaje distinto y unos códigos de valores, de relaciones, de intereses completamente nuevos.
Este ambiente digital, dice el documento final del Sínodo, caracteriza el mundo contemporáneo. Amplias franjas de la humanidad están inmersas en él de manera ordinaria y continua. Las herramientas para la comunicación han generado una nueva cultura, un nuevo modo de ser ampliamente digitalizado. Quedan afectadas, dice el Sínodo, «la noción de tiempo y de espacio, la percepción de uno mismo, de los demás y del mundo, el modo de comunicar, de aprender, de informarse, de entrar en relación con los demás. Una manera de acercarse a la realidad que suele privilegiar la imagen respecto a la escucha y a la lectura incide en el modo de aprender y en el desarrollo del sentido crítico». Como dijo Benedicto XVI en uno de los mensajes para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, es hoy evidente que «el ambiente digital no es un mundo paralelo o puramente virtual, sino que forma parte de la realidad cotidiana de muchos, especialmente de los más jóvenes».
Los testimonios que compartieron los jóvenes auditores presentes en Roma durante el Sínodo, que se pudieron seguir a través de las redes sociales, pusieron de manifiesto una Iglesia muy similar a la que podemos considerar de los apóstoles. Llegados de Congo, Pakistán, Irak, Estados Unidos, México, Indonesia, Brasil, Samoa, hicieron visible una Iglesia cercana a sus pastores, que los aplaude y jalea, y que al mismo tiempo comparte su misión. Recordaban aquella escena del Evangelio en la que Juan va tirando de Pedro hacia la tumba vacía en la mañana de Pascua. Él llega primero impulsado por su juventud y espera en la entrada la llegada de Pedro. Tirar de la Iglesia y al mismo tiempo respetar su ritmo.
José Gabriel Vera
Director de la Oficina de Prensa de la Conferencia Episcopal Española. Trabajó con la Secretaría General del Sínodo en labores de comunicación durante la asamblea de obispos