«Mira, ésta es nuestra casa»
Chema y María José conviven desde hace años, junto a sus dos hijas naturales, con siete discapacitados procedentes de centros de menores en un piso tutelado de Cáceres. Una experiencia de acogimiento familiar ha permitido que menores que salían de circunstancias terribles hayan podido restañar sus heridas
En la actualidad es tema de debate político la necesidad de reducir al mínimo el número de menores internados en centros de acogida y garantizar su derecho a una familia que les dé afecto, cariño, educación y protección.
En esta dirección se encaminan experiencias como la llevada a cabo por un matrimonio extremeño, Chema y María José, que conviven desde hace años, junto a sus dos hijas biológicas, en un piso tutelado con siete menores discapacitados. Las historias de abusos y malos tratos que traen a sus espaldas estos niños -algunos ya han dejado de serlo- son terribles; sus heridas tan profundas que para restañarlas nunca hubieran sido suficientes las residencias estatales. Estas podían, desde luego, apartarlos del peligro continuado físico y mental. Pero no darles el entorno de amor y familia que han encontrado en su nuevo hogar.
Este fue, según María José, el momento más emocionante tanto para los chicos como para el matrimonio. Los niños, procedentes de centros de menores, presididos por la bandera de la Junta de Extremadura, percibieron rápidamente la diferencia entre el lugar que dejaban y al que llegaban: sus nombres estaban escritos en los buzones. Y se decían entre lágrimas: «Mira, ésta es nuestra casa, éste es nuestro hogar, pone nuestros nombres en los buzones». Era la primera novedad de una gran serie de cambios en sus vidas que iban a descubrir.
La convivencia no es para nada fácil. María José cuenta que los traumas aún provocan crisis a los muchachos, que a pesar de la medicación, estas criaturas tienen una gran fragilidad y sin apoyo se vienen rápidamente abajo. Para sostenerlos, tanto ella como su marido necesitan una fuerza para la que no se bastan a sí mismos y que sólo justifica su profunda fe católica. Y tanta fuerza reciben que no se toman ni vacaciones: «Nosotros teníamos derecho a irnos y dejarlos en otro centro -cuenta Chema-. Pero entendíamos que si el proyecto era vivir con ellos, era vivir íntegramente con ellos, incluidas vacaciones y puentes, y hacer una ampliación de la propia familia natural».
Una ampliación de los horizontes, unos brazos que se abren para engrandecer este mundo.