Razones frente al desconcierto
Europa es hoy un proyecto común entre hombres y mujeres que profesamos credos distintos y que no solo podemos ser naturalmente agnósticos, ateos o cristianos, sino también musulmanes
Dicen que hay que hacer vida normal. Me niego. No hay nada normal en el terrorismo y en sus consecuencias. Me niego a sublimar, poner lacitos, compartir discursos y frasecitas que más parecen de misses bienontencionadas que de políticos responsables. Vivir un atentado en casa, en lugares familiares, me ha acercado más a quienes los padecen en lugares lejanos como Mossul, Islamabad, Afganistán o El Cairo, y no tan lejanos como Londres, París o Bruselas. En todos estos casos, ¿no son las mismas o similares redes criminales que trafican con emigrantes, explotan recursos naturales, se dedican a la trata de seres humanos y al narco, secuestran a periodistas, cooperantes y turistas para cobrar rescates con los que financian atentados, las que forman parte de esta red terrorista global? Y me pregunto: ¿no habría que asfixiarlos en lo económico?
Hablamos de crimen transnacional y de organizaciones criminales que necesitan mano de obra. Sin embargo, nuestros gobiernos no nos hablan de esto. Tampoco lo hacen los herederos del 68. La ONU y la UE se cansan de hablarnos de globalización, de las grietas por las que se cuelan el crimen organizado transnacional y el terrorismo. Pero por alguna extraña razón nuestras sociedades no parecen muy dispuestas a ir al fondo de las causas de esta macabra y perversa violencia terrorista.
¿Matan en nombre de Dios?
En Europa hoy se mata al grito de «Alá es grande». ¿Será verdad que los terroristas del ISIS matan en nombre de Dios? Yo no me creo que asesinen en su nombre, sino en nombre de una estructura perversa de poder que busca legitimación religiosa para captar adeptos que sirven de mano de obra barata. Me temo que Dios no es mucho más que una excusa. Y, sin embargo, nosotros nos empeñamos en responder en clave religiosa, ya sea reduciendo el islam a un mal, ya sea a una víctima de la marginación o la incomprensión.
Sumemos a todo este desconcierto propio de quienes nos enfrentamos a un enemigo al que conocemos muy poco, pero que parece conocernos bastante bien, que los medios de comunicación que nos informan a través de supuestas lecciones de terrorismo yihadista nunca han leído a Weber en materia de modos de legitimación del poder, razón por la que saben poco de la importancia que la legitimación religiosa o tradicional del poder tiene en sociedades no democráticas. Nuestros gurús del periodismo, incluidos los medios de información religiosa, tampoco andan muy duchos en lecciones de historia. Un repasito a las razones últimas de las mal llamadas guerras de religión del XVII europeo los ayudaría bastante. El Dios de la Reforma y la Contrarreforma también fue un pretexto para que unos y otros afianzaran su poder político. Asimismo, nuestros medios de comunicación podrían prestar un poco más de atención a los estudios sobre los orígenes históricos del Daesh y la composición de sus cuadros dirigentes: altos mandos militares del Ejército de Sadam Hussein. Si no recuerdo mal el régimen iraquí era laico. Los militares españoles del Estado Mayor de la Defensa lo explican muy bien. De paso podrían escuchar a los expertos en islam, pero expertos de verdad, para entender, entre otras cosas, las luchas entre el actual mundo suní y chií, con Arabia Saudí e Irán como protagonistas. En estas lecturas convendría atender también a lo que los expertos sobre religión musulmana nos dicen y, sin paños calientes, pero sin prejuicios, habrá que preguntarse seriamente qué es lo que el islam enseña en materia de dignidad humana, libertad de conciencia, libertad religiosa y justicia. Y, cómo no, habrá que leer algo sobre crimen organizado transnacional, globalización, economía criminal, trata y tráfico de seres humanos, explotación de recursos naturales y finanzas islámicas. De no abordarse este último asunto, quizás un día nos levantemos con la noticia de que quienes están comprando deuda soberana de nuestros países pudieran ser algunos de los cerebros grises que manejan las finanzas de las organizaciones criminales y terroristas que hoy perturban nuestra seguridad. Ciertamente todo esto es muy complejo, pero a la televisión, a la radio o los periódicos hay que ir leído. El oyente necesita razones y no emociones ante un asunto tan grave como es el terrorismo.
El cristianismo no es una ideología
Y en todo este complejo entramado, los católicos, ¿qué? Con rapidez pareciera que hemos olvidado que la fe ensancha la razón y que la razón purifica la fe para dar vía libre a posiciones contrarias al diálogo interreligioso, opuestas al reconocimiento de la interculturalidad y enemigas del derecho a la libertad religiosa. Quizás por eso nos entregamos con tanto afán a los nuevos reaccionarios que ven en el cristianismo un elemento de orden. Oponerse al relativismo cultural no pasa por convertir al cristianismo en una ideología. Amar a Europa, sus tradiciones, instituciones y cultura no pasa por hacer del cristianismo un elemento de identidad etnicista. Europa, como decía estos días Houssein El Ouarachi, permite vivir en libertad a los musulmanes que viven en su seno. Europa es hoy un proyecto común entre hombres y mujeres que profesamos credos distintos y que no solo podemos ser naturalmente agnósticos, ateos o cristianos, sino también musulmanes. La libertad religiosa es un derecho público subjetivo. El cristianismo no es una religión etnicista. ¿Alguien sabe si la religión musulmana lo es?
Después de tantos días de desconcierto, dolor, rabia y frustración acumulada estoy absolutamente convencida de algo: la vida en común es posible. Si no lo fuera Dios nos habría tomado el pelo. Y, lo siento, pero el Dios de Jesucristo no miente.