La sesión final de Freud, obra representada en el Teatro Español bajo dirección de Tamzin Townsend, nos remite a una hipotética visita de C. S. Lewis a Freud, quien lo había invitado al saber de las críticas del escritor hacia sus postulados. El encuentro da pie a un debate apasionante sobre Dios.
Dostoyevski ya había planteado que «la fe se reduce a este problema angustioso: ¿un hombre culto, un europeo de nuestros días, puede creer, realmente creer, en la divinidad del Hijo de Dios, Jesucristo?».
La obra, original de Mark St. Germain, escenifica este problema a través de la conversación entre dos genios contemporáneos. Y lo hace de forma tan convincente que el público hace suyo el debate. Las posiciones de partida son claras:
Lewis: «No puedo disculparme por discrepar de su visión del mundo cuando ésta contradice totalmente la mía».
Freud: «¿Cuál es?».
Lewis: «Que hay un Dios. Que un hombre no tiene por qué ser un imbécil para creer en Él. Y que los débiles no estamos, como usted afirma, padeciendo una patética neurosis obsesiva».
A raíz de esto, podríamos encontrar una obra de tesis que intentara sostener ideológicamente cada una de las posturas en un abstracto debate. No es así. Los personajes no tratan de imponerse: se exponen como hombres. Juegan limpio. Tampoco pretenden agotar la cuestión:
Lewis: «¿Qué estábamos pensando? Era una locura pensar que podríamos resolver el mayor misterio de todos los tiempos en una mañana».
Freud: «Una sola cosa es una locura mayor: no pensar en ello para nada».
Ciertamente, la cuestión de Dios es una cuestión de hombres; de racionalidad y de razonabilidad, de conmoción más allá del puro análisis.
Es interesante reparar en los juegos de planos en escena. En primer lugar, el encuentro entre Freud y Lewis sucede en Londres, el día en que Inglaterra declara la guerra a Hitler. Simultáneamente, se producen los acontecimientos históricos de la contienda, y la conversación entre los personajes. De esta forma, el debate amable entre Freud y Lewis se convierte, por contraste, en un alegato a favor de la capacidad de diálogo frente a la barbarie.
Otro juego de planos está en el nivel de la caracterización de los personajes. Lewis es un hombre en su plenitud vital y creativa, lleno de fe tras su conversión. Freud es un anciano enfermo y escéptico. Tomados los personajes como si fueran dos momentos diferentes de una misma biografía, se plantea si la parábola de la decadencia no sólo física, sino también religiosa, es inevitable. O si bien, del mismo modo que Lewis llegó desde el ateísmo a la fe, no es posible otra salida que el escepticismo para este Freud que, debido a un cáncer terminal, está ya en tiempo de descuento.
La sesión final de Freud agotó sus entradas en Madrid, y próximamente se repondrá en la capital y estará de gira por toda España.