Hace ya unos años, a las facultades de las universidades de Madrid llegaba una revista que se llamaba Calibán. Era una revista cultural, editada por la archidiócesis de Madrid, que tenía una especial virtud: provocaba diálogos interesantísimos entre sus lectores y suponía un lugar de encuentro. Entre los nombres de los que componían la redacción estaban Javier Alonso o Juan Manuel de Prada, pero yo recuerdo especialmente los artículos de Eva Latonda. Después he podido conocer los distintos proyectos creativos y culturales que ha llevado a cabo. Y este año nos hemos encontrado con una gran sorpresa: su primera novela. Se titula Misalgar y la ha publicado la sugerente editorial Renacimiento.
Un primer vistazo puede concluir que estamos ante una nueva novela dentro de esta ola de revivals, qué pasó con, o yo también sobreviví a la EGB que muestran un exceso de nostalgia. Pero eso supondría reducir una profundísima historia. Es cierto que Misalgar es un regreso a la infancia, en lo que podría ser una suerte de autobiografía de la autora o quizá su autoficción, es decir, la plasmación de las cuestiones que le importan. Pero además, Latonda muestra de modo magistral cómo el camino a lo universal empieza en lo personal. Confieso que me he sentido personalmente aludido con su historia. Y me he encontrado profundamente conmovido.
Afirma la autora una delicada diferenciación entre la nostalgia y el enraizamiento. Cuando recuerda las voces, pasos, risas, sueños del pasado y de los que nos rodearon, afirma que «es una sensación poderosa y, al mismo tiempo, efímera. Pero no es un sentimiento de nostalgia, porque la añoranza es rescoldo de debilidad. La mía es más bien una sensación de enraizamiento». Eso sí, Eva Latonda muestra una grandísima delicadeza al plantearnos también un sentido precioso de nostalgia: dónde nos detenemos para volver a estar con los que marcharon.
Ahora bien, lo que es verdaderamente esta novela es pascual. No solo porque en la historia dos signos pascuales como son el agua y el fuego tengan una especial presencia. En un mundo en tinieblas, en el que la oscuridad no nos permite fiarnos del que tenemos al lado. En un mundo en el que nos hemos llenado de expectativas, qué bien nos viene que alguien nos hable de Esperanza, con E mayúscula, de lo que Eva llama El campo triunfante.