9 de febrero: san Miguel Febres, el académico que no quiso ser sacerdote
Publicó decenas de libros de texto con pseudónimo y entró en las Academias de la Lengua de Ecuador y España, «pero lo que más le gustaba era dar catequesis a los niños»
Uno de los autores de textos escolares de mayor influencia en España e Hispanoamérica a finales del siglo XIX es también santo, y santo de altar. Generaciones enteras de niños a este lado y al otro del Atlántico estudiaron Lengua española, Literatura, Física, Botánica, Religión o Historia gracias a los textos elaborados por san Miguel Febres.
Nacido en Cuenca (Ecuador), el 7 de noviembre de 1854, el futuro santo fue bautizado con el nombre de Francisco. Sus padres pertenecían a la clase más acomodada de su ciudad, y entre sus mayores figuraban algunos de los militares que más se habían significado en la independencia de España. El niño nació con los pies deformados y no pudo caminar a la edad en la que la mayoría de sus iguales comienza a hacerlo. Sin embargo, un día afirmó ver «una hermosa Señora» junto a un rosal en el jardín, algo a lo que sus padres no hicieron mucho caso. «Me llama y me quiere llevar», insistió su hijo, que al poco se levantó sin ayuda y comenzó a caminar como si no nunca hubiese tenido impedimento.
El pequeño recibió su educación en el colegio que los Hermanos de las Escuelas Cristianas, más conocidos como Hermanos de La Salle, levantaron en Cuenca en el año 1863, y fue allí donde se despertó su llamada religiosa a ser un hermano más. «Al principio su familia rechazó su vocación», afirma el lasallista Josean Villalabeitia, que trabaja en Roma en las causas de postulación del instituto. «Sus padres deseaban que fuera sacerdote, no un simple hermano laico, porque consideraban que eso no era acorde con el estatus de su familia», añade. El caso es que al final sus progenitores cedieron y en marzo de 1868 se convirtió en el primer ecuatoriano en entrar en el noviciado de los hermanos, recibiendo el nombre de Miguel el día en que tomó el hábito religioso.
Académico y catequista
Comenzó a dar clase de Lengua y Literatura en varias escuelas de Quito, pero la falta de libros de texto adecuados para sus alumnos le llevó a escribirlos él mismo. La primera de sus obras, Lengua y Literatura españolas, la publicó con apenas 20 años, y a ella le siguieron muchas más con un éxito notable, hasta el punto de que el mismo Gobierno ecuatoriano decidió difundirlas en colegios estatales a lo largo de todo el país. Su prestigio creció con el tiempo y gracias a su labor en la difusión de textos escolares fue admitido como miembro de la Academia de la Lengua de Ecuador y posteriormente de la Real Academia Española de la Lengua.
Todos sus textos los firmaba bajo el pseudónimo de G. M. Bruño, al igual que hacían otros lasallistas por humildad, y así llegó a publicar hasta 50 obras de muy distintas materias, «siempre en beneficio de sus alumnos», destaca Villalabeitia. «Sin embargo, lo que más le gustaba era dar catequesis a los niños que se preparaban para la Primera Comunión», revela el lasallista, lo cual se plasmó en la escritura de varios catecismos y una Historia sagrada que ayudó a muchos niños de toda América a prepararse para recibir a Jesús por primera vez. Esta inquietud evangelizadora la desplegó también en la composición de varias poesías de temática religiosa y de algunos himnos que se han cantado en las iglesias de toda Latinoamérica hasta bien recientemente.
Un golpe de estado en su país en el año 1906 desestabilizó el clima político y social e instauró un régimen anticlerical, por lo que Febres tuvo que exiliarse a Europa el año siguiente. Tras pasar por Francia y Bélgica, recaló en Premiá de Mar, provincia de Barcelona, pero en 1909, los disturbios de la Semana Trágica dieron un vuelco a su vida. La comunidad de religiosos tuvo que buscar refugio en un embarcadero y luego en un colegio, donde el hermano Miguel se encargó tanto de proteger a los jóvenes como de custodiar la Eucaristía para salvarla de cualquier profanación. Toda esa agitación mermó su salud y contrajo una pulmonía de la que acabó muriendo meses después, en febrero de 1910.
«En este momento en el que la Iglesia está recordando cada vez más la necesidad de abandonar el clericalismo y las ansias de prestigio, san Miguel Febres es un ejemplo de querer ser un sencillo hermano más», afirma Josean Villalabeitia. «Y siendo hermano laico —concluye— demostró que se puede prestar un servicio apostólico fantástico a la Iglesia y al mundo como escritor, catequista y profesor».