12 de febrero: santos mártires de Abitinia, los 49 cristianos que murieron por vivir el domingo - Alfa y Omega

12 de febrero: santos mártires de Abitinia, los 49 cristianos que murieron por vivir el domingo

Los norteafricanos fueron detenidos durante la persecución de Diocleciano por reunirse en una casa. Dieron ante el procónsul Anulino un precioso testimonio de amor a la Eucaristía que ha llegado hasta nuestros días

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
‘Santos mártires de Abitinia’, de Beatrice Capozza. Foto: parroquia de los Santos Mártires de Abitinia en Bitonto.

Abitinia, cerca de Cartago. Año 304, un domingo cualquiera. 49 personas entran en la casa de un tal Octavio Félix en pequeños grupos. Lo hacen así, a escondidas, porque van a celebrar la Eucaristía de los cristianos, la secta perseguida hasta la muerte en todo el Imperio romano por orden de Diocleciano. En mitad de la celebración un tropel de soldados irrumpe en la casa y detiene a todos los presentes.

Las órdenes del emperador son claras: sus Escrituras deben ser quemadas; sus casas, demolidas; sus reuniones perseguidas. No se conoce el nombre de quien, delatándolos, sacó algo de provecho, pero ha pasado a la historia el del obispo Fundano, que resolvió entregar a las autoridades las Sagradas Escrituras para evitarse problemas. Por el contrario, la Iglesia ha custodiado con veneración hasta el día de hoy los nombres de los 49 mártires que dieron ante el procónsul Anulino un precioso testimonio de fe y de amor a la Eucaristía.

Literalmente católicos

Entre los mártires de Abitinia había padres de familia, como Saturnino, el sacerdote que presidía la celebración, que fue detenido junto a sus cuatro hijos, uno de ellos aún un niño de 4 años. Había mujeres, vírgenes consagradas y hasta dos senadores. Era una comunidad plural, católica en el sentido literal del término, formada por familias y fieles de todas las procedencias y edades.

Fueron interrogados en turnos por el procónsul, que no dudó en enviar a algunos al potro de tortura para sacarles más información. No era necesario, pues todos y cada uno de ellos confesaron su fe en la nueva religión, prohibida por el emperador.

Uno de los cristianos, llamado Emérito, declaró al funcionario imperial: «Sin el domingo no podemos vivir». Es decir, sin la Eucaristía vivida en una comunidad de hermanos es imposible tener las alas necesarias para volar por la vida. Otro, de nombre Félix, defendió que «un cristiano no puede existir sin celebrar los misterios del Señor, y los misterios del Señor no se celebran sin la presencia de los cristianos. El cristiano vive de la celebración de la liturgia».

Una joven llamada Victoria, hermana de un buen amigo de Anulino, fue conminada por el procónsul con múltiples razones para renunciar a su fe. Pero ella, que en su día se había escapado de casa de sus padres por su nueva religión, contestó: «Siendo cristiana no reconozco a nadie como hermano sino a los que guardan la ley de Dios».

Todos ellos, 30 varones y 19 mujeres, perecieron a causa de las torturas, pero su testimonio quedó grabado en todas las comunidades que conocieron su final. De hecho, ya en el año 406, san Agustín menciona en una de sus obras cómo las iglesias del norte de África veneraban su memoria cada 12 de febrero.

«Igual que nuestra Misa»

Manuel Mira, profesor de Patrística en la Universidad de Navarra, explica la naturaleza de las celebraciones como aquella en la que fueron apresados los de Abitinia: «Los cristianos se reunían el día del Sol, nuestro domingo, y leían las memorias de los apóstoles. Luego, el que presidía pronunciaba una explicación de lo leído. Después rezaban por muchas intenciones, tras las que se llevaba pan y vino para que el que presidía hiciera una acción de gracias. Al final todos los fieles respondían con un gran amén». Después de la celebración, los diáconos repartían los dones a todos los miembros de la comunidad que no habían podido asistir. «Todo esto lo cuenta san Justino en torno al año 150, y es impresionante, porque ya podemos reconocer entonces las partes principales de nuestra Misa de hoy», explica Mira. Estos hechos indican además que «el amor a la Eucaristía de los primeros cristianos era muy fuerte. Vivían con pasión la unión con el Señor a través de la liturgia, algo que podemos comprobar en los escritos de san Ignacio de Antioquía y de otros padres de la Iglesia», asegura el profesor de Patrística.

20 siglos después, con la mirada puesta en los mártires de Abitinia, Benedicto XVI escribió que «con la efusión de la sangre confirmaron su fe. Murieron, pero vencieron». Y en su encíclica Sacramentum caritatis concluyó que «nosotros tampoco podemos vivir sin participar en el sacramento de nuestra salvación, y deseamos llevar a la vida lo que celebramos en el día del Señor».