Una gran riqueza y fecundidad - Alfa y Omega

Una gran riqueza y fecundidad

Con ocasión del centenario de los salesianos en Madrid, nuestro cardenal arzobispo ha escrito una Carta pastoral, fechada el pasado día 24, fiesta de San Francisco de Sales, en la que dice:

Antonio María Rouco Varela
Iglesia parroquial de San Francisco de Sales, en el Colegio Salesiano, de Francos Rodríguez 5 y 7

El 19 de octubre de 1899 llegaban a Madrid los primeros salesianos, a cuyo frente venía el padre italiano Ernesto Oberti, durante 18 años eje vertebral de la Congregación salesiana en Utrera (Sevilla), primera fundación de don Bosco en España. Se cumplen, pues, los cien años de presencia de la familia salesiana en nuestra archidiócesis de Madrid, con toda su riqueza de vida religiosa y de fecundidad grande en la educación cristiana de niños y jóvenes.

En los barrios populares del Madrid de entonces, la Guindalera, la Latina y el llamado Ensanche, es decir, las Rondas de la ciudad: de Atocha, de Valencia, de Embajadores, los primeros salesianos encontraron a infinidad de chicos y jóvenes, maltratados y villanizados por la calle y por las consecuencias de las guerras de Cuba y de Filipinas. Este contacto directo con el Madrid popular trajo a los primeros hijos de san Juan Bosco, el 19 de octubre de 1899, a la calle Zurbano 50, entonces llamada del Obelisco. El padre Oberti y los hermanos Eustaquio Luguera y José Vega hacían realidad con su presencia y su tarea educativa lo que un siglo después Juan Pablo II escribiría en la encíclica Fides et ratio: Lo más urgente hoy es llevar a los hombres a descubrir su capacidad de conocer la verdad y su anhelo de un sentido último y definitivo de la existencia. Este camino educativo, con el extraordinario carisma de comunicador de don Bosco, comenzaba con acciones de espléndida humanidad evangélica, y de este modo, al hilo de la vida, llevar a los adolescentes y a los jóvenes a descubrir la verdad y el sentido definitivo de su vida, es decir, a Jesucristo.

El 8 de diciembre de 1841, en la sacristía de la iglesia de San Francisco de Asís, en Turín, san Juan Bosco, joven sacerdote, se disponía a celebrar la misa sin ayudante, cuando el sacristán advirtió la presencia de un joven desocupado. Era Bartolomé Garelli, un peón -de albañil-, de Asti, que no sabía ni leer, ni escribir, ni hacer cuentas, ni rezar, ni nada de nada. El santo le hizo la pregunta:

¿Sabes silbar?

Síííí…, respondió el muchacho.

Naturalmente aquella respuesta ya no fue un pretexto para que le ayudara a misa, sino un vínculo.

Me gustaría que volvieras el próximo domingo, Bartolomé.

Con mucho gusto, señor cura.

Pero no vengas solo. Trae contigo a tus amigos.

Se miraron a plena luz para ponerse de acuerdo y Bartolomé volvió con otros ocho garzones al domingo siguiente en busca de don Bosco. Había nacido el Oratorio festivo, que es tiempo agolpado de juego, amistad, comunicación, entretenimiento, oración y catequesis.

Había sucedido, como sigue sucediendo hoy, el mismo encuentro con Jesús que tuvieron los primeros discípulos, y la samaritana, y Zaqueo. Al encontrarse con Cristo, vivo y presente en los que ya han sido transformados por Él, la vida de las personas, jóvenes y de todas las edades, queda igualmente transformada. Es el método educativo del Evangelio, especialmente vivo en los hijos de don Bosco, y que ha de estar en el centro de la nueva evangelización a la que con tanta urgencia todos en la Iglesia somos llamados.

Acogidos y queridos

Alfabetizar, culturizar, compartir tiempo y vida, todo eso puede hacerse desde fuera. Evangelizar no. Por eso el evangelizador es hombre de espíritu, hasta el punto de que el Espíritu es su cultura, su sitio, su pensamiento, su patria, y tiene que encontrar la manera de comunicarlo, de transmitirlo, de ponerlo a disposición de otros, de contagiarlo. El santo de los jóvenes, que fue gran soñador, ofreció realidades, resultados concretos, también para nuestra archidiócesis, a través de sus salesianos, durante estos cien largos años en Madrid, desde la calle de Zurbano nº 50, en 1899, hasta la última fundación en Parla, hoy diócesis de Getafe, en la parroquia de Cristo Liberador, en 1993.

Cien años en los que el carisma de san Juan Bosco ha dado espléndidos frutos en la educación de niños y jóvenes aprendices, estudiantes, obreros, de Ronda de Atocha 27, de Francos Rodríguez 5 y 7, de Repullés y Vargas 11, en el Alto de Extremadura 111, de Joaquín Turina y Ronda Don Bosco, en Carabanchel Alto; así como, en la posguerra, colaborando en el Instituto Politécnico del Ejército, todavía hasta el día de hoy, con la Institución Virgen de la Paloma, con el Colegio de San Fernando en Fuencarral, con el Colegio de Huérfanos de Ferroviarios, en la Dehesa de la Villa; y también asumiendo la responsabilidad de nuevas parroquias, y abriendo horizontes en la evangelización en pueblos como Soto del Real, en el Puente de Vallecas, en Pan Bendito, y esperanzadas Ciudades de los Muchachos, en el barrio de San Blas, con la gran institución profesional de Santo Domingo Savio. También es preciso recordar aquí, y agradecer al Señor, los frutos de la presencia de los salesianos en las diócesis hermanas de Alcalá de Henares y de Getafe, con sus centros de Fuenlabrada y de Aranjuez.

Los sucesores de san Juan Bosco, los Beatos Miguel Rúa y Felipe Rinaldi y el fundador directo padre Ernesto Oberti, amaron y recorrieron las Rondas del Ensanche de nuestra ciudad, para pasar la antorcha del programa de acción, signo de amor y de comunicación con los jóvenes y con las clases populares, a los salesianos ya españoles, como Ramón Zabalo o Marcelino Olaechea, más tarde obispo de Pamplona y arzobispo de Valencia, motor del desarrollo de los salesianos en Madrid antes de 1935 y, en fin, los mejores testigos de la fe, Enrique Sáiz y sus 47 compañeros mártires, camino de su glorificación.

Los salesianos intentaron buscar todos los caminos y usar todos los instrumentos a disposición para que la Palabra de Dios llegara a todas partes. La Iglesia en Madrid, y toda la sociedad madrileña, así se lo ha reconocido, confiándoles centros oficiales y privados, escuelas e institutos, talleres y foros, parroquias y colegios, escuelas universitarias y residencias. Cien años cumplen hoy los populares salesianos en Madrid, acogidos y queridos por sus miles de alumnos y de feligreses madrileños, satisfechos en su trabajo y unidos al destino de aquellos que son ya la razón de ser de su presencia en Madrid.