7 de junio: santos mártires de Córdoba, los fieles que fueron a acusarse de cristianos
En un contexto de asfixia social y persecución creciente, los cristianos mozárabes de Córdoba se negaron a vivir su fe de modo privado «y salieron a dar la cara por ella» ante los musulmanes
A lo largo del todo el Martirologio Romano se encuentran repartidos los nombres de los numerosos cristianos mártires de Córdoba que han pasado a la historia de la Iglesia por haber confesado su fe hasta la muerte a mediados del siglo IX. Concretamente, cada 7 de junio se recuerda a Pedro, presbítero, y al diácono Valabonso, junto a los monjes Sabiniano, Vistremundo, Abencio y Jeremías, que fueron degollados «por su fe en Cristo durante la persecución musulmana», reza el calendario de los santos.
Pedro y Valabonso vivían en el monasterio de Cuteclara y estudiaban juntos la Escritura. Sabiniano y Vistrebundo estaban consagrados en el monasterio de San Zoilo, en Hornachuelos, al igual que Jeremías lo estaba en Tábanos. Abencio era un noble nacido en Córdoba que había optado por retirarse al silencio del cenobio de San Cristóbal, al otro lado del río Guadalquivir.
A principio de junio del 851, dos cristianos de nombre Isaac y Sancho se presentaron ante el cadí de la ciudad, el magistrado encargado de aplicar el Corán, para confesar su fe en Cristo e incluso insultar a Mahoma. El primero fue colgado cabeza abajo y degollado; el segundo fue empalado hasta morir. El 7 de junio, Pedro, Valabonso, Sabiniano, Vistremundo, Abencio y Jeremías acudieron también ante el juez para reconocer que tenían la misma fe que Isaac y Sancho: fueron decapitados y sus cuerpos, quemados y arrojados al río.
Para entender lo que pasó hay que considerar el contexto histórico en el que vivieron. Todos estos mártires eran mozárabes, cristianos de origen hispanovisigodo que vivían en el territorio de Al Ándalus tras la conquista musulmana. Como a los judíos, se los consideraba «gentes del Libro» y de alguna manera eran más tolerados que otras comunidades e individuos; aunque nunca lo tuvieron fácil.
«Estamos hablando de un período que va del año 850 al 859», explica Miguel Varona, director del Secretariado para las Causas de los Santos de Córdoba. Los musulmanes «ya estaban bien asentados» en la península y «poco a poco fueron pasando de la permisividad inicial con los cristianos hacia una censura total», por lo que la comunidad cristiana «estaba realmente oprimida».
Así, «no sufrían una persecución directa; aunque ya se habían producido algunos martirios». Pero sí eran víctimas de «una presión social, económica y religiosa» por la que «se les prohibía todo». Por ejemplo, «tenían muchas trabas para enterrar a sus muertos en un camposanto, no podían tocar las campanas de las iglesias y pagaban impuestos muy recargados» solo por tener una fe distinta. «El objetivo era asfixiarlos y aislarlos de los cristianos del norte», asegura Varona. Por todo ello, «se sentían impelidos a manifestar públicamente su fe y a dar la cara por ella. Su referente eran los mártires del Imperio romano», cuenta asimismo el director del Secretariado para las Causas de los Santos.
Todos los mártires de este período —entre los que no solo hay sacerdotes o monjes, sino también mujeres, matrimonios y hasta algún converso— siguieron un comportamiento similar, presentándose ante las autoridades para confesar sus creencias. Por ello, siempre los ha perseguido la acusación de que no fueron verdaderos mártires; de que, de alguna manera, fueron provocando a sus perseguidores, a diferencia de otros testigos a lo largo de la historia que fueron buscados y asesinados a la fuerza.
«Ellos buscaron dar testimonio más que el martirio. Tuvieron la valentía que da el Espíritu Santo para confesar la fe en un ambiente que no acompañaba nada. No se podían callar lo que vivían y asumir tranquilamente la injusticia de estar sometidos», asegura Varona.
Por ello, «son un modelo de santidad en toda regla, un reflejo donde nos podemos mirar también nosotros». En este sentido, «en el contexto de laicismo radical en el que vivimos hoy», que intenta «silenciar» el cristianismo o reducirlo como mucho «a algo privado», su ejemplo nos invita también a dar testimonio con audacia. «Nos pidan la sangre o no, tenemos que seguir anunciando a Jesucristo», concluye.

La devoción a sus mártires es seña de la Iglesia en Córdoba. Poco después de que España fuera reconquistada, los restos de algunos de ellos fueron depositados en un relicario en la basílica de San Pedro. La diócesis organiza cada año un Mes de los Mártires para potenciar su conocimiento y promover su culto entre los fieles.