Vigilia de oración con los jóvenes en Cuatro Vientos - Alfa y Omega

Vigilia de oración con los jóvenes en Cuatro Vientos

Redacción
Juan Pablo II, a su llegada al aérodromo de Cuatro Vientos

Saludo de monseñor Rodríguez Plaza: Testigos de algo grande

Me ha tocado la inmensa suerte de saludar y dar la bienvenida a Su Santidad en nombre de los miles de jóvenes aquí reunidos, y a la vez de presentárselos a Usted, Santo Padre. Ellos son una muestra representativa de los jóvenes católicos españoles, también de los que no están presentes en este lugar.

Nos está sucediendo algo grande esta tarde: podemos y queremos orar con nuestro Papa, aquel en quien hoy vive Pedro, que nos preside en la caridad; ¡queremos y podemos orar con el sucesor de Pedro! Es algo muy hermoso y de significado muy profundo. Queremos orar con Su Santidad y escuchar su palabra. Lo hacemos acompañados de los obispos de España y de otros hermanos obispos de Iglesias de fuera de nuestras fronteras, haciendo presente a la Iglesia universal. Y queremos hacerlo de la mano de María, la Madre de nuestro Señor.

¿Cómo lo haremos? De un modo sencillo. Recorreremos los misterios de la historia de la salvación, siguiendo la propuesta que nos hace el Santo Rosario, fijando nuestros ojos en el rostro de Cristo. Él ilumina nuestra peripecia humana, de hombres y mujeres del siglo XXI, que, al acoger el misterio de Cristo, experimenta el amor del Padre y el gozo de la alegría del Espíritu Santo.

«No se trata sólo —escribió no hace mucho Su Santidad— de comprender las cosas que Él (Jesús) ha enseñado, sino de comprenderle a Él. Pero en esto, ¿qué maestra más experta que María? Entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio».

En esta oración, Santo Padre, queremos que ya estén con nosotros los cinco Beatos que mañana canonizará. Son para nosotros grandes testigos del amor de Jesucristo. Esta oración la hacen con vuestra Santidad los jóvenes, que sienten y viven la fuerza de la fe como jóvenes, y sienten el gozo inmenso de la presencia de Cristo resucitado y de su Santísima Madre. Ellos, los jóvenes, y Vuestra Santidad son garantía de éxito y de la frescura de la fe.

Nos hemos retirado a esta inmensa explanada para orar. Gracias, Santo Padre, por estar en medio de nosotros. Le queremos.

Palabras del Santo Padre: «Las ideas no se imponen, sino que se proponen»

Os saludo con cariño, jóvenes de Madrid y de España! Muchos de vosotros habéis venido de lejos, desde todas las diócesis y regiones del país, de América y de otros países del mundo. Estoy profundamente emocionado por vuestra calurosa y cordial acogida. Os confieso que deseaba mucho este encuentro con vosotros.

Os saludo y os repito las mismas palabras que dirigí a los jóvenes en el estadio Santiago Bernabéu, durante mi primera visita a España, hace ya más de veinte años: «Vosotros sois la esperanza de la Iglesia y de la sociedad. Sigo creyendo en vosotros, en los jóvenes». Os abrazo con gran afecto, y junto con vosotros saludo también a los obispos, sacerdotes y demás colaboradores que os acompañan en vuestro camino de fe. Agradezco la presencia de Sus Altezas Reales (por lo menos espiritualmente, están con nosotros), el Príncipe de Asturias, los duques de Lugo y los duques de Palma, así como de las autoridades del Gobierno español.

én las amables palabras de bienvenida que, en nombre de todos los presentes, me han dirigido monseñor Braulio Rodríguez, Presidente de la Comisión episcopal de Apostolado seglar, y los jóvenes Margarita y José. Saludo también a monseñor José Manuel Estepa… (¿Sabéis quién es? Es el arzobispo castrense). Saludo a las autoridades militares que nos acogen en esta base aérea.

Queridos jóvenes, en vuestra existencia ha de brillar la gracia de Dios, la misma que resplandeció en María, la llena de gracia. Con gran acierto habéis querido en esta Vigilia meditar los misterios del Rosario llevando a la práctica la antigua máxima espiritual: A Jesús por María. Ciertamente, en el Rosario aprendemos de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Al comenzar esta oración, por lo tanto, dirijamos la mirada a la Madre del Señor, y pidámosle que nos guíe hasta su Hijo Jesús: «Reina del cielo, ¡alégrate! / Porque Aquel, a quien mereciste llevar en tu seno, / ¡ha resucitado! ¡Aleluya!».

Discurso de Juan Pablo II

Conducidos de la mano de la Virgen María y acompañados por el ejemplo y la intercesión de los nuevos santos, hemos recorrido en la oración diversos momentos de la vida de Jesús.

El Rosario, en efecto, en su sencillez y profundidad, es un verdadero compendio del Evangelio y conduce al corazón mismo del mensaje cristiano: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna».

María, además de ser la madre cercana, discreta y comprensiva, es la mejor maestra para llegar al conocimiento de la verdad a través de la contemplación. El drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación. Sin interioridad la cultura carece de entrañas, es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma. ¿De qué es capaz la Humanidad sin interioridad? Lamentablemente, conocemos muy bien la respuesta. Cuando falta el espíritu contemplativo no se defiende la vida y se degenera todo lo humano. Sin interioridad el hombre moderno pone en peligro su misma integridad.

Queridos jóvenes, os invito a formar parte de la Escuela de la Virgen María. Ella es modelo insuperable de contemplación y ejemplo admirable de interioridad fecunda, gozosa y enriquecedora. Ella os enseñará a no separar nunca la acción de la contemplación, así contribuiréis mejor a hacer realidad un gran sueño: el nacimiento de la nueva Europa del espíritu. Una Europa fiel a sus raíces cristianas, no encerrada en sí misma, sino abierta al diálogo y a la colaboración con los demás pueblos de la tierra; una Europa consciente de estar llamada a ser faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo, decidida a aunar sus esfuerzos y su creatividad al servicio de la paz y de la solidaridad entre los pueblos.

Amados jóvenes, sabéis bien cuánto me preocupa la paz en el mundo. La espiral de la violencia, el terrorismo y la guerra provoca, todavía en nuestros días, odio y muerte. La paz —lo sabemos— es ante todo un don de lo Alto, que debemos pedir con insistencia y que, además, debemos construir entre todos mediante una profunda conversión interior. Por eso, hoy quiero comprometeros a ser operadores y artífices de paz. Responded a la violencia ciega y al odio inhumano con el poder fascinante del amor. Venced la enemistad con la fuerza del perdón. Manteneos lejos de toda forma de nacionalismo exasperado, de racismo y de intolerancia. Testimoniad con vuestra vida que las ideas no se imponen, sino que se proponen. ¡Nunca os dejéis desalentar por el mal! Para ello necesitáis la ayuda de la oración y el consuelo que brota de una amistad íntima con Cristo. Sólo así, viviendo la experiencia del amor de Dios e irradiando la fraternidad evangélica, podréis ser los constructores de un mundo mejor, auténticos hombres y mujeres pacíficos y pacificadores.

Mañana tendré la dicha de proclamar cinco nuevos santos, hijos e hijas de esta noble nación y de esta Iglesia. Ellos «fueron jóvenes como vosotros, llenos de energía, ilusión y ganas de vivir. El encuentro con Cristo transformó sus vidas. Por eso, fueron capaces de arrastrar a otros jóvenes, amigos suyos, y de crear obras de oración, evangelización y caridad que aún perduran».

Queridos jóvenes, ¡id con confianza al encuentro de Jesús!, y, como los nuevos santos, ¡no tengáis miedo de hablar de Él! pues Cristo es la respuesta verdadera a todas las preguntas sobre el hombre y su destino. Es preciso que vosotros, jóvenes, os convirtáis en apóstoles de vuestros coetáneos. Sé muy bien que esto no es fácil. Muchas veces tendréis la tentación de decir como el profeta Jeremías: «¡Ah, Señor! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho». No os desaniméis, porque no estáis solos: el Señor nunca dejará de acompañaros, con su gracia y el don de su Espíritu.

Esta presencia fiel del Señor os hace capaces de asumir el compromiso de la nueva evangelización, a la que todos los hijos de la Iglesia están llamados. Es una tarea de todos. En ella los laicos tienen un papel protagonista, especialmente los matrimonios y las familias cristianas; sin embargo, la evangelización requiere hoy con urgencia sacerdotes y personas consagradas. Ésta es la razón por la que deseo decir a cada uno de vosotros, jóvenes: si sientes la llamada de Dios que te dice: ¡Sígueme!, no la acalles. Sé generoso, responde como María ofreciendo a Dios el sí gozoso de tu persona y de tu vida.

Os doy mi testimonio: yo fui ordenado sacerdote cuando tenía 26 años. Desde entonces han pasado 56.

[Continúa, en respuesta a los jóvenes que le interrumpen:] ¡56 años! ¿Cuántos años tiene el Papa? ¡Casi 83! [Los jóvenes corean: «Eres joven»] ¡Un joven de 83 años!

¡Bien! Al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!

[Los jóvenes no quieren dejarle marcharse] ¿Cuántas horas quedan para la medianoche? 3 horas para la medianoche. Bueno, ¡hay velas!

Al concluir mis palabras [protestas]… Al concluir mis palabras… [protestas]. Al concluir mis palabras… Se debe concluir. Quiero invocar a María, la estrella luminosa que anuncia el despuntar del Sol que nace de lo Alto, Jesucristo:

¡Dios te salve, María, llena de gracia! / Esta noche te pido por los jóvenes de España, / jóvenes llenos de sueños y esperanzas. / Ellos son los centinelas del mañana, / el pueblo de las Bienaventuranzas; / son la esperanza viva de la Iglesia y del Papa.

Santa María, Madre de los jóvenes, / intercede para que sean testigos de Cristo resucitado, / apóstoles humildes y valientes del tercer milenio, / heraldos generosos del Evangelio. / Santa María, Virgen Inmaculada, / reza con nosotros, / reza por nosotros. / Amén.