3 de enero: santa Genoveva de París, la pastora que salvó París de las huestes de Atila
Libró a la capital francesa de epidemias y guerras durante siglos, pero sus vecinos la tenían por loca. Cambiaron la imagen por sus milagros e iniciativas para paliar hambrunas y alejar a los invasores
«Gentes de París, amigos míos, hermanos míos, os engañan. Atila avanza, es cierto, pero no atacará vuestra ciudad. Os lo aseguro en nombre de Dios. Que los hombres huyan, si lo desean, si no son capaces de luchar más. Nosotras, las mujeres, rogaremos tanto a Dios que Él atenderá nuestras súplicas»: así irrumpió una joven de 28 años de nombre Genoveva en la asamblea de notables de París en el año 451, cuando Atila se encontraba a las puertas de la ciudad. «La fama del rey de los hunos hacía presagiar lo peor: acababa de tomar la ciudad de Metz y la había dejado completamente saqueada e incendiada», afirma Jean-Louis Remouit, especialista en Genoveva y autor de una web dedicada a la santa patrona de París. «Ante el pánico que se desató, todo el mundo pensó en huir, pero ella dijo que París se salvaría y que Atila evitaría la ciudad».
Y así fue: Genoveva reunió a algunas mujeres en el baptisterio de Saint-Martin, en la isla de la Cité, y las puso a todas a rezar. Lo que sucedió a continuación es que Atila no llegó a entrar. Hoy los historiadores coinciden en suponer que el cabecilla de los hunos –que, por cierto, llegó a pretender a santa Úrsula, quien le rechazó y acabó siendo mártir bajo su mano– se fue a hacer la guerra a los visigodos de Aquitania. «Gracias a su fe y a su brillante intervención, santa Genoveva se convirtió en una autoridad y en la única esperanza de las poblaciones del centro de la cuenca parisina», asegura Remouit.
Hasta entonces, la joven había sido despreciada por los parisinos por su notoria excentricidad. Había nacido alrededor del año 422 en Nanterre, en una familia de campesinos bien posicionada. De niña cuidaba las ovejas del pequeño rebaño familiar.
A los 7 años pasó por su zona san Germán, obispo de Auxerre, camino de Gran Bretaña, adonde se dirigía para combatir las herejías pelagianas. Después de una predicación, fueron muchos a saludarle, pero al tocarle el turno a la pequeña, el santo le impuso las manos y predijo para ella una vida dedicada al Señor. También le regaló una medalla con una cruz, y desde entonces Genoveva llevó una vida sencilla de piedad en su propia casa. De esta época data el primer milagro que se le atribuye: la curación de su madre tras haberse quedado ciega de modo inesperado.
A la muerte de sus padres, Genoveva se fue a París a vivir con su madrina espiritual. Allí intensificó su vida de oración y de ayuno –durante temporadas solo comía dos veces por semana–, y después de pasar una enfermedad que la dejó medio muerta contó que un ángel la había llevado a visitar el cielo y el infierno. Todo esto despertó recelos entre los parisinos, quienes solo empezaron a mirarla con otros ojos cuando se produjo un segundo encuentro de la santa con san Germán de Auxerre. El obispo reconoció en ella a la niña que había bendecido años atrás y renovó sobre ella su oración. «Su corazón ardía de amor a Dios y a sus vecinos, a quienes hablaba sobre todo de la felicidad, absolutamente inimaginable para nuestra mente humana, que nos espera en el cielo», afirma Jean-Louis Remouit.
Años después del episodio de los hunos, Clodoveo, rey de los francos, realizó varias incursiones a orillas del Sena. Con París sitiada y el pueblo sufriendo una gran hambruna, Genoveva organizó un convoy fluvial que recogía grano en las granjas de los alrededores de la ciudad, paliando el hambre de muchos, y realizó milagros y curaciones que la dieron a conocer por toda la zona. Mientras, rezó por la conversión de Clodoveo, algo que tuvo lugar en el año 496, facilitando así que se convirtiera en el primer rey cristiano de Francia.
Genoveva murió en el año 502, cuando rozaba los 80 años, y fue declarada santa por aclamación popular, como algunos de los grandes santos de la Iglesia. Desde entonces, París la ha sacado en procesión para interceder –con éxito– en múltiples guerras, hambrunas y epidemias.
El 15 de abril de 2019 se desplomó la torre de la aguja de la catedral de Notre Dame, en medio del pavoroso incendio que devastó el templo más conocido de París. En lo alto había una cruz coronada por un gallo de bronce que albergaba en su interior tres reliquias dentro de un tubo, entre ellas una de santa Genoveva.
La figura fue mandada colocar allí en 1935 por el entonces arzobispo de París, el cardenal Jean Verdier, para que fuese una especie de pararrayos espiritual para la ciudad. El día del incendio todo el mundo pudo ver el desmoronamiento de la torre y dio por hecho que las reliquias se habían perdido, tras caer entre las llamas desde una altura de 93 metros. Sin embargo, el gallo fue encontrado al día siguiente por un operario, con tan solo algunas abolladuras, y mostrado luego al mundo con orgullo por Philippe Villeneuve, arquitecto jefe de los trabajos de renovación de la catedral.