27 de julio: san Tito Brandsma, el mártir que combatió las fake news de los nazis
Este carmelita holandés fue deportado a Dachau por oponerse a las tropelías alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, pero «aquel hombre tocado por la gracia» no permitía insultos a los opresores
Las convicciones se aquilatan en la prueba y se demuestran cuando el viento da de cara, como hizo Tito Brandsma durante la ocupación alemana de Holanda en 1942. Anno, hijo de Tjitsje y de Tito, nació el 23 de febrero de 1881 en Wonseradeel, al norte del país. El niño, que tomó el nombre de su padre cuando entró en los carmelitas, fue el segundo de una familia de seis hijos, cinco de los cuales abrazarían la vida religiosa. Su padre participó en la vida política de su comunidad local, una inquietud por cambiar el mundo que heredó su hijo.
En septiembre de 1898, Tito entró en el noviciado de los carmelitas en Boxmeer, atraído por la espiritualidad teresiana, y fue ordenado sacerdote en junio de 1905. En 1923 participó activamente en la fundación de la Universidad Católica de Nimega, en la que pasó a trabajar como profesor de Filosofía e Historia de la mística, siendo elegido años más tarde como su rector.
Una de sus pasiones fue el periodismo, por las posibilidades que veía para la evangelización en aquel tiempo. Así, hizo sus pinitos en la revista De Stad Oss, una publicación de noticias locales, y a finales de 1935 fue elegido consejero espiritual de la Unión de Periodistas Católicos de su país, ocupándose especialmente de la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores.
Eran los tiempos en los que la ideología nazi se difundía con fuerza por Europa. Brandsma se opuso desde el principio a sus postulados, sobre todo a su antisemitismo, e incluso por unos meses perteneció al Comité de Vigilancia de Intelectuales Antinacionalsocialistas, que advertía de los peligros de dicha ideología. Era inevitable que esta deriva colisionara en algún momento con sus principios morales y su fe.
Un rosario para su verdugo
Como director espiritual de los medios católicos, Brandsma se dedicó a convencer a sus responsables de no divulgar las consignas nazis. Fue hablando, uno por uno, con los directores de la veintena de publicaciones católicas existentes en ese momento en el país, una misión especialmente arriesgada tras la ocupación alemana de Holanda en 1940. «Eran profesionales que sufrían porque estaban entre dos fuegos, pero gracias a Brandsma la mayoría se puso de acuerdo en resistir y desobedecer las órdenes nazis hasta donde fuera posible», afirma el carmelita Fernando Millán, director del Instituto de Espiritualidad de la Universidad Pontificia Comillas. «En realidad, lo que hizo fue combatir activamente las fake news de la época», añade.
Brandsma también animó a los obispos holandeses a alzar su voz contra las injusticias perpetradas por los ocupantes, y en 1941 se manifestó en contra de la expulsión de las escuelas holandesas de los estudiantes judíos. Por todo ello, en 1942 fue detenido y enviado a la cárcel. De su estancia en prisión se conservan algunos versos que transmiten su hondura mística: «Déjame, mi Señor, en este frío, / y en esta soledad, que no me aterra; / a nadie necesito ya en la tierra / en tanto que Tú estés al lado mío».
En junio de ese mismo año, ese cura rebelde fue deportado al campo de concentración de Dachau. Allí, el hambre y las palizas que recibió mermaron su salud con rapidez, por lo que a finales de julio fue ingresado en la enfermería. No concluyeron ahí sus penurias, pues los médicos realizaron con su cuerpo varios experimentos biológicos, hasta administrarle finalmente una inyección letal el 26 de julio de 1942. Ese mismo día, los obispos holandeses habían publicado una carta pastoral en la que se oponían enérgicamente a la deportación de los judíos holandeses por parte de las autoridades alemanas.
Antes de morir, Tito entregó su rosario a la enfermera que le inyectó el veneno mortal, la cual años más tarde se arrepintió de sus acciones e incluso se prestó a declarar en el proceso de canonización del sacerdote. Y no fue la única persona alcanzada por su testimonio: un pastor protestante recluido junto a Brandsma en Dachau y que salvaría su vida afirmó en su proceso que «aquel hombre estuvo tocado por la gracia de Dios y espero encontrarme con él algún día en el cielo».
También supo «transmitir la verdad con caridad», como desvela el hecho de que «en el campo de Dachau ni siquiera permitía que se insultase en su presencia a los alemanes», asegura Fernando Millán. «Su santidad fue fruto de una gran vida de oración, ese fue su secreto», añade, y eso le permitió vivir «con gran serenidad» los convulsos tiempos que le tocó vivir.