27 de abril: san Rafael Arnáiz, el joven rico que tiró las maletas y lo dejó todo - Alfa y Omega

27 de abril: san Rafael Arnáiz, el joven rico que tiró las maletas y lo dejó todo

Rafael, estudiante de Arquitectura y apasionado de la vida y las artes, llevó el desprendimiento hasta el extremo, renunciando incluso a su deseo más querido: profesar como monje entre los trapenses

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
El santo burgalés en sus años de estudiante de Arquitectura.

«El atractivo de san Rafael Arnáiz sobre la gente, especialmente sobre los jóvenes, es sorprendente. Su vida y sus escritos son bastante caseros y naturales, pero contienen un fondo teológico y espiritual valiosísimo que inevitablemente te atrapa», explica el hermano Joaquín López, responsable del Secretariado de San Rafael en la abadía trapense de San Isidro de Dueñas.

Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos. Estudió con los jesuitas, pero su mala salud hizo que en 1920 cayera enfermo de fiebres colibacilares. Fue su primer contacto con la enfermedad, su inseparable compañera ya hasta el final de su vida. A los pocos meses le mandaron a casa de su abuela en Madrid para recuperarse, pero al volver a Burgos, en mayo de 1921, enfermó gravemente de pleuresía. Solo se recuperó al finalizar el verano, cuando ya, completamente restablecido, su padre le llevó ante la Virgen del Pilar para dar gracias por su curación.

El Rafael adolescente fue un joven alegre, deportista, aficionado al dibujo y a la pintura, al que le gustaban especialmente la música y el teatro. En 1930 fue admitido en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, y a finales de septiembre hizo su primera visita al monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas, en Palencia. Le habían hablado de aquel lugar unos tíos suyos, y él quedó tan impresionado que su corazón se prendó para siempre de aquella forma de vivir. «De ese día me acordaré toda mi vida –escribió a su tío tras la visita–. Lo que yo vi y pasé en la Trapa, las impresiones que tuve en ese santo monasterio, no se pueden explicar. Solamente Dios lo sabe…». El impacto fue tan fuerte que, a la vuelta, «al ver llegar el tren con su imponente soberbia, tuve deseos de tirar las maletas y volverme a la Trapa».

En julio de 1932 hizo ejercicios espirituales en San Isidro de Dueñas. Estaba decidido: entraría en la Trapa. Pensó ingresar en el monasterio sin siquiera avisar a sus padres, por el dolor que le causaba despedirse de ellos, pero su tío y el nuncio Federico Tedeschini, amigo de la familia, le aconsejaron hablar primero con ellos. Así, el 6 de enero de 1934 se lo comunicó, no sin dificultad: «Bendito sea Dios por el favor tan grande que nos hace», contestó emocionado su padre.

El desprendimiento fue duro para todos. «He pasado ratos muy amargos viendo a mis padres sufrir», contó Rafael al abad. «Pero, al mismo tiempo, he experimentado consuelo al ver que su sufrimiento es cristiano, y su sacrificio agradable a los ojos de Dios. Tengo unos padres que no merezco».

El 15 de enero ingresó en el noviciado de la Trapa de Dueñas (Palencia), pero solo pudo permanecer cuatro meses: enfermo de gravedad por diabetes, tuvo que volver a su casa para recuperar la salud. Si difícil fue dejar a los suyos para abrazar su vocación, igualmente lo fue dejar el claustro nada más llegar. Y no fue la única vez: a principios de 1936 se recuperó un poco y volvió al monasterio, pero esta vez como oblato, ya que por su enfermedad no podía hacer el noviciado ni emitir los votos religiosos. En septiembre de ese año volvió a salir a la fuerza junto a otros monjes jóvenes para combatir en la Guerra Civil. Declarado inútil para el servicio de armas, volvió al monasterio en diciembre. Y apenas dos meses después, agravada su enfermedad, le mandaron de nuevo a casa para recuperarse.

El año 1937 lo pasó casi entero entre sus familiares, hasta que el 15 de diciembre viajó otra vez –la última– hasta San Isidro de Dueñas. Los monjes le impusieron en un bonito gesto la cogulla monástica, que solo pueden llevar los que han hecho votos solemnes, conscientes de que a Rafael le resultaría imposible emitirlos nunca. Así, el 26 de abril de 1938, murió como un santo aquel al que le fue imposible profesar para siempre como monje.

Para el hermano Joaquín, san Rafael fue «como el joven rico del Evangelio, solo que él sí que lo dejó todo». Confió tanto en Dios que hasta abandonó en sus manos su deseo más querido: ser monje. «Es una gracia poder vivir así», dice el trapense.

El legado que san Rafael deja «es la simplicidad de la relación con Dios, pues habla con Él de una manera tan directa y cercana que conmueve», añade. Sin embargo, no se trata de un santo imitable «porque el mismo Rafael no imitó a ningún santo. Él, simplemente, se enamoró de Cristo, su vida era el Señor, y eso es algo que todos sí que podemos hacer: centrarnos en Dios, simplemente. “Ama a Dios y ya está”: Rafael no te diría nada más».

Y nada menos.

Bio
  • 1911: Nace en Burgos
  • 1930: Comienza a estudiar Arquitectura en Madrid
  • 1934: Ingresa en el monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas
  • 1938: Muere en la Trapa
  • 2009: Es canonizado por Benedicto XVI