25 de mayo: san Genadio, el monje que mandó callar al agua - Alfa y Omega

25 de mayo: san Genadio, el monje que mandó callar al agua

Renunció a sus responsabilidades como obispo de Astorga para retirarse al valle del Silencio, en el Bierzo. Allí restauró un monasterio que atrajo a una nutrida comunidad por la soledad y el contacto directo con Dios

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
'San Genadio', de la pintora berciana Ana María Martínez
San Genadio, de la pintora berciana Ana María Martínez. Foto: Ana María Martínez.

«Este es un lugar parecido al edén y tan apto como él para el recogimiento, la soledad y el recreo de los sentidos. Cierto es que está vallado por montes gigantescos, pero no creas por ello que es lóbrego y sombrío, sino rutilante y esplendoroso, lleno de luz y de sol, ameno y fecundo de verdor». Así definía san Valerio, en el siglo VII, el paisaje del valle del Silencio, un enclave situado en los montes Aquilianos, en la comarca leonesa del Bierzo, foco de atracción de monjes y ermitaños durante siglos. Hasta aquí encaminó una y otra vez sus pasos Genadio, uno de los santos que dio a luz esta zona que hoy se conoce como la Tebaida berciana, en alusión a la región de Egipto en la que se refugiaron miles de ermitaños en los primeros siglos del cristianismo.

La cueva del santo sigue siendo hoy destino de romerías
La cueva del santo sigue siendo hoy destino de romerías. Foto: FCPB.

Se cree que Genadio nació en algún lugar de la comarca del Bierzo en torno al año 865. Se le atribuye un parentesco cercano con los reyes Ordoño I y Alfonso III. Atraído por la vida religiosa, se formó en el monasterio de Ageo y hacia el 895 se decidió a restaurar el monasterio benedictino de San Pedro de Montes.

Este lugar había sido fundado dos siglos antes por san Fructuoso y san Valerio, a quienes se atribuye el origen del monacato visigótico. La zona, a caballo entre León y Galicia, acogía desde antiguo a pequeños grupos de anacoretas, muchos de los cuales se unieron en cenobios a los que san Fructuoso dotó de una regla de vida. En su época dorada, el valle del Silencio llegó a tener más de un centenar de hombres repartidos por sus colinas y sus cuevas.

«Vivían en comunidad, pero en tiempos litúrgicos fuertes, como la Cuaresma, cada uno marchaba a una cueva o una ermita para una oración más profunda y luego se juntaban de nuevo en Pascua. Así unían lo individual y lo comunitario», afirma Antolín de Cea, rector de la basílica de la Encina, en Ponferrada.

Monasterio de San Pedro de Montes, restaurado por el santo leonés
Monasterio de San Pedro de Montes, restaurado por el santo leonés. Foto: Fogar Mozárabe.

La invasión musulmana había destruido este remanso de paz y ahuyentado a sus pobladores hasta la llegada de san Genadio. Él levantó de nuevo San Pedro de Montes en tres años y atrajo hacia él una incipiente comunidad de hombres con un gran deseo de Dios. Al año siguiente, a instancias del rey Alfonso III, Genadio fue nombrado obispo de Astorga. Llevó esta carga 20 años, hasta que en 919 renunció al obispado.

«Fue un hombre que amaba el silencio y la comunidad, el estudio y la meditación por encima de todo», señala De Cea. Por eso, tras dejar las riendas de la diócesis, se retiró de nuevo al valle del Silencio, donde alternó su labor de abad con frecuentes períodos de oración en la cueva que hoy lleva su nombre. También sacó adelante la fundación de los cenobios de Santiago de Peñalba, Santo Tomás, San Pedro y San Pablo de Castañeda y San Andrés de Montes, siempre en el mismo entorno del valle del Silencio. En ocasiones contó con la ayuda de monjes de la península ibérica e incluso de Francia. Consciente de la importancia de la formación —algunos de los hermanos ni siquiera sabían leer—, se ocupó de adquirir libros para crear una nutrida biblioteca, que viajaba de un lugar a otro del valle según las necesidades de cada comunidad.

Volver a la naturaleza

«Todos ellos compartían sus problemas entre ellos y estaban bajo la dirección y el acompañamiento espiritual del abad. A san Genadio lo eligieron los monjes con mucho cariño, sin duda por sus grandes dotes humanas y espirituales», señala el rector de la basílica de la Encina. De esta segunda etapa en la vida del santo abundaron leyendas de todo tipo, como la de que un día se encontró un unicornio en el bosque y desde entonces le acompañaba en sus paseos; o la de que un día, cansado del murmullo de un arroyo cercano, dijo al agua «cállate», y se desvió el curso del río.

Genadio acabó sus días en Peñalba, el monasterio que quiso dedicar al apóstol Santiago, en torno al año 936. «De él podemos aprender hoy el amor al silencio, tan necesario en esta sociedad de ruidos», afirma De Cea, quien destaca también «su amor a la naturaleza, al valor de la comunidad y la necesidad del crecimiento espiritual». Por eso cuenta que cuando el ruido lo atosigaba y los deberes como obispo le separaron de su vocación primera, lo dejó todo para irse a la contemplación en su cueva: «Evitó a toda costa aquello que no iba con su vida espiritual y no dudó en cortar con lo que perjudicaba su conexión con Dios». Por eso, siguiendo su ejemplo, De Cea recomienda al lector «volver a oír el agua correr, escuchar el canto de los pájaros, tener un contacto con las cosas manualmente, sin tanta tecnología de por medio, contemplando cosas que nunca ha visto y admirarse por las cosas sencillas».