22 de marzo: san Nicholas Owen, el carpintero que ocultó a los curas en agujeros
A la luz de las velas, construyó infinidad de refugios que preservaron la vida de muchos sacerdotes y el culto católico durante la persecución en Inglaterra. Hasta logró rescatar a uno de la torre de Londres
Tan solo tres días después de recordar a san José, el santoral nos lleva a celebrar la vida de otro carpintero, este nacido siglos más tarde, que usó su oficio para salvar de la muerte a muchos sacerdotes. Nicholas Owen nació en 1562 en Oxford (Inglaterra), en el seno de una familia devotamente católica en la que dos de los tres hijos se hicieron clérigos. El tercero, Nicholas, aprendió el oficio de su padre y pronto se hizo ducho en el arte de trabajar la madera.
En aquel tiempo, pocos años después de la Reforma de Enrique VIII, todos los habitantes del reino estaban obligados a vivir su fe en la Iglesia separada de Roma. Los católicos estaban perseguidos y hasta poseer un rosario estaba duramente castigado. Para mantener la fe de aquella comunidad, muchos clérigos se formaban en suelo continental para luego entrar de incógnito en las islas y poder celebrar Misa a escondidas de las autoridades. Esa Iglesia dio muchos mártires, algunos de ellos sacerdotes recién ordenados que apenas llevaban algunos meses de ministerio. Para protegerlos y asegurar un culto por fuerza clandestino, los feligreses los llevaban de un lado a otro ocultándolos de la persecución de los soldados del rey, a veces con éxito y otras veces sin él.
Pronto se hizo evidente que era necesario ofrecer cobijos seguros y que, para ello, había que encontrar personas de fiar con las habilidades necesarias. Aquí es donde entró en juego el protagonista de esta historia: Nicholas Owen, un católico fiel y un carpintero de primera, que dedicó buena parte de su vida a montar, dentro de las casas de católicos clandestinos por toda Inglaterra, los priest holes o agujeros para curas.
«Un coraje inmenso»
A simple vista, era un hombre como todos; incluso cojeaba y padecía de una hernia. «Pero tenía un secreto», cuenta a Alfa y Omega Tim Guile, presidente de la Asociación de Historia Católica Inglesa y autor de varios artículos sobre este tema. Owen «construía ingeniosos escondites para sacerdotes en esa época en que la práctica de la fe católica estaba prohibida por ley». Así, «trabajaba en secreto, de noche, a la luz de las velas, viajaba por todas partes con nombres falsos y no recibía nunca dinero a cambio de su labor. Sin duda, era un hombre de enorme fe y de un coraje inmenso», abunda Guile.
Su discreción era tal que ni siquiera los sirvientes de las casas donde trabajaba conocían su labor. Tenía tanto ingenio que llegó a hacer habitáculos para varias personas. Alguno de ellos tenía incluso otro escondrijo añadido, para despistar a los perseguidores en caso de ser descubierto el primero.

La mayoría de los escondites que se conservan hoy en día se encuentran en casas solariegas, pero también los hubo en pueblos y ciudades, especialmente en Londres. Mientras Owen trabajaba en el centro y sur del país, el sacerdote jesuita Richard Holtby lo hacía en el norte. Sus escondites los hacían en chimeneas, detrás de paredes falsas, en huecos de escaleras e incluso en los retretes.
Owen ya fue detenido por un breve tiempo en 1582 junto al jesuita Edmundo Champion, a cuyo servicio estuvo. Sin embargo, aunque el sacerdote fue llevado al martirio, él logró ser liberado sin sospechas. Aunque le volvieron a apresar años después cuando acompañaba a otro jesuita, los soldados estaban tan entusiasmados con su captura que no alcanzaron a valorar la identidad de su acompañante. En 1597 ideó un cinematográfico plan, a base de cuerdas, para rescatar a un sacerdote de su cautiverio en la torre de Londres y darse a la fuga con él desde un embarcadero del Támesis. En aquella ocasión salvó el pellejo por los pelos. La tercera vez que le apresaron ya no tuvo tanta suerte.
Era marzo de 1606. Los católicos estaban en el punto de mira porque se los acusaba de haber querido volar el Parlamento el año anterior en la llamada Conspiración de la Pólvora. Owen se tuvo que esconder de sus perseguidores junto a dos sacerdotes y un hermano jesuita en el agujero de una casa cerca de Worcester. Los soldados iban y venían sin encontrarlos, hasta que tras varios días de hambre y penurias Owen y el lego decidieron salir y entregarse antes de que lo hicieran los curas, para salvar sus vidas. Pero los soldados no desistieron y al final detuvieron a todos, para llevarlos a la temida cámara de torturas de la tenebrosa torre de Londres. Allí, Owen fue torturado varios días hasta que su cuerpo cedió y se le salieron las entrañas. Aun así, nunca reveló los escondites que había llegado a construir por toda la geografía inglesa.