Familia, sé lo que eres - Alfa y Omega

Familia, sé lo que eres

Alfa y Omega
‘Sagrada Familia con la Magdalena’, de El Greco. Museo de Cleveland (Estados Unidos).

«¿Que cuántos hijos voy a tener? Uno sólo, porque queremos que tenga calidad de vida». Esta respuesta de una recién casada, a una encuesta radiofónica emitida hace unos días, es síntoma bien elocuente del grado de ceguera al que se ha llegado en nuestra sociedad, respecto a lo que es la familia y, en definitiva, la vida humana en cuanto tal. En otra encuesta, una pareja casada hace varios años explicaba que no tenían hijos porque todavía les faltaban algunas cosas que, de hecho, consideraban prioritarias: el chalet en la playa, el fueraborda, el último modelo de automóvil…, las mil y una comodidades de la citada calidad. Quienes viven la experiencia de una familia verdadera jamás se expresarían así, por grandes que puedan ser sus dificultades. ¿Acaso las familias numerosas, que en España precisamente, a pesar del incremento inusitado de los obstáculos a superar, no son pocas, cambiarían a uno solo de sus hijos por las citadas comodidades? No era una afirmación vacía, desde luego, la de Juan Pablo II en la Exhortación apostólica Familiaris consortio, hace justamente ahora 25 años: «¡El futuro de la Humanidad se fragua en la familia!».

La celebración, estos días, del V Encuentro Mundial de las Familias, en Valencia, «en un momento histórico en que la familia es objeto de muchas fuerzas que tratan de destruirla o deformarla –lo decía ya la Familiaris consortio, y hoy sin duda es aún más vigente–, la Iglesia siente de manera más viva y acuciante su misión de proclamar a todos el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia, asegurando su plena vitalidad»; porque la institución matrimonial no es una opción más entre otras, ni siquiera la opción más valiosa –¡cuánto menos un capricho de ciertos aguafiestas!–; es, sencillamente, la verdad, el bien y la belleza radicales de la vida. Tan es así, que en ella, en la unión indisoluble y para siempre de un hombre y una mujer, fuente y santuario de la vida humana, está impresa la imagen misma de Dios, y todo lo que pueda mancharla, o siquiera mínimamente empañarla, necesariamente lleva al fracaso de la infelicidad, por mucho que se intente maquillar con toda clase de falsas calidades de vida.

En su bellísima primera encíclica, Dios es amor, verdadera Carta magna del matrimonio cristiano, Benedicto XVI no duda en abordar la objeción que ya hiciera Nietzsche y que hoy enarbola la cultura dominante del goce inmediato a cualquier precio: «La Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, ¿no convierte acaso en amargo lo más hermoso de la vida?». ¡Todo lo contrario! Lejos de rechazar la pasión amorosa del hombre y la mujer –lo rechazable es su desviación destructora, cuando se desliga de su fuente divina–, el cristianismo lo lleva a su plenitud verdadera, que es éxtasis, sí, «pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí». Se revela así el amor cristiano, «que ahora ha llegado a ser verdaderamente descubrimiento del otro, superando el carácter egoísta que antes predominaba. Ahora el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro». No es una opción más, en efecto, el matrimonio y la familia, sino el único camino a la medida del hombre. Así de claro lo dice el Papa: «A la imagen del Dios monoteísta corresponde el matrimonio monógamo. El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano».

El Papa Benedicto XVI viene a Valencia para ratificar esta verdad, para decirnos con renovado vigor la misma palabra de aliento que hace 25 años lanzara su predecesor: «¡Familia, sé lo que eres!», convencido igualmente de que «la familia posee y comunica todavía hoy energías formidables capaces de sacar al hombre del anonimato, de mantenerlo consciente de su dignidad personal, de enriquecerlo con profunda humanidad y de inserirlo activamente con su unicidad e irrepetibilidad en el tejido de la sociedad». Y es que, «fundada en el amor y abierta al don de la vida, la familia lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad», en palabras también de Juan Pablo II, en su Mensaje para la Jornada de la Paz de 1994. El año precisamente de su Carta a las familias, cuyas palabras de aliento renovará, sin duda, Benedicto XVI en Valencia: «Queridas familias: ¡No tengáis miedo de los riesgos! ¡La fuerza divina es mucho más potente que vuestras dificultades!».