Dolor misionero - Alfa y Omega

El objetivo de la Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará el próximo 11 de febrero, es que los cristianos volvamos a las fuentes de nuestra vocación. En primer lugar, los profesionales de la salud, de modo que vean en el enfermo el rostro doliente de Cristo y el hermano al que tratar como buenos samaritanos. Ello será la mejor garantía para que la técnica y los avances farmacológicos estén al servicio de la persona humana en todas las fases de la enfermedad.

Pero esto vale también para todos los cristianos. La caridad cristiana permite ver al enfermo no como un extraño, sino como alguien que es imagen de Dios: es hijo de Dios y es un hermano. Por eso, el servicio a los enfermos –tanto de los profesionales como de los voluntarios y capellanes– no puede quedarse en un mero servicio social, sino que tiene una dimensión esencial de fe. Tanto el enfermo como sus familiares han de percibir un testimonio de caridad cristiana y de personas que comparten su fe y su vida.

El mundo de la salud y de la enfermedad es hoy, como siempre, un lugar privilegiado para la nueva evangelización. Estar cercano a quien está al borde del camino de la vida no sólo es un acto de solidaridad, sino, ante todo, es un hecho espiritual.

Por otra parte, el enfermo no debe quedar al margen de su propia enfermedad. Aunque sea una realidad dolorosa, no es un castigo divino ni un mal del que hay que liberarse al precio que sea, incluso poniendo fin a la vida. Como el dolor, es un misterio, pero un misterio esclarecido: Jesucristo ha vencido a la muerte. Desde entonces, la enfermedad y la muerte no tienen ya la última palabra, sino que se han convertido en puerta que abre a una nueva vida. Unidos a Cristo, la enfermedad y el dolor «pueden llegar a ser experiencias positivas», como dice el Papa Francisco. Todos conocemos personas que descubrieron o se reencontraron con Dios mediante una enfermedad.

¡Cuántos enfermos se convierten en auténticos misioneros de su entorno, porque llevan su enfermedad con exquisita paciencia y hasta con alegría! ¿Cómo no recordar al Beato Juan Pablo II, que cautivó al mundo entero por su aceptación gozosa del dolor? La estampa de un Papa impotente y crucificado ganó las batallas que antes se le habían resistido.