Un modo nuevo de llamada - Alfa y Omega

Un modo nuevo de llamada

Tras la JMJ de Madrid, Benedicto XVI definió las JMJ como «una medicina contra el cansancio de creer», y afirmó que en ellas se perfila «un modo nuevo, rejuvenecido, de ser cristiano». Esta novedad se manifiesta también en un nuevo modo de sentir la llamada del Señor. El repunte de las vocaciones después de cada Jornada ratifica que las Jornadas suponen, para muchos jóvenes, un impulso para plantearse qué les pide Dios. ¿Qué tienen estos encuentros para mover a un joven a dar un Sí radical al Señor? Algunos jóvenes que lo han vivido en primera persona explican su experiencia

María Martínez López
Un momento de la JMJ de Madrid 2011

Cuando la Conferencia Episcopal Española presentó sus datos sobre el reciente aumento del número de seminaristas, una de las primeras preguntas fue: ¿es fruto de la JMJ de Madrid? Monseñor José Ángel Sáiz Meneses, Presidente de la Comisión episcopal de Seminarios y Universidades, confirmó que, «después de cada JMJ, hay un incremento en las vocaciones sacerdotales», a la vida consagrada y al matrimonio. Sólo mirando a las dos últimas Jornadas, se ve que el número de seminaristas en España ha aumentado un 6,5 % desde 2011. En Australia, desde la JMJ de Sídney, ha crecido un 54 %; aunque, según informa Religión en Libertad, esto no se puede atribuir sólo a la Jornada, pues hay muchos seminaristas extranjeros.

«La JMJ –añadió monseñor Sáiz Meneses– es un momento propicio para que los jóvenes se hagan las grandes preguntas de la vida, y para que encuentren respuestas a la luz de la fe». También el documento Vocaciones sacerdotales para el siglo XXI describe las Jornadas como «una excelente oportunidad para sembrar la semilla de la vocación». Estos encuentros «suscitan en el joven una apertura sincera a los valores trascendentes, crece en ellos el deseo de una relación intensa con el Señor» y «el sentido de pertenencia a la Iglesia. Se experimenta, comunitaria y personalmente, la alegría de ser discípulo de Cristo y miembro de su Cuerpo, la Iglesia».

Jesús Trujillo, seminarista de Sevilla, está convencido de que «no hay pastoral juvenil que no sea vocacional. Los jóvenes estamos en búsqueda, y no se entendería esa búsqueda» sin que cada uno descubra su propia vocación. La de Jesús brotó mientras preparaba los Días en las Diócesis previos a la JMJ de Madrid. Había decidido ser voluntario para retomar su relación con la Iglesia. «Como fruto del servicio intenso, de la oración por la Jornada y del ejemplo de sacerdotes que tenía cerca, empecé a plantearme entrar en el Seminario». Hasta entonces, cuando le preguntaban si tenía vocación al sacerdocio, decía que no. «Me di cuenta de que lo hacía demasiado rápido. La pregunta estaba ahí, y nunca me había atrevido a responderla. Fuera cual fuera el resultado, no podía seguir adelante sin hacerlo. Los días en Madrid ratificaron» el que ya había dado.

Luis Ríos (en el centro), durante la JMJ de Colonia 2005

El padre Fausto Calvo, formador del Seminario Conciliar de Madrid, confirma que las JMJ «son una genialidad de Juan Pablo II», que llevan produciendo este fruto desde su comienzo. Su propia vocación se vio reforzada en las Jornadas de Santiago de Compostela y de Czestochowa, a las que acudió como seminarista: «La experiencia de fe de una JMJ hace que quien va a ellas con un planteamiento vocacional previo» dé el paso de seguir la llamada; y «que quien a lo mejor todavía no lo había pensado, se plantee qué quiere el Señor de él».

Esto se repitió en Denver, Manila, París, Roma, Toronto, Colonia… Fue precisamente en esa Jornada en la que Luis Ríos sintió, un día de repente, «un amor inmenso. Supe que era Jesús queriéndome. Siempre me habían hablado del amor de Dios, y yo lo creía, pero allí lo experimenté por primera vez. El Papa y los obispos hablaban de una forma que nunca había oído antes. Empecé a tener la inquietud de ser sacerdote. La atribuí al subidón del momento, pero por más que intentaba apartarla, ahí seguía. Estuve luchando año y medio, hasta que comprendí que, si el Señor me llamaba, era porque podía llenar esa necesidad de amor y de ternura que tenía». Dios mediante, se ordenará diácono en unos meses, en Madrid. Luis cree que la fecundidad vocacional de las JMJ se debe, sobre todo, a su dimensión eclesial; a «toda la gente que reza por ellas», y a que, «cuando estás ahí, ves qué es la Iglesia». También al volver, mientras discernía su vocación, «fue muy importante continuar esa vivencia en la parroquia».

Una felicidad interior

También David Alís, del Seminario de Valencia, da mucha importancia a esta vivencia eclesial durante una JMJ; en su caso, la de Madrid. Durante esos días, «Jesucristo fue preparando mi corazón. Sentía que las catequesis de nuestro obispo iban dirigidas a mí. Vas madurando con la gente de tu entorno, te sientes Iglesia, ves que existe una respuesta para tu vida. Todo eso te va sembrando el corazón». Otro ingrediente fundamental fue ver «la alegría de tanta gente joven, el ser todos uno. Esa felicidad interior te hace preguntarte cosas más serias». Toda esta preparación culminó durante el encuentro vocacional con Kiko Argüello –David está en una comunidad del Camino Neocatecumenal–. El Espíritu Santo «me abrió el oído, y cada palabra sobre la evangelización y sobre cómo necesitamos a Cristo para vivir para los demás me llamaba. Yo estudiaba Magisterio y música, no me había planteado nada. Fue como un flechazo».

Son muchos los ingredientes que hacen de las JMJ un suelo fértil para las vocaciones. A los citados hasta ahora, don Fausto añade «la Eucaristía -la principal forma de oración que tenemos- y la Confesión». En su discurso de 2011 a la Curia, Benedicto XVI desgranó las grandes aportaciones de las Jornadas: experiencia de Iglesia, servicio en el voluntariado, oración –Eucaristía, adoración–, Confesión, y la alegría de saberse amado por Dios. Estos cinco ingredientes constituyen «una medicina contra el cansancio de creer», que hacen de las JMJ «una nueva evangelización vivida. Cada vez con más claridad se perfila en las Jornadas un modo nuevo, rejuvenecido, de ser cristiano». No es de extrañar que ayuden a muchos jóvenes a entregar sus vidas al Señor.

El vivero de los movimientos

José Ramón Rubio había ido a un colegio religioso, «pero no me había enterado de nada» y practicaba por rutina. A raíz de un Cursillo de Cristiandad, «me encontré por primera vez con el Señor. Fue un punto de inflexión: empecé a rezar, a confesarme y a vivir la fe dentro de una comunidad. Fui descubriendo que, a medida que entregaba mi vida al Señor, era cada vez más feliz e iba ordenando mi vida». Comenzó un proceso de discernimiento, y ahora cursa 6º en el Seminario Conciliar de Madrid.

En las últimas décadas, los movimientos y nuevas realidades eclesiales están siendo otro vivero de vocaciones. Don Fausto explica que, como las parroquias, «son lugares de vida cristiana, y las vocaciones nacen en estos lugares. En tiempos de tanta secularización, la identidad cristiana es muy importante, y los jóvenes que están en movimientos tienen una identidad cristiana muy viva -lo que no quiere decir que en las parroquias no la haya-. El movimiento vive la fe desde un aspecto concreto, y hay gente a la que eso le ayuda mucho». Además, «han contribuido a revitalizar el testimonio de la fe en el mundo», y en ellos se hace un planteamiento vocacional más explícito, «sin velos de por medio»; algo se ha extendido a otros ámbitos. Para David Alís, esto es fundamental. Si en el Camino «no me hubieran anunciado el kerigma y luego no hubieran pedido vocaciones» en el encuentro con Kiko tras la JMJ de Madrid, «eso que tenía dentro no se habría manifestado».