Lope de Vega, sacerdote madrileño - Alfa y Omega

El 29 de junio de 1625 Lope de Vega ingresaba en la Congregación de San Pedro Apóstol de presbíteros seculares naturales de Madrid, que había creado el licenciado Jerónimo Quintana en 1619. La admiración de Quintana por Madrid está fuera de toda duda, porque es autor de la Historia de la antigüedad, nobleza y grandeza de la coronada villa de Madrid (1629), pero también se aprecia su preocupación por los clérigos, porque la congregación se había creado para socorrer a los sacerdotes pobres, ya fuera para auxiliarlos si estaban presos o para enterrarlos dignamente.

En el caso de Lope, la devoción venía de más atrás: se había ordenado en Toledo en 1614, el mismo año en que aparecen su Rimas sacras, aunque ya antes había ingresado en otras congregaciones religiosas. Pero en esta última etapa de su vida su actitud cambia: en 1626 le cabe un papel protagonista en la atención al cardenal Barberino, sobrino del Papa, que había llegado a Madrid. El duque de Sessa, señor del poeta, tenía que darle la bienvenida en nombre de Felipe IV y Lope dedica al legado papal y a algunos miembros de su corte diversos poemas que después se publicaron en obras suyas.

A partir de 1627 la vida de Lope da un giro espiritual; de esa fecha es su primer testamento y también el nombramiento de doctor en Teología y caballero de la Orden de San Juan, debido al Papa Urbano VIII. Este nombramiento conllevaba el título de frey, que Lope no dejará de utilizar, como no tardará en retratarse con la cruz de Malta.

En 1628 es elegido capellán mayor de la congregación de sacerdotes y dedica un largo poema al cardenal infante, hermano de Felipe IV, con la intención de conseguir su protección para los sacerdotes madrileños. Varios miembros de la congregación son también poetas, amigos del Fénix: Juan Pérez de Montalbán, Lorenzo van der Hamen, Francisco de Quintana, José Ortiz de Villena o Sebastián Francisco de Medrano. También el sobrino del fundador, Francisco de Quintana, que dedica un sermón fúnebre a la muerte de Lope, donde da cuenta de sus ocupaciones como miembro de la congregación: el trabajo para ella, su caridad para con los pobres, sus servicios en hospitales, etc.

Lope se dedica a la composición de obras religiosas a lo largo de su vida, pero especialmente en estos años, como muestran los libros Romancero espiritual (1624); Triunfos divinos (1625); Soliloquios amorosos de un alma a Dios (1626); Corona trágica (1627); Alabanzas del glorioso patriarca san José (1628); la Isagoge a los Reales Estudios de la Compañía de Jesús (1629); Sentimientos a los agravios de Cristo (1632) y, por fin, las Rimas humanas y divinas de Tomé de Burguillos (1634). No se pueden olvidar las comedias religiosas, como La niñez del padre Rojas, San Pedro Nolasco o Los terceros de san Francisco, ni los autos sacramentales. Precisamente el licenciado Ortiz de Villena recoge en 1644 Fiestas del Santísimo Sacramento, que reúne loas y autos del autor.

Versos divinos vs. profanos

En esta última etapa de su vida, Lope no quiere seguir escribiendo obras de teatro (parece que no habían gustado algunas que representó), como confiesa al duque de Sessa, en carta de 1628, porque las comedias «quieren verdes años». Y añade «que no quiere el cielo que halle la muerte a un sacerdote escribiendo lacayos de comedias». Incluso se atreve a sugerir a su señor que le nombre su capellán, cosa que no consigue. Da la impresión de que el Lope religioso y el profano mantienen al final de su vida una lucha que le lleva a escribir versos divinos, pero no puede o no le dejan olvidar los humanos. Él mismo escribe a su señor: «Mal haya Amor, que se quiere oponer al cielo».

Alguna de sus mejores obras humanas pertenecen a esta última etapa, como la comedia El castigo sin venganza (1631), la acción en prosa La Dorotea (1632) o las citadas Rimas de Burguillos (1634); pero no se puede olvidar que en este libro y en los manuscritos que dejó el poeta se conservan también muchos versos divinos que nos hablan del delicado sentir de este sacerdote. Porque Lope dejó bastantes versos inéditos, muchos de ellos de contenido religioso, precisamente en los borradores de esos años, los conocidos como Códices Durán, Pidal y Daza (de 1626 hasta el final de su vida). En ellos aparecen extraordinarios versos dedicados a la Iglesia, a Cristo, a la Virgen o los santos, al sentimiento religioso, a tal o cual clérigo… Justamente el equipo formado por Víctor García de la Concha, Carlos Domínguez, y quien esto firma, ha editado el llamado Códice Durán-Masaveu y tiene en marcha la edición del segundo códice, conocido como Pidal, que contiene bastantes inéditos divinos de este genial poeta sacerdote.

El 29 de enero participó en una jornada de estudio sobre el IV centenario de la Congregación de San Pedro Apóstol de presbíteros seculares naturales de Madrid