La Iglesia quiere dar ejemplo contra la crisis climática
En paralelo a la COP25, varias entidades de Iglesia organizan el encuentro La cumbre del cambio climático y el cuidado de la casa común
«Cuatro años después del Acuerdo de París, debemos admitir lo lejos que están las palabras de las acciones concretas», ha advertido el Papa Francisco a los participantes en la COP25. Pero antes de dar lecciones a los demás, la Iglesia es consciente de que debe ella misma ser coherente en la lucha contra el cambio climático.
Este es el caballo de batalla del Movimiento Católico Mundial por el Clima, una de las organizaciones católicas implicadas en el encuentro La cumbre del cambio climático y el cuidado de la casa común, junto a la Conferencia Episcopal, CONFER, el Arzobispado de Madrid, Cáritas, Manos Unidas, Escuelas Católicas, el Movimiento Scouts Católico, Enlázate por la Justicia, Justicia y Paz, Redes, Cedis y Entreculturas, que se celebra este jueves en la Fundación Pablo VI de Madrid. El presidente del movimiento, el argentino Tomás Insua, cita en particular la campaña por la desinversión en fósiles e industrias contaminantes, un sector este último a menudo en el ojo del huracán también por la vulneración de derechos humanos. En los últimos ocho años, la cantidad desinvertida –ejecutada o comprometida– asciende a once billones de dólares, diez veces el PIB anual de España. De esa cantidad, asegura Insua, «las organizaciones religiosas representan un 23 % del total», tres de cada cuatro, a su vez, son católicas. «Esto es una muestra de la fuerza movilizadora de la fe para asuntos que tocan cuestiones tan importantes como el cambio climático», añade. «Además de hacer una fuerte llamada moral al respecto, esto corta los estímulos para invertir en esta industria. Vemos así que casos relevantes como los anuncios de desinversión de las conferencias episcopales de Bélgica, Irlanda y Austria», a los que se unen los de diversas Cáritas nacionales y congregaciones religiosas, «no son solamente cuestiones simbólicas, sino acciones concretas para enfrentar el cambio climático».
Esa nueva sensibilidad en la Iglesia, que entronca con «el legado de san Francisco de Asís», lo achaca Insua a la encíclica Laudato si. Pero también a la multiplicación de impactantes ejemplos sobre las consecuencias de la crisis climática, que nos recuerdan que «debemos como cristianos hacer algo urgentemente». Él, en particular, confiesa haberse caído del caballo al presenciar «los estragos del tifón Hiyan en Filipinas», que causó 6.300 víctimas mortales confirmadas en 2013. Este fue el detonante –dice– que le llevó a fundar en 2015 el Movimiento Católico Mundial por el Clima, del que forman parte hoy unas 900 asociaciones de todo el mundo, según un modelo que incide en la importancia de «la transformación de los estilos de vida desde el interior de la persona», puesto que «un ecologismo que no hiciera esto sería pura moda, pura fachada verde».
La propuesta se articula de forma muy concreta a través de la Guía Eco-parroquias, especialmente extendida en América Latina. «Se trata de promover cambios concretos como el uso de luces led, la revisión de la eficiencia energética de las instalaciones, recuperar especies vegetales nativas…». Y «en países donde la Iglesia es un referente social, motivar a todos los ciudadanos» a adoptar prácticas similares.
De este impulso surgen las oficinas diocesanas de ecología integral abiertas en Panamá y Ciudad de México, que –con la colaboración del movimiento– buscan extender el modelo a cada parroquia. Se trata de ejemplos piloto que Insua espera que se extiendan a otras diócesis, de modo que, en unos pocos años, puedan convertirse en «carbonos neutrales».
En 2007 el Vaticano anunció su intención de convertirse en el primer Estado «carbono neutral» del mundo, compensando sus (modestas) emisiones con acciones para la reforestación del Amazonas. La sensibilidad verde de Benedicto XVI fue heredada por Francisco, que llegó incluso a acompasar la publicación de Laudato si con el entonces presidente francés, François Hollande, para así darle un impulso a la Cumbre de París de 2015, la COP21. Y con ello, aportó a la lucha contra el cambio climático un relato ético para el que no bastan por sí solos los datos de la ciencia. Con un matiz de calado: convertida la ecología en gran causa moral planetaria, la encíclica dejó claro que esta lucha debe ir de la mano de la defensa de las poblaciones más pobres y vulnerables, que carecen de los medios tecnológicos del mundo rico para hacer frente a la transición energética.
El Papa ha enviado mensajes a cada cumbre climática de Naciones Unidas. A la inauguración de la COP25 en Madrid envió a su principal colaborador, el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado vaticano, que leyó extractos del mensaje del Pontífice a la presidenta de la cumbre, la ministra de Medio Ambiente chilena, Carolina Schmidt. Fue un mensaje, en primer lugar, de preocupación, porque «cuatro años después del Acuerdo de París, debemos admitir lo lejos que están las palabras de las acciones concretas». De modo que hay serias dudas sobre la posibilidad de «respetar los plazos requeridos por la ciencia» en la lucha contra el cambio climático, «así como por la distribución de los costes para ayudar a los más pobres y vulnerables, que son quienes más sufren sus consecuencias».
Pero a la vez Francisco celebra que cada vez sea mayor la conciencia sobre este tema, y en particular «la alta sensibilidad de los jóvenes». Firme defensora del multilateralismo, la Santa Sede pide un compromiso de la comunidad internacional contra la crisis climático, ya que –argumentó Parolin– «no podemos trasladar las cargas a la próxima generación para que esta asuma los problemas causados por las anteriores». Cuestión de ética.