19 de abril: san Elfego, el monje que fue martirizado por vikingos
El obispo de Canterbury se negó a empobrecer a su diócesis pagando el estratosférico rescate que pedían los vikingos daneses por su liberación. San Elfego pudo negociar con ellos años antes su salida del país, pero cuando llegó el momento de dar la vida por los suyos, no lo dudó
En los duros tiempos en los que se abría paso la cristiandad, la fe de Europa se construyó sobre el testimonio de numerosos mártires, entre ellos Elfego, obispo de Canterbury. Elfego, que en inglés antiguo significa «elfo alto», nació hacia el año 953 en algún lugar de la actual Inglaterra. Lo siguiente que sabemos de él es que se convirtió en monje en el monasterio de Deerhurst, en Gloucester, una primera vocación a la que siguió después la de ermitaño durante varios años.
En el año 984 lo encontramos ya como prior de la abadía de Bath, fundada por Dunstan, uno de los santos más conocidos de su tierra. Después de aquello fue nombrado obispo de Winchester, una responsabilidad que ejerció durante dos décadas y en la que destacó por su vida austera y por su trato de favor hacia los más pobres. En esta misión, además, extendió el culto por toda su diócesis a base de construir iglesias y templos. Llegó a ordenar la instalación de un órgano de dimensiones descomunales en la catedral: para hacerlo sonar se necesitaba la colaboración de 24 hombres y sus notas se podían escuchar con claridad fuera del templo a varios kilómetros de distancia.
Sin embargo, la principal preocupación de Elfego no procedía de dentro de las fronteras de su territorio, sino de fuera. Corrían los tiempos en los que hordas de vikingos asolaban las costas europeas desde Noruega hasta Portugal, llegando incluso al Mediterráneo. Eran en su mayoría agricultores que, ante la falta de cosechas, se lanzaban al mar en verano para rapiñar y volver a su tierra en invierno con el botín conquistado.
En el 994, el rey Etelredo II, apodado el indeciso, le confió a Elfego la misión de ir a mediar con los vikingos para amortiguar el daño que pudieran causar en el país, ya que después de atacar Londres se encontraban al acecho acampados en Southampton. Hasta allí fue a pedir una entrevista con el rey vikingo noruego Olav Tryggvason. Olav acababa de convertirse al cristianismo y encontró en el santo obispo a un compañero con el que poder hablar de su nueva fe. Así consiguió su palabra de salir de Inglaterra y no invadirla nunca más, algo que cumplió.
Con el país pacificado, Elfego fue nombrado obispo de Canterbury. Para recibir el palio de manos del Papa tuvo que viajar hasta Roma en un camino lleno de vicisitudes en el que, al volver a Inglaterra, fue asaltado y robado por los vikingos —esta vez, daneses— que atacaban Inglaterra por el sur.
Los daneses habían tomado el relevo a los noruegos en su acoso a las islas británicas, llegando hasta Canterbury en el año 1011. Las crónicas dicen que la ciudad fue sitiada durante 20 días en el mes de septiembre, y que solo consiguieron entrar y saquearla cuando recibieron la ayuda de Elfmaer, el prior benedictino de la abadía de San Agustín. No se sabe bien qué pasó, pero el caso es que a los pocos días Elfmaer estaba libre y Elfego preso en manos vikingas.
Durante los siguientes siete meses, los daneses pidieron a Elfego un rescate de 3.000 libras de plata, una auténtica fortuna. El obispo se negó y ordenó a los suyos que no empobrecieran la diócesis dando a sus captores dinero alguno. Por este motivo, el 19 de abril de 1012, en Greenwich, una turba de vikingos borrachos como cubas le apaleó hasta matarlo, abriéndole la cabeza con una hacha.
Su cuerpo fue encontrado incorrupto diez años después y llevado a la catedral de Canterbury, donde en 1170 otro gran santo inglés, Tomás Becket, rezó a su lado antes de ser también asesinado frente al altar mayor.