17 de octubre: san Richard Gwyn, el padre de seis hijos torturado por avisar de las Misas - Alfa y Omega

17 de octubre: san Richard Gwyn, el padre de seis hijos torturado por avisar de las Misas

Este sencillo maestro de escuela hacía de enlace entre comunidades católicas clandestinas en la Inglaterra de la Reforma. Fue delatado y perseguido por varios exsacerdotes

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Icono del santo en la catedral de Wrexham
Icono del santo en la catedral de Wrexham. Foto: Wikimedia Commons / Llywelyn2000.

La vida en la Iglesia es en realidad una ininterrumpida cadena cuyos eslabones son los testigos que nos vamos encontrando por el camino, al mismo tiempo que nosotros nos vamos convirtiendo en testigos para otros. Richard Gwyn —nacido en una humilde familia anglicana de Montgomeryshire, al este de Gales, en 1537 —fue a Oxford a estudiar, pero el estirado ambiente que se respiraba le desalentó y probó suerte en Cambridge. Allí se encontró con un profesor católico llamado George Bullock. Sus frecuentes conversaciones entre clase y clase le convencieron de la fe católica y acabó pidiendo su ingreso en la Iglesia de Roma.  

No eran buenos tiempos para los católicos. La apisonadora de la Reforma anglicana estaba en marcha y, tras la subida al trono de Isabel I —hija de Enrique VIII—, tanto Bullock como Gwyn se vieron obligados a dejar la universidad. Más pobre que un perro callejero, tuvo que volver a Gales, donde sobrevivió dando clase en varias escuelas alrededor de Wrexham, al norte de esta nación del Reino Unido. En su ir y venir por aquellos caminos, conoció a una mujer llamada Catherine, con la que se casó y llegó a tener seis hijos.

Bio
  • 1537: nace en Montgomeryshire.
  • 1557: deja su casa para estudiar en Oxford.
  • 1559: se ve obligado a dejar Cambridge por ser católico.
  • 1579: es arrestado por primera vez.
  • 1585: muere martirizado en Wrexham.
  • 1970: es canonizado por Pablo VI.

El entorno era cada vez más asfixiante. Gwyn recibía numerosas presiones para ir a los oficios anglicanos y así adaptarse a la nueva sociedad. Lo que pocos sabían era que, gracias a su labor itinerante, se había convertido en una pieza clave de la Iglesia empujada a las catacumbas. Los sacerdotes eran perseguidos y tenían que ir de un escondite a otro continuamente; eso hacía que las Misas clandestinas también cambiaran frecuentemente de fecha y lugar. La tarea de Gwyn consistía en difundir entre los fieles la información actualizada de esos encuentros para que la fe y los ánimos no decayesen.  

La renuencia de Gwyn a asistir a los servicios anglicanos y su resistencia a jurar el Acta de Supremacía —que declaraba a la Corona como cabeza de la Iglesia de Inglaterra, separada de Roma— empezó a atraer las suspicacias de muchos; en especial de William Downham, un exsacerdote católico al que la reina había nombrado obispo anglicano de Chester. La presión fue tal que el maestro se vio obligado a regañadientes a acudir un domingo al nuevo culto. Pero al salir, una bandada de cuervos se le echó encima para picotearle. Poco después, enfermó hasta temer por su vida. Entonces prometió a Dios que, si le devolvía la salud, nunca más volvería a entrar en un templo de los cismáticos. 

Cárcel y torturas

Él y Catherine tuvieron que huir al oeste. Se instalaron en un granero, donde Gywn se dedicaba a dar catequesis a los niños de las familias católicas. Pero una arriesgada visita al mercado de la ciudad propició que otro exsacerdote lo delatara y fuera enviado a la prisión de Wrexham, de donde pudo escapar la primera noche. Esa vida a salto de mata, sobreviviendo como podía de aquí para allá, duró 18 meses. Finalmente, fue arrestado de nuevo para ya no salir jamás de la cárcel.

Los cuatro años siguientes los pasó en una mazmorra subterránea conocida como la Cámara Negra, en un proceso interminable en el que se le invitó en varias ocasiones a abjurar de su fe para así alcanzar la libertad. Incluso le llevaron encadenado a una iglesia para que asistiera obligado al culto. Pero él movió con tal fuerza los grilletes que el ruido no permitió al predicador dar el sermón. A la salida, un clérigo le dijo que él también había recibido las llaves de la Iglesia, como Pedro. A lo que el preso contestó: «Con una diferencia, Pedro recibió las llaves del Reino de los cielos y tú, las de la cervecería». 

Su actitud le acarreó dos años de torturas, en los que el santo no desfalleció. Finalmente fue descoyuntado, sus entrañas fueron quemadas ante sus ojos y, por último, fue decapitado. Richard Gwyn «no era rey ni erudito, ni siquiera un sacerdote. Simplemente era un maestro de escuela padre de seis hijos», afirma Denise Trull, autora del blog Theology of home y admiradora del santo. Trull ve en él a un hombre «que superó su debilidad humana, no abandonó su fe en Dios y no pudo ser silenciado», por lo que, «a pesar de todo el sufrimiento y la tortura» que padeció, «resulta hermoso que un padre tuviera al final la última palabra».