16 de abril: san César de Bus, el catequista que se convirtió en catecismo
El Concilio de Trento dio santos que llevaron a muchos al cielo. Uno de ellos fue san César de Bus, fundador de una congregación especializada en transmitir las verdades de la fe cristiana a los más sencillos
«Todo en nosotros debe catequizar, debemos convertirnos en catecismo vivo», solía decir César de Bus, uno de los numerosos santos que desarrolló su apostolado en las coordenadas del Concilio de Trento. Nació en Cavaillon (Francia) en febrero de 1544, el séptimo de 13 hijos. La educación religiosa que vivió en casa y en el colegio de los jesuitas de Aviñón se disipó pronto debido a las malas compañías. Combatió en las guerras de religión contra los hugonotes —protestantes franceses de fe calvinista—, pero una grave enfermedad le obligó a volver a casa, donde siguió con la misma vida disoluta que llevaba antes de irse. Con el corazón muy lejos de Dios, el rey Carlos IX lo llamó a su lado como guardia real. Nada le satisfacía, así que decidió regresar una vez más a Cavaillon.
Su estado debió de llamar la atención de los vecinos del pueblo. Se sabe de dos personas en concreto que oraron por él y le animaron a salir de esa situación y volver a Dios. Luigi Guyot, un sastre que trabajaba como sacristán de la catedral, le evangelizó con su compañía; y Antonieta Reveillade, una mujer sencilla e iletrada amiga de su familia, le regaló una Vida de santos que fue un primer eslabón en su proceso de conversión.
Una noche, mientras se disponía a dejar su casa después de un rato de lectura, le pareció escuchar la voz de Cristo que le decía: «¿Vas a crucificarme otra vez?». Al final se quedó y, en cambio, pasó la noche en oración junto a Antonieta. Poco tiempo después lo invitaron a un baile. A mitad de la velada, aburrido y asqueado por la superficialidad de su vida, se dio un paseo hasta que se topó con un convento de clarisas. En el aire sonaban los cantos de las monjas y César pensó: «¡Qué miserable soy! Estas monjas se levantan de noche a alabar a Dios, mientras yo voy a ofenderlo».
Imaginación y creatividad
Corría el año 1575 y ya no dilató más su respuesta a Cristo. Contactó con el padre jesuita Pierre Péquet, que le guio en esos primeros pasos en la fe y despertó en él la vocación. Recibió la ordenación sacerdotal en 1582 y enseguida se convirtió en un catequista convencido de que las verdades del cielo tenían que llegar a los niños y a los pobres. Con ese fin, desarrolló unos contenidos adaptados a la capacidad de sus destinatarios, usando medios sencillos a la par que imaginativos: paneles con escenas del Evangelio pintadas por él mismo, cantos fáciles de recordar, siempre en un lenguaje directo y accesible a todos, valiéndose tanto de la Palabra de Dios como de las vivencias concretas de la vida cotidiana.
En aquellos años, se estaba desplegando en la Iglesia católica la respuesta al desafío protestante, que precisaba tanto de doctrinas claras como de ejemplos de santidad. César encontró ambos en la figura de san Carlos Borromeo, a quien conoció en 1583. Obispo y catequista a un tiempo, el estilo sacerdotal de Borromeo comenzó a cuajar en César. Formó a varios jóvenes a los que envió por los pueblos para enseñar doctrina. Pero el proyecto tenía vocación de ser algo más grande. Para discernir mejor, se retiró durante dos años a una pequeña ermita en una colina que domina Cavaillon. Allí oraba día y noche ante el Santísimo y estudiaba el catecismo salido de Trento. Volvió a Cavaillon y reunió a un grupo de curas dedicados a enseñar las verdades de la fe a quienes no las conocían. Así, en 1592 nació la Congregación de Padres de la Doctrina Cristiana, llamados popularmente doctrinarios.
- 1544: Nace en Cavaillon, al sureste de Francia
- 1575: Se convierte definitivamente al Señor
- 1582: Es ordenado sacerdote y al año siguiente conoce a san Carlos Borromeo
- 1592: Funda la Congregación de los Padres de la Doctrina Cristiana
- 1607: Muere en Aviñón
- 2022: Es canonizado por el Papa Francisco
César de Bus fue elegido superior general, aunque tuvo que dejar muy pronto esa responsabilidad por problemas de salud que acabaron con su vista los últimos años de su vida. Sin embargo, decía que «no he visto ni leído nada comparado con lo que Dios me ha hecho ver desde que me quedé ciego». Murió en la mañana de Pascua de 1607, tal como había predicho unas semanas antes.
«San César de Bus experimentó la gracia de la conversión no solo para llevar una fe viva sino también para entregársela al pueblo», afirma Sergio La Pegna, superior general de los doctrinarios. Su apostolado fue «directo y específico», continúa, basado «en la Palabra de Dios y en los decretos del Concilio de Trento», siempre en favor «de la catequesis para los pequeños y los pobres».