1562-2012 - Alfa y Omega

Este año, unos días después de la Asunción de la Virgen, la ciudad de Ávila ha celebrado un grandioso acontecimiento. El 24 de agosto, fiesta de Natanael o san Bartolomé, como le llamó luego Cristo, marca un hito en el Carmelo femenino.

Han pasado los tiempos desde que santa Teresa, aquella extraordinaria mujer, encontró a Dios en una imagen de la humanidad de su Hijo entre los corredores del enorme monasterio de la Encarnación, donde era monja desde los 20 años. Desde ese momento dedicó su vida a amarle.

Maduró su vocación entre luchas internas y, poco a poco, fue ganando en ella una forma de entregarse radicalmente a servirle al estilo de los primitivos fundadores de la Orden: pobreza, sacrificio, oración por la Iglesia y amor a las almas, todo ello «para dar contento a su Esposo y a su Madre la Virgen».

Para ello compró, no sin dificultades, unas casitas extramuros con el fin de convertirlas en un convento que pondría bajo la advocación de san José. Era el 24 de agosto de 1562 cuando allí entró la madre Teresa, descalza y con la compañía de cuatro huérfanas pobres, sus primeras monjas.

Este modo de vivir, nuevo para los habitantes de su ciudad, fue rechazado por sus superiores religiosos y civiles. Las autoridades abulenses, reunidas en concejo, se propusieron tirar abajo el nuevo convento, mandar de vuelta a la Fundadora a su convento de origen. El pleito fue tan largo que llegó a la Corte, donde nunca se resolvió.

¡Qué noche vivimos este 24 de agosto de 2012 en la iglesia del convento de San José, aún en pie y más vivo que nunca! En la iglesia, se celebró una solemne Misa concelebrada, presidida por el cardenal Antonio Cañizares, rodeado de arzobispos y obispos de distintas diócesis españolas, muchos sacerdotes, padres carmelitas con sus capas blancas, religiosos de diversas Órdenes y países y numeroso público, seguidores de a pie que, como yo, participamos de la doctrina de la que hoy es Doctora de la Iglesia.

En una urna, en las gradas del altar, el pie incorrupto de la Santa nos recordó los casi seis mil kilómetros que anduvo por los caminos de España. La imagen del escultor Gregorio Fernández, que habitualmente preside la capilla donde nació la niña Teresa de Ahumada y Cepeda, llenaba con su presencia la iglesia conventual de San José…; radiante es su gesto de mística, rodeada de flores e iluminada con profusión de velas.

Al terminar la Misa, nos esperaba fuera, bajo un cielo azul intenso, la Guardia Real que recibió a la Santa al son de su himno. Las voces dulces de las madres carmelitas se oían en la distancia. Comenzó la marcha lenta y solemne de la procesión. La imagen de la Santa volvía a su lugar natal, hoy convento de los padres carmelitas, triunfante y querida, cuatrocientos cincuenta años después de aquella dramática entrada en el convento de San José, del que luego surgiría un raudal de fundaciones por el mundo entero.

Asunción Aguirrezábal