La Ley y el Sermón de la montaña - Alfa y Omega

La Ley y el Sermón de la montaña

El Papa Juan Pablo II cumple hoy 80 años. Desde hace 22 gobierna la Iglesia católica y se ha convertido, por derecho propio bien ganado, en la más alta y creíble instancia moral de la Humanidad en esta hora de la historia del mundo. Al desearle sinceramente toda la felicidad que se merece y pedir para él todas las bendiciones de Dios, Alfa y Omega considera oportuno celebrar tan gozosa efeméride ofreciendo a nuestros lectores uno de los más espléndidos regalos de su excepcional magisterio: el texto íntegro, en traducción de L’Osservatore Romano, de todos los discursos de su inolvidable e histórica peregrinación pastoral a Tierra Santa, al cumplirse 2.000 años de la Encarnación de Jesucristo

Redacción
Llegada del Papa Juan Pablo II al monte de las Bienaventuranzas donde le esperaban cien mil jóvenes

Homilía en el monte de las Bienaventuranzas (24 de marzo)
La Ley y el Sermón de la montaña

«Mirad, hermanos, vuestra vocación!» (1 Co 1, 26).

Hoy estas palabras de san Pablo se dirigen a todos los que hemos venido aquí, al monte de las Bienaventuranzas. Estamos sentados en esta colina como los primeros discípulos, y escuchamos a Jesús. En silencio escuchamos su voz amable y apremiante, tan amable como esta tierra y tan apremiante como una invitación a elegir entre la vida y la muerte.

¡Cuántas generaciones antes que nosotros se han sentido conmovidas profundamente por el sermón de la Montaña! ¡Cuántos jóvenes a lo largo de los siglos se han reunido en torno a Jesús para aprender las palabras de vida eterna, como vosotros estáis reunidos hoy aquí! ¡Cuántos jóvenes corazones se han sentido impulsados por la fuerza de su personalidad y la verdad apremiante de su mensaje! ¡Es maravilloso que estéis aquí!

Gracias, arzobispo Butros Mouallem, por su amable acogida. Le ruego que transmita mis saludos cordiales a toda la comunidad greco-melquita que usted preside. Extiendo mi saludo fraterno a los numerosos cardenales, al patriarca Sabbah, así como a los obispos y sacerdotes presentes aquí. Saludo a los miembros de las comunidades latina, incluidos los fieles de lengua hebrea, maronita, siria, armenia, caldea y a todos nuestros hermanos y hermanas de las demás Iglesias cristianas y comunidades eclesiales. En particular, doy las gracias a nuestros amigos musulmanes, a los miembros de fe judía, así como a la comunidad drusa. Este gran encuentro es como un ensayo general de la Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará en Roma, en el mes de agosto. El joven que ha hablado ha prometido que tendréis otra montaña, el monte Sinaí.

• Hace precisamente un mes, tuve la gracia de ir allí, donde Dios habló a Moisés y le entregó la Ley, escrita por el dedo de Dios (Ex 31, 18) en tablas de piedra. Estos dos montes, el Sinaí y el de las Bienaventuranzas, nos ofrecen el mapa de nuestra vida cristiana y una síntesis de nuestras responsabilidades ante Dios y ante nuestro prójimo. La Ley y las bienaventuranzas señalan juntas la senda del seguimiento de Cristo y el camino real hacia la madurez y la libertad espiritual.

Los diez mandamientos del Sinaí pueden parecer negativos: No habrá para ti otros dioses delante de mí. (…) No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso… (Ex 20, 3. 13-16). Pero, de hecho, son sumamente positivos. Yendo más allá del mal que mencionan, señalan el camino hacia la ley del amor, que es el primero y el mayor de los mandamientos: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. (…) Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22, 37-39). Jesús mismo dice que no vino a abolir la Ley, sino a cumplirla (cf. Mt 5, 17). Su mensaje es nuevo, pero no cancela lo que había antes, sino que desarrolla al máximo sus potencialidades. Jesús enseña que el camino del amor hace que la Ley alcance su plenitud (cf. Ga 5, 14). Y enseñó esta verdad tan importante aquí, en este monte de Galilea.

Bienaventurados -dice- los pobres de espíritu, los mansos, los misericordiosos, los que lloráis, los que tenéis hambre y sed de justicia, los limpios de corazón, los que trabajáis por la paz y los perseguidos. ¡Bienaventurados! Pero las palabras de Jesús pueden resultar extrañas. Es raro que Jesús exalte a quienes el mundo por lo general considera débiles. Les dice: Bienaventurados los que parecéis perdedores, porque sois los verdaderos vencedores: es vuestro el reino de los cielos. Estas palabras, pronunciadas por Él, que es manso y humilde de corazón (Mt 11, 29), plantean un desafío que exige una profunda y constante metánoia del espíritu, un gran cambio del corazón.

Vosotros, los jóvenes, comprendéis por qué es necesario este cambio del corazón. En efecto, conocéis otra voz dentro de vosotros y en torno a vosotros, una voz contradictoria. Es una voz que os dice: Bienaventurados los orgullosos y los violentos, los que prosperan a toda costa, los que no tienen escrúpulos, los crueles, los inmorales, los que hacen la guerra en lugar de la paz y persiguen a quienes constituyen un estorbo en su camino. Y esta voz parece tener sentido en un mundo donde a menudo los violentos triunfan y los inmorales tienen éxito. , dice la voz del mal, ellos son los que vencen. ¡Dichosos ellos!

Jesús presenta un mensaje muy diferente. No lejos de aquí, Jesús llamó a sus primeros discípulos, como os llama ahora a vosotros. Su llamada ha exigido siempre una elección entre las dos voces que compiten por conquistar vuestro corazón, incluso ahora, en este monte: la elección entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte. ¿Qué voz elegirán seguir los jóvenes del siglo XXI? Confiar en Jesús significa elegir creer en lo que os dice, aunque pueda parecer raro, y rechazar las seducciones del mal, aunque resulten deseables o atractivas.

Además, Jesús no sólo proclama las bienaventuranzas; también las vive. Él encarna las bienaventuranzas. Al contemplarlo, veréis lo que significa ser pobres de espíritu, ser mansos y misericordiosos, llorar, tener hambre y sed de justicia, ser limpios de corazón, trabajar por la paz y ser perseguidos. Por eso tiene derecho a afirmar: ¡Venid, seguidme! No dice simplemente: Haced lo que os digo. Dice: ¡Venid, seguidme!

Escucháis su voz en este monte, y creéis en lo que os dice. Pero, como los primeros discípulos en el mar de Galilea, debéis dejar vuestras barcas y vuestras redes, y esto nunca es fácil, especialmente cuando afrontáis un futuro incierto y sentís la tentación de perder la fe en vuestra herencia cristiana. Ser buenos cristianos puede pareceros algo superior a vuestras fuerzas en el mundo actual. Pero Jesús no está de brazos cruzados; no os deja solos al afrontar este desafío. Está siempre con vosotros para transformar vuestra debilidad en fuerza. Confiad en él cuando os dice: Mi gracia te basta, pues mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza (2 Co 12, 9).

Ahora os toca a vosotros

• Los discípulos pasaron algún tiempo con el Señor. Llegaron a conocerlo y amarlo profundamente. Descubrieron el significado de lo que el apóstol san Pedro dijo una vez a Jesús: Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6, 68). Descubrieron que las palabras de vida eterna son las palabras del Sinaí y las palabras de las bienaventuranzas. Éste es el mensaje que difundieron por todo el mundo.

En el momento de su Ascensión, Jesús encomendó a sus discípulos una misión y les dio una garantía: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes. (…) Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 18-20). Desde hace dos mil años los seguidores de Cristo han cumplido esta misión. Ahora, en el alba del tercer milenio, os toca a vosotros. Toca a vosotros ir al mundo a predicar el mensaje de los diez mandamientos y de las bienaventuranzas. Cuando Dios habla, habla de cosas que son muy importantes para cada persona, para todas las personas del siglo XXI, del mismo modo que lo fueron para las del siglo I. Los diez mandamientos y las bienaventuranzas hablan de verdad y bondad, de gracia y libertad: de todo lo que es necesario para entrar en el reino de Cristo. ¡Ahora os corresponde a vosotros ser apóstoles valientes de este Reino!

Jóvenes de Tierra Santa, jóvenes del mundo, responded al Señor con un corazón dispuesto y abierto. Dispuesto y abierto, como el corazón de la más grande de las hijas de Galilea, María, la madre de Jesús. ¿Cómo respondió ella? Dijo: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra (Lc 1, 38).

Oh, Señor Jesucristo, en este lugar que conociste y amaste tanto, escucha a estos corazones jóvenes y generosos. Sigue enseñando a estos jóvenes la verdad de los mandamientos y de las bienaventuranzas. Haz que sean testigos gozosos de tu verdad y apóstoles convencidos de tu Reino. Permanece siempre junto a ellos, especialmente cuando seguirte a Ti y tu Evangelio sea difícil y exigente. Tú serás su fuerza, Tú serás su victoria.

Oh, Señor Jesús, Tú has hecho de estos jóvenes tus amigos: mantenlos siempre junto a Ti. Amén.

Un momento del encuentro del Papa con los jóvenes en el monte de las Bienaventuranzas

¡Ven y sígueme!

A los jóvenes en el monte de las Bienaventuranzas (24 de marzo)

Al final de esta gozosa celebración eucarística (palabras en italiano), quiero daros las gracias a todos vosotros, queridos jóvenes, que habéis venido en gran número de lugares cercanos y lejanos, como discípulos de Jesús, para escuchar su palabra. Al partir de este monte de las Bienaventuranzas, cada uno de vosotros debe ser mensajero del Evangelio de las bienaventuranzas.

Saludo, en particular, a los jóvenes neocatecumenales, que están aquí en gran número procedentes de todas partes del mundo. A todos os digo: Cristo os acompañe por los caminos del mundo. También os acompañe María, que, como recordaré mañana en Nazaret, con su sí cooperó al gran misterio de la Encarnación, cuyo bimilenario estamos celebrando durante este Año Jubilar. ¡Dios os bendiga!

(En francés) Saludo cordialmente a los jóvenes de lengua francesa presentes en este magnífico encuentro durante el cual, en este monte, hemos podido escuchar otra vez la buena nueva de las bienaventuranzas. Os espero en Roma para la Jornada Mundial de la Juventud.

(En alemán) Dirijo un saludo cordial a los jóvenes y a los peregrinos de lengua alemana. El monte de las Bienaventuranzas nos recuerda la exigencia de nuestra vida cristiana: el programa del sermón de la Montaña. Que vuestro testimonio personal sea un ejemplo vivo de lo que Jesús predicó en este lugar.

(En español) Saludo con gran alegría a todos los jóvenes presentes de lengua española. Aquí, en Galilea, Jesús mismo nos ha enseñado el camino de las bienaventuranzas. Que la fuerza y la belleza de esta enseñanza llene vuestras vidas. Jesús os llama a todos vosotros a ser pescadores de hombres. Él os dice a cada uno de vosotros: ¡Ven y sígueme! No tengáis miedo a responder a esta llamada, porque Él es vuestra fuerza. En agosto os espero en Roma, para la Jornada Mundial de la Juventud.

(En inglés) A los jóvenes procedentes de los lugares del mundo de lengua inglesa, y a todos vosotros, os digo: sed dignos seguidores de Cristo. Según el espíritu de las bienaventuranzas, sed la luz del mundo. Doy las gracias a cuantos han participado en la preparación de esta estupenda misa. ¡Dios os bendiga a todos!

(En polaco) Queridos jóvenes provenientes de Polonia, vuestra presencia aquí me alegra mucho. Es un signo de esperanza para nuestra patria. Así, muchos de vosotros estáis sentados hoy a los pies de Jesús, que es la esperanza de la familia humana. De sus labios habéis escuchado lo que significa ser realmente bienaventurados; lo que significa cumplir los mandamientos y vivir según el espíritu de las bienaventuranzas. No tengáis miedo a decir sí a Jesús y a seguirlo como sus discípulos. Entonces vuestro corazón se llenará de alegría y os transformaréis en una bienaventuranza para Polonia y para el mundo. Eso es lo que os deseo de todo corazón.

(En hebreo) Alos jóvenes de lengua hebrea os digo: sed constructores de paz. ¡Dios esté con vosotros!

(En árabe) Alos jóvenes de lengua árabe os digo: sed constructores de paz. ¡Dios esté con vosotros!

Al final, el Santo Padre hizo el siguiente llamamiento en favor de la paz en Etiopía: En estos días pienso con esperanza en las iniciativas de la Organización para la Unidad Africana encaminadas a restablecer la paz entre Etiopía y Eritrea. Estos esfuerzos han llevado a una fase muy delicada. Se trata de encontrar el camino que conduce a las condiciones necesarias para el bienestar y el progreso de los pueblos de la región entera, ya muy afectados por el hambre. Pidamos a Dios que en esta parte del mundo se encuentre una solución justa.