Testigos fieles y valientes de Jesús - Alfa y Omega

Testigos fieles y valientes de Jesús

Nadie habla a los jóvenes de hoy como lo hace el Papa. Les pide lo mejor de sí mismos y les anuncia lo mejor que la Iglesia les puede ofrecer: el amor de Cristo. Durante el Encuentro Mundial de las Familias, el Santo Padre tuvo un encuentro con los jóvenes que se preparan para recibir el sacramento de la Confirmación

Redacción
Benedicto XVI saluda a los jóvenes que se están preparando para recibir el sacramento de la Confirmación.

¡Queridos chicos y chicas! Es una gran alegría para mí poder encontrarme con vosotros durante mi visita a vuestra ciudad. En este famoso estadio de fútbol, hoy los protagonistas sois vosotros. Saludo a vuestro arzobispo, el cardenal Angelo Scola, y le doy las gracias por las palabras que me ha dirigido. Gracias también a don Samuel Marelli. Saludo a vuestro amigo, que, en nombre de todos vosotros, me ha dado la bienvenida. Me alegra saludar asimismo a los Vicarios episcopales, que en nombre del arzobispo os han administrado o administrarán la Confirmación. Un gracias especial a la Fundación de los Oratorios Milaneses, que ha organizado este Encuentro, a vuestros sacerdotes, a todos los catequistas, a los educadores, a los padrinos y a las madrinas y a cuantos se han hecho compañeros vuestros de viaje en cada comunidad parroquial, y os han dado testimonio de la fe en Jesucristo muerto y resucitado, y vivo.

Vosotros, queridos muchachos, os estáis preparando para recibir el sacramento de la Confirmación, o bien lo habéis recibido hace poco. Sé que habéis llevado a cabo un precioso recorrido formativo, llamado este año El espectáculo del Espíritu. Ayudados por este itinerario, con diversas etapas, habéis aprendido a reconocer las estupendas cosas que el Espíritu Santo ha hecho y hace en vuestra vida y en la de todos aquéllos que dicen al Evangelio de Jesucristo. Habéis descubierto el gran valor del Bautismo, el primero de los sacramentos, la puerta de entrada a la vida cristiana. Lo habéis recibido gracias a vuestros padres, que junto con los padrinos han profesado el Credo en vuestro nombre y se han comprometido a educaros en la fe.

Como lo fue también para mí, hace tanto tiempo ya, ésta ha sido para vosotros una gracia inmensa. Desde aquel momento, renacidos por el agua y por el Espíritu Santo, habéis entrado a formar parte de la familia de los hijos de Dios, os habéis convertido en cristianos, miembros de la Iglesia.

Ahora habéis crecido y podéis dar, vosotros mismos, vuestro personal a Dios, un libre y conscientemente responsable. El sacramento de la Confirmación confirma el Bautismo y os llena del Espíritu Santo abundantemente. Ahora, vosotros mismos, llenos de gratitud, tenéis la posibilidad de acoger sus grandes dones que os ayudan, en el camino de la vida, a convertiros en testigos fieles y valientes de Jesús. Los dones del Espíritu son realidades estupendas que os permiten formaros como cristianos, vivir el Evangelio y ser miembros activos de la comunidad. Os recuerdo brevemente estos dones, de los cuales nos habla ya el profeta Isaías, y luego Jesús:

• El primer don es la Sabiduría, que os hace descubrir todo lo bueno y grande que es el Señor y, como dice la palabra, llena vuestra vida de sabor, para que seáis, como decía Jesús, sal de la tierra;

• luego está el don del Entendimiento, para que podáis comprender en profundidad la Palabra de Dios y la verdad de la fe;

• luego, el don de Consejo, que os guiará al descubrimiento del proyecto de Dios sobre vuestra vida, sobre la vida de cada uno de vosotros;

• el don de Fortaleza, para vencer las tentaciones del mal y hacer siempre el bien, incluso cuando cuesta sacrificio;

• viene luego el don de Ciencia, no ciencia en el sentido técnico como es enseñada en la universidad, sino ciencia en el sentido más profundo, que enseña a encontrar en lo creado los signos y las huellas de Dios, a entender cómo Dios habla en todo tiempo y cómo me habla a mí, y para animar con el Evangelio el trabajo de cada día; entender que existe una profundidad y comprender que esta profundidad es tal que da sabor al trabajo, incluso el más difícil;

• otro don es el de Piedad, que mantiene viva en el corazón la llama del amor a nuestro Padre que está en los cielos, de manera que cada día le pidamos con confianza y ternura lo que necesitamos como hijos queridos: que no olvidemos las realidades fundamentales del mundo y de la vida: que Dios existe y me conoce, y espera mi respuesta a su proyecto;

• el séptimo y último don es el de Temor de Dios -hemos hablado antes del miedo-; temor de Dios no significa miedo, sino sentir hacia Él un profundo respeto, el respeto a la voluntad de Dios que es el verdadero diseño de mi vida y es el camino a través del cual la vida personal y comunitaria puede ser buena; y hoy, con todas las crisis que hay en el mundo, comprobamos lo importante que es que cada uno respete esta voluntad de Dios impresa en nuestros corazones, según la cual debemos vivir; y así este temor de Dios es deseo de hacer el bien, de hacer la verdad, de hacer la voluntad de Dios.

Un momento del encuentro de los confirmandos con el Papa, en el estadio milanés de San Siro.

Queridos chicos y chicas, toda la vida cristiana es un camino, es como ir recorriendo un sendero que sube a una montaña —por tanto, no siempre es fácil, pero subir a una montaña es siempre algo bellísimo— en compañía de Jesús; con estos preciosos dones, vuestra amistad con Él irá siendo cada vez más verdadera y más estrecha. Se alimenta continuamente con el sacramento de la Eucaristía, en el cual recibimos su Cuerpo y su Sangre. Por eso os invito a participar siempre con alegría y fidelidad en la Misa dominical, cuando toda la comunidad se reúne para rezar juntos, para escuchar la Palabra de Dios y participar en el sacrificio eucarístico. Y acercaos también al sacramento de la Penitencia, a la confesión: es un encuentro con Jesús que perdona nuestros pecados y nos ayuda a realizar el bien; recibir el don, recomenzar de nuevo es un gran regalo para nuestra vida, saber que soy libre, que puedo volver a empezar, que todo me ha sido perdonado. Luego, que no falte vuestra oración personal de cada día. Aprended a dialogar con el Señor, confiaos con Él, contadle vuestras alegrías y preocupaciones y pedidle luz y apoyo en vuestro caminar.

Queridos amigos, vosotros sois afortunados porque tenéis en vuestras Parroquias los Oratorios, un gran regalo de la diócesis de Milán. El Oratorio, como la misma palabra indica, es un sitio donde se reza, pero también donde se está juntos en la alegría de la fe, se hace catequesis, se juega, se organizan actividades de servicio y de otro tipo, se aprende a vivir, diría yo. Sed asiduos frecuentadores de vuestro Oratorio, para ir madurando cada vez más en el conocimiento y en el seguimiento del Señor. Estos siete dones del Espíritu Santo crecen precisamente en vuestra comunidad, donde se ejercita la vida en la verdad con Dios.

En la familia, obedeced a vuestros padres, escuchad las indicaciones que os hacen, para crecer como Jesús en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 51-52). Finalmente, no seáis perezosos, sino muchachos y jóvenes comprometidos, particularmente en el estudio, de cara a la vida futura: es vuestro deber de cada día y una gran oportunidad que tenéis para crecer y para preparar el futuro. Estad siempre disponibles y sed generosos con los demás, venciendo la tentación de poneros siempre en el centro a vosotros mismos, porque el egoísmo es enemigo de la verdadera alegría. Si ahora disfrutáis de la belleza de formar parte de la comunidad de Jesús, podréis dar también vosotros vuestra contribución para hacerla crecer y sabréis invitar a otros a que formen parte de ella. Permitidme que os diga también que el Señor, todos los días, hoy también, aquí, os llama a cosas grandes. Estad abiertos a lo que os sugiera, y si os llama a seguirle por el camino del sacerdocio o de la vida consagrada, no le digáis que no. ¡Sería una pereza equivocada! ¡Jesús os llenará el corazón para toda vuestra vida!

Queridos muchachos, queridas chicas: os digo con fuerza: aspirad a ideales altos. Todos pueden llegar a una cota alta, no sólo algunos. Sed santos. Pero ¿es posible ser santos a vuestra edad? Os respondo: ¡Ciertamente! Lo dice también san Ambrosio, gran santo de vuestra ciudad, en un libro suyo, en donde escribe: «Toda edad está madura para Cristo» (De Virginitate, 40). Y, sobre todo, lo demuestra el testimonio de tantos santos coetáneos vuestros, como Domingo Savio, o María Goretti. La santidad es el camino normal del cristiano, no está reservada a unos pocos elegidos, sino que está abierta a todos. Naturalmente, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, que no nos faltará si tendemos hacia Él nuestras manos y le abrimos nuestro corazón. Y con la guía de nuestra Madre. ¿Quién es nuestra Madre? Es la Madre de Jesús, María. Jesús nos confió a todos nosotros a Ella, antes de morir en la Cruz. Que la Virgen María guarde siempre la belleza de vuestro a Jesús, su Hijo, el grande y fiel amigo de vuestra vida. ¡Así sea!