12 de enero: san Martín de León, el joven que abandonó el claustro y volvió tras conocer el mundo
Sabio y peregrino al mismo tiempo, san Martín recorrió los caminos de la cristiandad antes de volver a su tierra. Fundó un scriptorium y curó de su ceguera al que sería rey de León
«Es hora de que los españoles empecemos a conocer a este personaje, cuya trascendencia en la historia medieval de España no ha sido todavía justamente valorada», afirmaba el historiador Ricardo García Villoslada sobre san Martín de León en una de sus obras sobre la Iglesia en nuestro país. Martín nació en Palacio de Torío, a apenas tres kilómetros de la ciudad de León, en torno al año 1130. Sus padres, Juan y Eugenia, pertenecían a la estirpe de los primeros reyes leoneses y ambos habían acordado ingresar en un convento cuando el otro muriera. Así lo hizo él al fallecer su mujer. Pero no lo hizo solo: cuando Juan entró en el monasterio de San Marcelo, en León, le acompañó su hijo. Aún niño, Martín aprendió a leer y a escribir entre sus muros, al tiempo que cantaba en la escolanía que regentaban los monjes.
Esa existencia tan marcada entre las cuatro paredes del claustro debió despertar en Martín el anhelo de una vida más grande, por lo que una vez ordenado subdiácono abandonó su formación sacerdotal y dejó San Marcelo para recorrer el mundo como peregrino. Sus viajes dieron comienzo hacia 1154 y le llevaron a visitar en los años siguientes los santuarios más célebres de la cristiandad. Empezó con Santiago de Compostela, donde llegó después de ir a San Salvador de Oviedo. Luego partió hacia Roma, donde pasó una Cuaresma a pan y agua y pudo conocer al Papa Adriano IV. Desde allí bajó a Bari, a la tumba de san Nicolás, y en su puerto se embarcó hacia Jerusalén. En la Ciudad Santa estuvo dos años en un hospital atendiendo a los peregrinos, tras los cuales volvió a Europa cargado de reliquias de los santos de los primeros siglos.
Fue en Constantinopla donde compró una casulla con la intención de donarla a San Marcelo a su vuelta. Pero en Francia penetró en territorio albigense y fue detenido varios días con la excusa de haber robado aquella vestimenta. Se dice que fue su ángel de la guarda el que intercedió por él y logró liberarlo, ordenándole entonces que regresara ya a su país. «De todos estos viajes, que se prolongaron por largos años, no sería la devoción el único móvil», aventura García Villoslada. Para él, no carece de fundamento la hipótesis «de que se detenía también en los centros de estudios donde había escuelas florecientes, como París». Por eso es presumible «que el joven leonés se acercara a aquellas aulas con avidez de sabiduría», una curiosidad intelectual que desplegaría al final de su vida.
A san Martín de León se le atribuye la elaboración de un vino singular, custodiado hoy bajo un doble cerrojo en un lugar secreto de la colegiata de San Isidoro. En su día el santo llenó una barrica de roble con 176 litros de capacidad que ha seguido dando vino hasta la fecha. El acceso a ese tonel está hoy rigurosamente restringido al abad y al administrador de la colegiata, cada uno con su llave. Ambos, solamente una vez al año, tras los oficios del Jueves Santo, sacan una jarra para su consumo en una cena fraterna entre los miembros del cabildo, al tiempo que devuelven a la barrica en mosto el doble de caldo que han sacado en vino.
Hacia 1181 ya estaba de vuelta en León, en el monasterio del que partió, donde fue ordenado sacerdote por el obispo Manrique de Lara. Al poco tiempo el prelado decidió asumir el gobierno de San Marcelo y disolvió la comunidad monástica, por lo que Martín se trasladó al convento de San Isidoro, hoy colegiata del mismo nombre. Su fama de sabio y las noticias de sus viajes habían llegado a oídos de muchos y hasta de la corte acudían los reyes de León, Alfonso VII y su esposa Berenguela, para confesarse con él. En 1185 decidió fundar, con el apoyo financiero de la reina, un scriptorium destinado a transcribir manuscritos y libros sagrados. Allí dirigió una comunidad de siete monjes que vivía aparte del resto: Martín dictaba textos sobre apologética y daba instrucciones sobre cómo decorar los pergaminos con miniaturas. Cuando el paso de los años le hizo perder movilidad en los brazos, se le ocurrió sostenerlos mediante cuerdas atadas a una viga del techo para poder seguir escribiendo.
Su fama de santidad se acrecentó con los milagros que Dios desplegó por su mano. El más conocido de ellos es el de la curación de la ceguera del nieto de Alfonso y Berenguela, el futuro rey Alfonso IX de León. Finalmente, ya anciano, el sabio peregrino Martín de León entregó su alma a Dios el 12 de enero de 1203, siendo considerado inmediatamente como santo por aclamación popular. En el siglo XVI su nombre desapareció del Martirologio Romano, pero volvió de nuevo a mediados del siglo XX, cuando se recuperó su culto para la diócesis de León. Desde el año 2001, el Martirologio lo propone como santo a toda la Iglesia.