Corría el año 1531 cuando un campesino llamado Juan Diego, que paseaba por el cerro de Tepeyac, situado en las afueras de lo que hoy es la Ciudad de México, vio cómo se le aparecía una Señora del Cielo que se identificó como la Madre del Verdadero Dios y que le dijo: «Oye y ten entendido, hijo mío, el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí? ¿No soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás, por ventura, en mi regazo? ¿De que más has menester? No te apure ni te inquiete otra cosa».
A continuación le encargó que convenciera a su obispo para que levantase un templo en ese lugar y dejó una imagen de sí misma impresa en su tilma, un endeble tejido de cactus que, desafiando las evidencias científicas, no muestra ningún signo de deterioro 483 años después. Siguiendo con los papeles, el Nican Mopohua, un documento escrito en lengua nahuatl, describe el mensaje universal de amor y compasión de Nuestra Señora de Guadalupe.
Universal, porque a día de hoy es uno de los santuarios marianos más populares del mundo, y es además la segunda basílica más visitada del planeta después de la de San Pedro en Roma. Además, fue un lugar de especial devoción para Juan Pablo II, que le distinguió otorgando a la fecha del 12 de diciembre el rango litúrgico de fiesta para todo el continente de las Américas.