1 de marzo: san David de Gales, el obispo concebido en la violación de una monja
Al patrón de Gales lo querían matar antes de que naciera, pero su madre lo protegió y se convirtió en un notable predicador y fundador de monasterios. Con su 1,80 de estatura combatió las herejías
El patrón de Gales fue concebido en una violación y nació bajo una formidable tormenta escapando de quienes querían matarlo. No podía ser de otro modo que tuviera una vida extraordinaria. David era hijo de lady Nona, una dama de la nobleza irlandesa que se había consagrado en un monasterio en Dyfed, al suroeste de Gales. Por lo visto era una mujer de gran belleza, por lo que atrajo la atención del príncipe Sandde de Ceredigion, un reino vecino. A pesar de que Sandde había fundado varias iglesias y era considerado una persona piadosa, no pudo dominar su lujuria y forzó a Nona de manera miserable, resultado de la cual ella quedó encinta del futuro san David.
Su madre no quiso abortar y siguió adelante con su embarazo. Un día entró en una iglesia y el sacerdote de repente se quedó mudo y sin poder predicar, lo cual fue visto en la comarca como una señal de que el niño que crecía en su seno sería un ser excepcional. Ese presagio trajo consigo un episodio similar al de los Santos Inocentes, pues Vortipor, el rey de Dyfed, temió perder su poder en favor de aquel niño, por lo que cuando llegaron los días del parto mandó a sus hombres a matarlo en cuanto naciera. Eso no sucedió porque el Cielo mandó una tormenta tan formidable que impidió a los soldados encontrar la pista de la mujer. Finalmente, Nona dio a luz a Dewi, quien más tarde sería conocido como David de Gales. Se dice que del dolor del parto llegó a partir en dos una roca con sus manos. Ese lugar es hoy Capel Non, una iglesia en ruinas en un promontorio que mira al océano.
Una de las frases más conocidas en galés es la que pronunció el santo patrón del país poco antes de su muerte: «Gwnewch y pethau bychain» («Haz las pequeñas cosas»). Concretamente, en su despedida de este mundo dijo: «Sé alegre y mantén tu fe y tu credo. Haz las pequeñas cosas que me has visto hacer. Camina por el camino que nuestros padres han trazado antes de nosotros. Haz lo pequeño». Desde entonces, esa indicación ha sido seña de identidad para los galeses y un sabio consejo para quien se siente abrumado por las urgencias de la vida. Estas palabras han empapado la cultura galesa y es fácil leerlas —que no pronunciarlas— por todo lugar en el país.
Nona huyó con su hijo a Henfynyw, y llevó junto a él una vida de rigurosa penitencia, algo que influiría en la vida posterior del santo. Se dice que David creció hasta alcanzar una altura considerable para la época, unos 1,80 metros, y que tenía una voz potente que utilizaría más tarde para explotar sus dotes como orador y predicador.
El santo dejó su región natal en el año 547, como hicieron otros muchos huyendo de una epidemia de peste que estaba devastando la zona. Pero volvió tres años más tarde para fundar un monasterio. Lo levantó según la tradición celta, a base de pequeñas cabañas de piedra en forma de colmena. Y siguiendo esa corriente ascética, que posiblemente heredó de la vivencia materna de la fe, llevó junto a sus compañeros una dura regla de vida. Por ejemplo, rechazaban el uso de ganado para ayudarlos en las tareas agrícolas y eran los propios monjes los que tiraban del arado con sus solas fuerzas. También seguían una estricta dieta a base de pan y verduras una vez al día para no infligir sufrimiento a ninguna criatura animal. Solo bebían agua.
Penitencia y carisma
Para vencer sus pasiones, David se metía hasta el cuello en el mar mientras recitaba salmos. A sus monjes les inculcaba la necesidad de prestar atención con dulzura a los pequeños detalles del día a día, en los que habita Dios, para que, cuando se pusieran manos a la obra, se centraran en hacer bien las cosas quizá menos brillantes.
El santo solo dejaba el monasterio para fundar otros en diversas partes del país o para asistir a alguna reunión eclesiástica de calado, como el Sínodo de Brefi, donde se opuso con fuerza al pelagianismo que estaba desgastando la fe de los fieles por toda la cristiandad. Su indudable carisma entre los católicos de Gales hizo que fuera elegido para dirigir la diócesis de Menevia, el puerto que construyeron los romanos en el país como lanzadera hacia las costas de Irlanda.
Su leyenda creció y dio lugar a historias increíbles, como la del día en que estaba predicando ante una multitud y, como algunos no podían verle ni escucharle, hizo elevar la tierra bajo sus pies para ser puesto a la vista de todos. Finalmente, tras una larga vida de oraciones y evangelización, murió un 1 de marzo entre los años 589 y 601. El Papa Calixto II lo elevó a los altares en el año 1120, cuando los galeses ya lo consideraban el patrón de su tierra.
«San David fue relevante para su época por su vivencia radical del Evangelio», afirma del él el padre Sebastian Jones, de la parroquia de St Alban-on-the-Moors, en Cardiff. Siguiendo sus huellas, fueron muchos los que llevaron «una vida consagrada y centrada en Cristo», sobre todo gracias a «la observancia de las vigilias nocturnas, la celebración de la liturgia y el estudio de la Palabra de Dios», sin olvidar «su profunda conciencia de la presencia de Dios en la belleza de la creación».