La iglesia en el ático - Alfa y Omega

La iglesia en el ático

La Comisión Europea ha reconocido el valor patrimonial del antiguo templo de Nuestro Señor en el Ático, refugio en Ámsterdam de una viva comunidad católica obligada a ser invisible

Ricardo Ruiz de la Serna
Unos turistas en el interior de la antigua capilla, ahora museo, en Ámsterdam
Unos turistas en el interior de la antigua capilla, ahora museo, en Ámsterdam. Foto: AFP / ANP / Robin van Lonkhuijsen.

Esta iglesia nos remite a un tiempo de persecuciones e intolerancia. Se llama Nuestro Señor en el Ático (Ons Lieve Heer op Solder) y es pequeña y preciosa. Se encuentra en Ámsterdam, al pie de los canales, pero está escondida. Construida en el siglo XVII, en ella oraban católicos perseguidos por las autoridades protestantes de los Países Bajos. La encargó el rico comerciante católico Jan Hartman y se consagró en 1663. Era una época algo difícil para la Iglesia en la ciudad. Se confiscaban iglesias y monasterios católicos y se convertían en templos protestantes. Los católicos tuvieron que abandonar el culto público y pasar a la clandestinidad y el secreto. Se los toleraba a condición de que se volvieran invisibles. Podían rezar siempre que no se los viese. Se admitía la libertad religiosa, pero no en público. Así nacieron las capillas ocultas como esta, que hoy es un museo en la casa de Jan Hartman y a la que la Comisión Europea le acaba de conceder el Sello del Patrimonio Europeo 2023.  

Nos adentramos con cierto cuidado, como si aún fuese secreto el culto en este lugar escondido. Desde 1578 estaba prohibido celebrar en público la Santa Misa. Las autoridades locales sabían que estas iglesias existían. No se perseguía su cierre. Bastaba que estuvieran ocultas a la vista de los demás. Así, este altar barroco con sus columnas y sus niños alados que evocan a Cupido no se construyeron para deslumbrar a los vecinos, sino para elevar el alma a Dios en la reserva del hogar. La belleza nos conduce a Dios, aunque solo la veamos nosotros. Detrás del altar podemos ver el precioso Bautismo de Cristo (1716, del pintor neerlandés Jacob de Wit (1695-1754). 

Pero esta iglesia también tiene una historia de misión y prédica. El amigo Hartman se la alquiló, junto con un ala de la casa, a Petrus Parmentier (1601-1681), monje agustino que llegó a la ciudad procedente del monasterio de San Esteban, en Gante. Allí el catolicismo florecía y aspiraba a que en Ámsterdam sucediese lo mismo. Era una empresa arriesgada. Una cosa era rezar en privado y otra cosa era desafiar a las autoridades protestantes de la ciudad. 

70 bautizos en un año

La iglesia se convirtió en lugar de oración para decenas de católicos atraídos por la prédica de Parmentier, apoyada por un grupo de mujeres católicas consagradas. Rezaban y vivían la castidad y la caridad entre los protestantes. Las llamaban hijas espirituales de Parmentier. Conocemos los nombres de algunas de ellas: Maria van Eck (1608-1702) y Margaretha van Loon (1632-1664). La palabra corría de boca en boca. El Evangelio se extendió. Cristo caminaba entre las calles de esa ciudad en la que los católicos vivían su fe ocultos a la vista. En 1667 se celebraron 70 bautizos y 14 bodas en esta iglesia invisible desde la calle. En 1670, sin embargo, la familia Hartman cayó en la ruina y Parmentier tuvo que abandonar la casa y la capilla. Murió en 1681 y todos los católicos de Ámsterdam lloraron su pérdida. Hoy yace en la Iglesia Nueva en una tumba sufragada, por cierto, por la familia Van Loon, en cuya capilla doméstica también sirvió. 

Son frecuentes los retratos de
Ámsterdam como ciudad liberal. Así la llama, por ejemplo, Russell Shorto en su Amsterdam. A History of The World´s Most Liberal City (2013, Vintage Books); pero hay que atemperar un poco el entusiasmo. Es cierto que había cierta tolerancia. Por ejemplo, la comunidad judía vivía y prosperaba pacíficamente, aunque no sin conflictos internos, como el que llevaría a la condena de Baruch Spinoza (1632-1677) en 1656, que Gabriel Albiac describió al comienzo de su monumental La sinagoga vacía (1987, Hiperión; 2020, Tecnos): «Quiera el Eterno jamás perdonarle». 

Sí, había tolerancia, pero discrepar del pensamiento predominante no estaba exento de riesgos. Ahí está el ejemplo del pobre Miguel Servet (1509 o 1511-1553), quemado vivo en la Ginebra calvinista «porque su libro llama a la Trinidad demonio y monstruo de tres cabezas; porque contraría a las Escrituras decir que Jesús Cristo es un hijo de David; por decir que el Bautismo de los pequeños infantes es una obra de la brujería y por muchos otros puntos y artículos y execrables blasfemias con las que el libro está así dirigido contra Dios y la sagrada doctrina evangélica, para seducir y defraudar a los pobres ignorantes». Incluso los aparentes intentos de tolerancia adolecían, a veces, de motivos torcidos. Como recuerda Henry Kamen en Nacimiento y desarrollo de la tolerancia en la Europa moderna (Alianza, 1987), «cuando en 1652 Dury y sus compañeros presentaron al Parlamento inglés una lista de 15 artículos que serían la base de la unión cristiana, los términos eran lo suficientemente intencionados como para excluir a todos los anglicanos, católicos, cuáqueros y unitarios». 

La iglesia de Nuestro Señor en el Ático simboliza aquel tiempo de tolerancia naciente y esperanza ilimitada.