La basílica de los que siguen dando su vida por Cristo
San Juan Pablo II pidió que en Roma una basílica albergase las reliquias de quienes han muerto por odio a la fe en nuestros días. El último objeto depositado en este lugar, San Bartolomeo all’Isola, es el breviario del padre Jacques Hamel, asesinado por dos yihadistas en julio
Desde el comienzo del cristianismo, Roma ha sido el escenario de la persecución contra quienes profesan la fe en Jesucristo. Allí se erige todavía majestuoso el Coliseo, en el que cada Viernes Santo se hace memoria de los cristianos masacrados en los primeros siglos. A poca distancia otro lugar custodia las huellas de una persecución no tan lejana, la basílica de San Bartolomeo all’Isola.
El breviario del padre Jacques Hamel, el sacerdote de 85 años apuñalado y degollado por dos terroristas que decían actuar en nombre del Daesh, es la última de las reliquias que acoge esta basílica dedicada a los mártires mordernos. Hace unos días, en una sencilla ceremonia, el arzobispo de Ruan, Dominique Lebrun, acompañado por la hermana, los sobrinos y la feligresía del sacerdote, entregó el breviario para esta colección única. Permanecerá abierto por la última página que leyó en el altar dedicado a los mártires modernos de Europa.
El Papa calificó la pasada semana al padre Jacques de «mártir» y aseguró que ya se puede pedir su intercesión, según cuenta el arzobispo Lebrun, que no ha tardado en tomarle la palabra a Francisco, y le pide a Hamel «sobre todo, para que nos dé vocaciones al sacerdocio en Francia y en Occidente».
La Comunidad de Sant’Egidio propuso a la familia y al arzobispo depositar aquí una de las pertenencias del sacerdote: «Debo confesar que pensé que era demasiado pronto. Pero después de escuchar al Papa vi que me había equivocado. Él fue más rápido que yo. Me siento muy feliz por esta oportunidad de manifestar que el padre Jacques está en la corriente de los mártires de la Iglesia», añade monseñor Lebrun.
Fue Juan Pablo II el artífice de este mausoleo. En 1999, un año antes del Jubileo, encomendó una comisión de nuevos mártires a la Comunidad de Sant’Egidio, que examinó unos 12.000 informes de historias provenientes de todo el mundo. Los documentos fueron analizados en los locales de este templo. Cuando pasó el Jubileo, Juan Pablo II quiso que ese trabajo no se perdiera. Desde 2002, seis capillas acogen objetos representativos de estos cristianos asesinados a causa de su fe. El más joven de estos mártires contaba tan solo con 10 años cuando fue asesinado. En la capilla de los mártires de Asia estremece ver el cuaderno escolar del pequeño Abish Masih, que murió en 2015 en un atentado contra su parroquia en Yohannabad . Sin salir de Pakistán una Biblia habla del martirio de un político que luchó por la justicia en su país, Shabaaz Bhatti, el ministro de Minorías Religiosas asesinado en 2011 por oponerse a la sectaria ley antiblasfemia. Víctima del extremismo islamista fue también el sacerdote caldeo Aziz Ganni, asesinado en Mosul (Irak) en 2007.
De Romero al beato Ceferino
Pero aunque Oriente Medio sea hoy por hoy el epicentro de la persecución más cruenta, el siglo XX está salpicado de otros ejemplos a lo largo y ancho del planeta. Como en América Latina. El siguiente altar custodia el misal del beato Óscar Romero o el pastoral del cardenal Jesús Posadas Ocampo, asesinado en 1993 por denunciar la connivencia entre las autoridades y los carteles de la droga en Guadalajara.
A pocos pasos, el altar de los nuevos mártires del comunismo recuerda la historia de la represión religiosa en Albania mostrando a una de las cruces que se distribuían de forma clandestina en un país donde la constitución había prohibido a Dios. Pero el protagonismo se lo lleva una piedra metida en una vitrina. Los asesinos del padre Jerzy Popieluszko intentaron hacer desaparecer su cadáver arrojándolo al Vístula en una bolsa llena de piedras entre las que se encontraba esta.
Y de un totalitarismo pasamos a otro con cruzar un pasillo. Enfrente se levanta el altar dedicado a los mártires del nazismo, la mayoría asesinados en campos de exterminio como san Maximiliano Kolbe, de quien se conserva aquí un libro de oración y una reliquia.
La memoria de los mártires de la persecución religiosa en la España de los años 30 está también presente gracias al breviario de san Pedro Poveda o a un fragmento del rosario del que no se separaba el beato Ceferino Giménez Malla, el Pelé –el primer gitano en los altares–,fusilado en 1936 en Barbastro en uno de los episodios más sangrientos de comienzos de la Guerra Civil.
Pero no solo por renegar de su fe. También se honra a quienes se negaron a sucumbir a la corrupción. Así lo hizo el joven Floribert Bwana-Chui asesinado y torturado en 2007 en Goma, Congo, por no autorizar la distribución de comida en mal estado para beneficio de unos estafadores que quisieron sobornarlo. «Mejor morir que arriesgar la vida de las personas», dijo antes de ser secuestrado y torturado hasta la muerte.
Junto a estas historias más desconocidas, en el altar de los mártires de África y Madagascar se rememoran otras que incluso han sido llevadas al cine, como la de los trapenses del monasterio de Tibihirine, en Argelia. La carta-testamento del padre Christian de Chergé está expuesta como la memoria de su entrega y un canto al perdón incondicional.