Del santo de hoy no tenemos más datos que los bellísimamente relatados ya tardíamente por Gualterio de Espira en su historia novelada sobre Cristóbal, tan llena de prodigios maravillosos para resaltar la grandeza de Dios en sus santos, la eficacia de las buenas obras y la malicia del rabioso Enemigo ya vencido que fácilmente se descubre el género literario útil para la parénesis.
Es suficiente una vuelta por las grandes iglesias o catedrales después del medievo para llegar a la familiaridad con el gigantón, pintado en los mayores lienzos, que vadea un río con el Niño Jesús en sus hombros y con cara de pícaro entre cansado y contento.
Y es que eso dice la preciosa novela de Cristóbal. Era un cananeo fuerte, alto, guapo y enérgico; pero tan prendado de sí mismo, arrogante y orgulloso que, como soldado, solo quiere servir al mejor señor; sí, al rey que sea valiente y no tenga miedo de ningún enemigo; piensa que para servir a quien pueda tener miedo de algo o de alguien siempre hay tiempo. Y con la ilusión de encontrar un Señor según su deseo comienza la andadura por el mundo. Se encontró con Gordiano, emperador de Roma, que era más fuerte que los persas; pero no le sirve porque aprendió de él mismo que temía al Demonio. Busca a Satán, que por lo visto es más poderoso que su rey; entre la gran algarabía que hay dentro de las huestes del más poderoso de la tierra se encuentra a gusto porque todos le temen; pero ¡desilusión! ha mandado el jefe a su ejército dar un rodeo para evitar una cruz levantada junto al camino; le informan que esa es la señal del capitán enemigo: un tal Cristo que murió en ese palo cruzado. ¿Y cómo se puede temer a un jefe que ya murió ajusticiado? ¡Debo buscar a ese Señor que hace temblar a Luzbel! Anda, corre, busca, pregunta… nadie le da respuesta. Algo cansado y próximo al desánimo lo encontró aquel viejo solitario, seco como una raíz, tostado por el sol y que parecía no haber comido cordero desde hacía años. ¿Que quieres de verdad encontrar a Cristo para servirle? Reza —no sé—, ayuna —necesito comer más que los demás por mi estatura y mis músculos—, pues, si ni lo uno ni lo otro, dedícate con tu estatura y tu fuerza a pasar el río a los caminantes que lo necesiten. Trabajo grato, útil y servicial. Cuando un día, quien pide ayuda al gigantón para pasar es aquel niño de la orilla; trabajo suave y agradable compañía para empezar la jornada. Solo que al usual intento de caminar pisando el lecho, nota más blando el fondo y en la espalda siente todo el peso del mundo, del mundo entero; y ¿cómo preguntar al frágil niño que probablemente no sabe ni entiende y, además, sonríe gozoso? «Has encontrado al Rey que hizo el mundo y mantiene el cosmos; me has servido en las obras piadosas, cuando ayudabas a los pobres a pasar el río». Desde este momento, Cristóbal se bautiza y ya no se llamará Relicto, cambia por Cristóforo.
Y el «portador de Dios» —que eso quiere decir en griego— sigue diciendo la historia —o la leyenda con fábula— que marcha por los mundos llevando en la boca y en el corazón el nombre de Cristo, sirviéndole hasta la muerte, decapitado el 25 de julio, después de haber sido pinchado el gigante por las saetas que le arrojaron cuatrocientos soldados.
¿Te gustó la leyenda del Cristobalón que paseas en tu coche, ese a quien miras, silencioso, pidiendo buen viaje para ti y para todos los que ruedan el asfalto? Tienes derecho a decir «no» a los detalles que son con evidencia producto de la imaginación. Pero la persona del mártir, aunque no fuera un Hércules por «cachas», sí existió. Los antiguos martirologios, pinturas murales, letanías, el breviario mozárabe —que sitúa su muerte por degüello en Liza, en tiempos de Decio—, las reliquias en Santiago, Astorga, Toledo y Valencia lo dicen. Hasta sabemos que la razón del traslado de su fiesta al día diez de este mes se debió a la celebración de Santiago, que es el Patrón.
Por cierto, hoy es buen día para bendecir tu coche, bicicleta, moto o camión; también caben —aunque menos frecuentes— el avión y el patín.