La cultura de la vida sólo es posible con Jesucristo
La encíclica Humane vitae es la constatación de que Dios no abandona a su Iglesia, y de que el Espíritu Santo vela por ella y por toda la Humanidad. Todo se ponía a favor de que Pablo VI cambiara la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción, pero el resultado de todos los trabajos previos dio como resultado un documento profético que vela por la naturaleza de la sexualidad humana. Sin esta enseñanza, millones de familias católicas se habrían cerrado a nuevos nacimientos; al ignorarla, el mundo se ha sumergido en una dinámica imparable de abortos y divorcios, y en la actual crisis económica y moral. Hemos entrevistado al teólogo don Germain Grisez, laico, testigo privilegiado del nacimiento de la Humanae vitae
Usted trabajó, en 1966, en la Comisión pontificia sobre población, familia y natalidad. ¿En qué consistía esta Comisión?
La Comisión era un pequeño grupo de estudio, creado en 1963 por Juan XXIII, para planificar la contribución de la Santa Sede en algunas reuniones internacionales sobre los problemas de población. Luego, después de que Pablo VI ya fuera Papa, varios teólogos publicaron artículos en los que sugerían que la Iglesia podía -y debía- cambiar su enseñanza moral tradicional de que el uso de la anticoncepción, incluso en parejas casadas, siempre está mal. Algunos miembros de la Comisión y su Secretario General, el padre dominico Henri de Riedmatten, instaron a Pablo VI a que no reafirmara la doctrina tradicional sin haberla revisado antes. Algunos sostenían que la píldora anticonceptiva era diferente de los métodos anticonceptivos que la Iglesia siempre había condenado. Así que Pablo VI decidió, en 1964, ampliar la Comisión, y llamó a una gran variedad de teólogos, sacerdotes implicados en el trabajo pastoral con parejas casadas, médicos, sociólogos y matrimonios. Algunos pensaban que la Iglesia debía cambiar su enseñanza sobre este asunto.
No era el caso del padre jesuita John Ford, ni de usted…
El padre Ford fue un destacado teólogo moral de la época, que defendía la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción, y había hablado con Pablo VI sobre este tema. Yo había escrito un libro sobre La contracepción y la ley natural, y Ford me pidió que le ayudara con su trabajo.
A principios de 1966, el Papa Pablo VI reorganizó la Comisión, de modo que todos sus miembros anteriores se convirtieron en asesores expertos de dieciséis cardenales y otros obispos. Ford participó en sesiones de estudio con los otros teólogos. Justo al final, me pidió que fuera a Roma y le ayudara a prepararse para la reunión de los cardenales y obispos.
Usted ayudó a Ford a escribir una respuesta crítica al Informe final oficial de la Comisión. ¿Qué contenía ese Informe, y en qué consistió su crítica?
De Riedmatten escribió el Informe final, y se puso del lado de la mayoría de la Comisión, que sostuvo que las parejas casadas pueden –y a veces deben– usar anticonceptivos, y que la Iglesia debía aprobar su uso y animar a las parejas casadas a seguir su propio juicio acerca de qué métodos utilizar y cuándo utilizarlos.
Uno de los prelados a los que el Papa llamó a la Comisión de cardenales y obispos no pudo asistir: Karol Wojtyla, arzobispo de Cracovia, que más tarde se convirtió en el Papa Juan Pablo II. Cuando los otros quince votaron, todos menos uno estuvieron de acuerdo en que la píldora anticonceptiva no es moralmente diferente de otras formas de anticoncepción. Y nueve de los quince votaron a favor de un cambio en la enseñanza de la Iglesia; tres se opusieron a este cambio; y los otros tres fueron incapaces de tomar una posición clara a favor o en contra.
Entonces Pablo VI tenía apoyo para permitir la anticoncepción…
El cardenal Alfredo Ottaviani, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, era uno de los tres miembros de la Comisión en contra de un cambio en la enseñanza de la Iglesia. En privado, le pidió al padre Ford que preparara una crítica al Informe final. Ford le habló de mí a Ottaviani, y el cardenal nos pidió a ambos reunirnos con él. Entre otras cosas, el cardenal Ottaviani nos dijo que el Papa preguntaría: ¿Entonces cómo han podido todos estos buenos hombres –la gran mayoría de la Comisión– llegar a esta conclusión? Ford y yo comenzamos por esbozar una respuesta a esa pregunta, y así elaboramos nuestro propio borrador.
Le repito entonces esa misma pregunta: ¿cómo pudieron todos aquellos buenos hombres llegar a semejante conclusión?
Había una serie de factores que movían a pensar en un cambio: las dificultades de las parejas casadas, el rápido aumento de la población en algunas zonas menos prósperas del mundo, un nuevo énfasis teológico sobre la bondad de la relación matrimonial, la confusión acerca de los métodos de regulación de la natalidad… Pero el verdadero motivo era una comprensión humanista y mundana de los seres humanos y de los valores morales. Los teólogos de la mayoría de la Comisión, que no eran filósofos, habían aceptado acríticamente una filosofía no cristiana.
¿Y si Pablo VI hubiera aceptado la opinión de la mayoría?
En realidad, Ford y yo no esperábamos que Pablo VI aceptara la opinión de la mayoría. Pensamos que eso sería un error terrible, y que algo así podría conducir a una tremenda confusión en la Iglesia.
La oración y la Misa eran parte de su vida diaria, mientras trabajaban en Roma. ¿Eran conscientes de todo lo que estaba en juego?
Sabíamos que había mucho en juego y que nuestro trabajo era muy importante. Trabajamos muy duro. Celebramos juntos la Misa cada día. Durante todo el tiempo que trabajé con Ford, nunca lo vi deprimido o con ansiedad acerca de cómo iban a ir las cosas. La clave de la paz interior de Ford y de su esperanza firme era que tenía la fe de un niño en la Providencia. Él solía decir: No importa lo mal que parezcan ir las cosas; cuando me voy a la cama, sé que estoy en los brazos de Dios y estoy seguro de que todo va a ir bien. Yo no tenía esa profunda confianza en la Providencia, pero posteriormente, en mayo de 1968, tuve la experiencia de una profunda confianza en la Providencia, así como la certeza absoluta de que Jesús y el Espíritu Santo nunca abandonarían a su Iglesia.
En julio de 1968, Pablo VI finalmente publicó la Humanae vitae, que confirmó la doctrina de la Iglesia sobre la anticoncepción, la esterilización y el aborto. Así, rechazó la opinión de la mayoría de la Comisión y aceptó la de Ford y usted. Nadie hubiera apostado por ustedes…
Pablo VI no se limitó a contar los votos. Pienso que estudió lo que Ford y yo habíamos escrito para el cardenal Ottaviani, así como materiales enviados por el arzobispo Karol Wojtyla y sus colegas polacos. En última instancia, el Papa se convenció de la verdad sobre las cuestiones debatidas, y también se convenció de que no tenía más alternativa que enseñar la verdad, lo que finalmente hizo.
¿Qué pensó en los años siguientes, cuando la Humanae vitae fue contestada, incluso en la misma Iglesia?
Mis pensamientos eran muchos y complejos. Yo pensaba que la Iglesia no estaba tan en buena forma como parecía estar en 1960, ya que bajo la superficie había una gran cantidad de podredumbre y corrupción, que no se mostró sino hasta años después.
También pensé que los obispos y teólogos que disintieron de la Humanae vitae estaban causando un terrible perjuicio a la Iglesia y a las parejas casadas. En 1973, me di cuenta de que al menos algunos de ellos estaban haciendo lo mejor que podían, al igual que yo, y que yo no debía juzgar a ninguno de ellos con dureza.
Hoy parece demostrado que la mentalidad anticonceptiva llevó a la rápida aceptación del aborto, a un gran aumento del divorcio, y a una tasa de natalidad tan baja en los países ricos que ha provocado la actual crisis económica. ¿Cómo puede la Iglesia cambiar ahora la mentalidad anticonceptiva?
Estoy firmemente convencido de que la Iglesia no puede hacer nada que ayude a cambiar la mentalidad anticonceptiva, o promover una cultura de la vida, excepto predicar y enseñar el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. No me refiero a parte del Evangelio, sino a todo el Evangelio. A menos que la gente crea en el reino de Dios, no puede tomar su cruz y seguir a Jesús. Pero una vez que alguien cobra esperanza y toma su cruz, todos los asuntos morales vendrán por su propio peso.
1930: Se empieza a comercializar el preservativo desechable.
1960: Se empieza a comercializar la píldora anticonceptiva.
1963: Juan XXIII crea la Comisión pontificia sobre población, familia y natalidad, para estudiar cuestiones relativas a la anticoncepción y a la píldora anticonceptiva.
1965: 12 de los 19 teólogos miembros de la Comisión votan a favor de que la Iglesia cambie sus enseñanzas acerca de la anticoncepción, y acepte que los matrimonios puedan usar anticonceptivos, incluida la píldora anticonceptiva.
Abril de 1966: 9 de los 15 obispos miembros de la Comisión están a favor de que Iglesia cambie su doctrina sobre la anticoncepción.
Junio de 1966: El cardenal Ottaviani (en contra del cambio) pide al padre John Ford y al laico Germain Grisez que elaboren un Informe con razones sobre la enseñanza de la Iglesia en estos temas.
Mayo de 1968: estalla la llamada Revolución sexual.
Julio de 1968: En medio de una fuerte contestación, Pablo VI publica la encíclica Humane vitae, que concluye así: «El hombre no puede hallar la verdadera felicidad más que en el respeto de las leyes grabadas por Dios en su naturaleza».
1972: Pablo VI otorga a Grisez y a su mujer Jeanette la medalla Pro ecclesia et pontifice.