Rocco Buttiglione: «Si el hombre vive según pasiones desordenadas, es fácil manipularle» - Alfa y Omega

Rocco Buttiglione: «Si el hombre vive según pasiones desordenadas, es fácil manipularle»

«Está en peligro la libertad» en Europa, advierte el diputado italiano Rocco Buttiglione, de 66 años y tristemente famoso desde que, hace 10 años, el Parlamento Europeo vetó su nombramiento como comisario por sus convicciones cristianas sobre la familia. Exministro en su país de Asuntos Europeos y de Cultura y Turismo, Buttiglione es la antítesis del político profesional

Ricardo Benjumea
Rocco Buttiglione

Políglota, hombre de vastísima cultura, gentiles maneras y un finísimo sentido del humor, es imposible reconocer en él esa imagen pública de inquisidor intolerante que aún arrastra. Esta semana, ha visitado España para presentar ¿Democracia sin religión? El derecho de los cristianos a influir en la sociedad (Stella Maris), libro en el que comparte autoría con un amplio elenco de autores, como Jaime Mayor Oreja, el cardenal Schönborn, Ignacio Sánchez Cámara o Joseph Weiler. En esta entrevista, aborda asuntos como la sexualidad, el matrimonio, el Sínodo de la familia o el proyecto de integración europea, del que es ardiente defensor. Sus dos grandes referentes políticos: Helmut Kohl y san Juan Pablo II, de quienes se enorgullece de haber sido amigo.

Afirma usted en ¿Democracia sin religión? que la causa de la crisis que ha sacudido Europa es un mal uso de la libertad humana, y advierte de que avanzamos «hacia la total destrucción del verdadero sentido de la libertad y de la tolerancia». ¿Por qué?
El problema fundamental es qué es la libertad. Para los animales, se reduce a la libertad del instinto. El perro hace lo que el instinto le dicta. Está libre cuando nadie se lo impide. Para el hombre es distinto. Ser libre es no tener una constricción exterior, que no haya otro que me diga lo que tengo que hacer, pero también ser dueño de uno mismo, no estar bajo el control de las pasiones desordenadas. Porque las pasiones son buenas siervas, pero muy malas amas. ¿Y qué pasa entonces? A través de los instintos, podemos controlar al perro mucho mejor que con la cadena. Mi perro hace lo que yo quiero, porque puedo manipular, condicionar sus pasiones. De modo análogo, si el hombre vive según pasiones desordenadas, es muy fácil controlarle y manipularle a través de ellas. Hay una extraordinaria investigación científica en la Escuela de Frankfurt sobre el totalitarismo, con TW Adorno (La personalidad autoritaria), o Max Horkheimer (Estudios sobre autoridad y familia), que muestran que, en el sistema autoritario, son manipuladas las pasiones del hombre y se sepulta su aspecto racional.

¿Pasión contra razón?
La dignidad humana no se opone a la satisfacción de los propios instintos, pero implica hacerlo de una manera que sea compatible con mi dignidad, que la acreciente… Tomemos el ejemplo del impulso sexual. Los hombres lo tienen, igual que los perros, pero el hombre se plantea cómo satisfacer su instinto sexual respetando su propia dignidad como persona y la dignidad de la otra persona. El instinto sexual, bien encauzado, ofrece la base para una elaboración cultural de la que nace el fenómeno del enamoramiento y del amor conyugal, la familia, los hijos… Si el ser humano pierde eso, se pierde a sí mismo.

Los antiguos hablan de una libertad mayor y de una libertad menor. La libertad mayor coincide con la obediencia a la verdad. La libertad menor es simple falta de constricción externa. Uno lo experimenta cuando se enamora: entre él y la persona amada nace un mundo de valores, y mi libertad está en la obediencia a esos valores. Soy más libre en esa obediencia y en el respeto al valor de la persona que amo que cuando estaba solo. Charles Peguy se pregunta para qué sirve la libertad, sino para ser donada. Para hacer posible el amor. ¿Y es posible el amor sin la verdad? No, el amor nace del reconocimiento de la verdad sobre la belleza, la grandeza y la dignidad de la otra persona. Y como reflejo de eso, descubro también mi propia dignidad. Un varón descubre en los ojos de una mujer que le mira con amor la verdad sobre mí mismo y el valor de su personalidad. Antes, la mirada amorosa de una madre nos descubre nuestro valor como seres humanos.

¿Hay un problema de falta de libertad religiosa en Europa?
No me gusta mucho hablar de libertad religiosa. Está en peligro la libertad. Porque la libertad es una. ¿Por qué está en peligro en Europa hoy? Si perdemos de vista la libertad mayor, la libertad basada en la verdad, entre mis impulsos y los tuyos no hay mediación racional. Dos lobos no discuten, se pelean. El más fuerte tiene más derechos. Si se pierde la idea de una libertad razonada, de una razón común, el único ámbito de decisión es la fuerza: el fuerte decide. Esa idea no es mía, la formuló de manera extraordinaria Benito Mussolini, en un artículo en el que explica el fascismo como resultado de las corrientes más adelantadas de la filosofía contemporánea (es decir, de las relativistas): quien tiene el poder tiene el deber de utilizarlo. El poder define la verdad…

Con eso muere la idea de tolerancia, la idea de que tú tienes derecho a equivocarte, porque sólo podemos reconocer la verdad a través de nuestra libertad. No puedo imponerte el reconocimiento de la verdad; sería un contravalor moral. Pero sí tengo derecho a decirte que estás equivocado. A veces puede ocurrir que no sepamos si tienes tú razón o la tengo yo, pero si tenemos la verdad como horizonte, podemos dialogar. Si falta ese horizonte común, no es posible hablar ya de tolerancia. La tolerancia es entonces substituida por otra cosa: relativismo, indiferentismo, negar el derecho a enjuiciar y jerarquizar la realidad… Nada es mejor que nada. Todo es igual. Y el resultado entonces es que se deja de pensar. El problema hoy en Europa, por eso, no es tanto la defensa de la fe cristiana, como la defensa del hombre.

O sea, está en crisis la misma razón…
Es una paradoja: la Iglesia católica que tanto se opuso al iluminismo en el siglo XVIII es, en el siglo XXI, la gran defensora de la confianza en la razón en el, mientras que los iluministas se terminaron devorando a sí mismos. Horkheimer y Adorno explican cómo el iluminismo comienza afirmando los derechos del hombre, enraizados en la verdad objetiva de Dios. Después, el iluminismo mata a Dios, los derechos del hombre dejan de estar enraizados en algo, y terminan relativizándose: se convierten en lo contrario de lo que se pretendía inicialmente. El iluminismo manifiesta así su potencial totalitario cuando se separa de la metafísica.

¿Cómo dialogar hoy en Europa con quien no comparte ya unos mínimos presupuestos morales y antropológicos con nosotros?
Pienso que hay que hablar desde la experiencia de la realidad. Muchas veces los católicos pensamos de manera ideológica: tenemos una doctrina e intentamos defenderla. Eso no funciona. Una vez Juan Pablo II me dijo: «No debes decir que esto es así porque lo dice el Papa, debes decir que el Papa lo dice porque es así».

En el debate político, no tendría sentido argumentar que algo debe hacerse de determinada manera porque lo dicen la Iglesia o las Sagradas Escrituras. Claro que lo mismo habría que pedirles a quienes invocan a Marx o a Foucalt… Pero cuando uno argumenta: «En mi vida he experimentado que esto es verdadero», ese tipo de diálogo sí enriquece. «Yo no tengo toda la verdad, pero esto que he vivido sé que es verdadero y quiero ofrecértelo. Y quiero escuchar tus razones también y aprender de ti». Ahí se puede dialogar, fuera del debate ideológico.

Una vez, en la Cámara de los Diputados de Italia, se hablaba de la eutanasia. Yo conté que había tenido en mis brazos a un hombre que pedía: «Quiero morir, mátame». Pero lo que él decía no era verdad; lo que verdaderamente quería decir es: «No puedo vivir de esta manera, ayúdame a vivir de otra manera». Este hombre vivió; hoy es feliz. Esto es un hecho.

Necesitamos testimonios. Un gran pensador no católico, Benedetto Croce, dijo que no nos pueden salvar los políticos ni los filósofos; quizá puedan hacerlo los poetas y los santos…

Han pasado ya 10 años desde que usted fue vetado por el Parlamento Europeo por sus convicciones cristianas. Muchos afirman que los prejuicios anticristianos son hoy más fuertes (encontramos abundantes ejemplos en ¿Democracia sin religión?), pero cada vez hay menos personas en las instituciones comunitarias dispuestos a combatirlos…
Es verdad, hay una ofensiva, no tanto contra la Iglesia, sino contra el hombre. Una nueva intolerancia. Pero no es verdad que no haya nadie que defienda. Está Jaime Mayor Oreja…

Pero se marcha…
¡Del Parlamento Europeo, no de este mundo!

No parece que haya relevos claros a políticos como él en materias como la defensa de la vida y la familia, ni en el seno del Partido Popular Europeo ni en otros partidos.
¡Encontraremos a otros! No es cierto que Europa no sea cristiana. Tampoco es cierto que sea cristiana… Europa oscila entre uno y otro extremo, quizás siempre lo ha hecho. Lo mismo les ocurre a la mayoría de políticos, que no son claramente ni cristianos, ni anticristianos.

En todo caso, los cristianos sabemos que no debemos esperar la victoria, porque el vencedor será Jesús en su segunda venida. Hasta que Él llegue, la batalla continúa. Algunas veces ganaremos un poco, otras veces perderemos un poco… No me preocupa eso. Lo que me preocupa es Europa. Cuando el Señor regrese encontrará fe en el mundo, ¿pero la encontrará en Europa?

Asistimos hoy a un extraordinario provincialismo en Europa. El peso de Europa cada vez es menor en el mundo. La Iglesia, también, crece poco a poco en el mundo, pero retrocede en Europa.

¿Le preocupa la desafección ciudadana hacia el proyecto comunitario? ¿El auge de los nacionalismos? ¿La falta de un proyecto en Europa?
Sí hay un proyecto, pero hay que recuperarlo. Yo he vivido una etapa extraordinaria en la historia de Europa. He tenido la gran suerte de haber tratado de cerca a Juan Pablo II y a Helmut Kohl. El pueblo polaco y la Iglesia polaca, liderada por Juan Pablo II, y después los pueblos y las Iglesias de los otros países de Europa Central produjeron una energía extraordinaria que ha cambiado el mundo. En su homilía final, en su primer viaje a Polonia, Juan Pablo II invocó al Espíritu Santo, para cambiar el rostro de la tierra, de esa tierra concreta polaca. Y el Espíritu vino. Y fue un milagro. El gran poder militar y policial del mundo quebró frente a una resistencia de tipo cultural, moral y sobre todo religiosa, que nunca derramó sangre. El comunismo acabó sin sangre, cuando lo más normal hubiera sido una guerra desde el Báltico al Adriático.

Y Helmut Kohl supo conducir la reunificación alemana y la ampliación al Este y el euro como instrumento para anclar definitivamente a Alemania en Europa occidental e impedir que nazca un nuevo imperialismo alemán, para hacer una Alemania europea y no una Europa alemana.

Todo eso fueron grandes logros, pero el edificio se ha quedado sin terminar de construir. Europa es como un castillo maravilloso, pero falta el techo, no hemos completado el proyecto. No se quisieron reconocer los valores cristianos en la Constitución, y después los pueblos no quisieron tener esa Constitución. Yo, por cierto, luché por la Constitución, porque era mejor tener una mala Constitución que no tener Constitución. Pero hoy no la tenemos, ni tenemos unidad política. Sin esa unidad, frente a las agresiones de las finanzas internacionales, tenemos una defensa muy desorganizada, muy frágil. Hemos conseguido sobrevivir a la crisis pero no ha sido fácil.

¿Y qué propone usted hacer entonces?
Volver al proyecto inicial de una Europa que se ama a sí misma. Porque ahora hay un odio de Europa hacia sí misma, que es también el odio contra la libertad. Y la crisis nos ha mostrado que Europa no puede seguir así. Porque al final no sólo están amenazados los valores morales, sino también los materiales. Europa se está autodestruyendo.

Hay que retomar el proyecto inicial, no hay otro camino. No puede subsistir una Europa sin raíces, Un joven puede pelearse con sus padres (a veces, debe incluso pelearse con ellos), pero lo que no puede hacer es negar ese vínculo filial, porque se haría a sí mismo abstracto, perdería la fuerza para enfrentarse con el mundo, con la vida.

Los cristianos tenemos que luchar por Europa. No podemos desentendernos. ¿Encontrará el Señor fe en Europa? No sería bueno que la encontrara en Corea, en Japón, en el Polo Norte y en el Polo Sur, y no en Europa.

¿Qué expectativas tiene usted con respecto al próximo Sínodo de la Familia?
Por un lado, siento preocupación, al ver demasiada pasión desordenada en la discusión sobre ciertos temas, como el del acceso a la comunión de los divorciados en nuevas uniones. Entiendo que es un asunto complicado.

El matrimonio cristiano es el testimonio del amor de Dios. Yo soy, para mi mujer, la evidencia fáctica de que Dios le ama. Yo le amo, y así soy testigo del amor de Dios hacia ella. Por otro lado, hay muchos cristianos sin una formación adecuada, que se casan y después afirman que ese matrimonio no era válido.

Una discusión teológica que cuestione la indisolubilidad del matrimonio no es posible. Una solución puede ser agilizar el control de la autenticidad del primer matrimonio, que sería un poco lo que hacemos los políticos, cuando, para resolver el problema de la saturación de la justicia, instituimos tribunales extraordinarios para los casos más fáciles de resolver con jueces honorarios. Aquí, podría hacerse algo parecido para agilizar la respuesta, y eso sí, cuando se vea que el matrimonio ha sido válido, habrá que decirle a esas personas que no podemos deshacer su matrimonio; tendrán que vivir con ello. Pienso que por ahí puede venir la solución.

Pero el objetivo que pretende el Papa es mucho más amplio: buscar el modo de proponer hoy el matrimonio y la familia cristiana.
El problema fundamental en el debate actual es la negación del matrimonio como unión entre un hombre y una mujer. Unos dicen que el matrimonio es simplemente un producto cultural. Bien, de acuerdo. Todo el hombre es elaboración cultural. Pero cultural no significa arbitrario. ¡No! El matrimonio, la familia… Todo eso es el resultado de la historia del amor y de la vida de muchas generaciones.

Hoy se quiere liberar los apetitos, las apetencias; se busca el placer inmediato, en contra de la fatiga de canalizar los impulsos por canales culturales que los hacen fecundos. Es la liberación de los instintos. La revuelta contra la razón.

No es cierto lo que decía mi generación: Haz el amor y no la guerra. El impulso sexual puede ser bueno o muy destructivo. Hay un libro de Freud, El malestar en la cultura, en el que argumenta que la fuerza para el trabajo nace de la represión sexual que orienta la energía sexual, que se transforma, en sublimaciones sucesivas, en trabajo y en cultura. La sexualidad es como el agua: si está canalizada, es fecunda. Si no está canalizada, puede ser muy destructiva.

En esta tentativa de canalización, hay éxitos imperfectos. Pero no se puede negar que el matrimonio y la familia son la base de la cultura. Sin matrimonio no hay cultura. El matrimonio es la base de nuestra civilización. Toda la cultura humana nació por aproximaciones sucesivas a esta canalización de la energía sexual en términos que valorizaban lo humano sobre lo meramente animal.

En mi propia vida, experimento que la realidad del matrimonio y la familia ha sido extraordinariamente positiva. Y quiero que mis hijas y mis nietos vivan una experiencia parecida. Tengo el derecho de proponérselo. Escucho decir a gente: «No debemos imponer estereotipos sexuales a los niños». ¡Eso es una locura! Para canalizar, orientar su sexualidad, los niños necesitan ejemplos. Y es bueno que descubran la complementariedad. Algunos rechazan esto, y tienen derecho a ser respetados, pero no a imponerme a mí que se les deba proponer a mis hijas, en un plano de igualdad, escoger entre la heterosexualidad y la homosexualidad.

Además, la familia y la sexualidad heterosexual tiene una función social, que es engendrar a los hijos y educarlos. No es un privilegio, es un derecho de la familia, tener la ayuda del Estado, porque cumple una función social. El problema es que hoy el matrimonio se presenta como una relación exclusivamente emotiva y sexual. En ese caso, ¿qué diferencia hay entre homosexualidad y heterosexualidad? Ninguna.