Sacerdote cubano: «Por nuestra carta a Castro podemos morir… en un accidente de coche»
Castor José Álvarez Devesa es uno de los sacerdotes que, en enero, hizo llegar a Raúl Castro una carta pidiendo elecciones libres y denunciando que el totalitarismo permea toda la sociedad cubana. Asegura a Alfa y Omega que los obispos cubanos no les han puesto ningún obstáculo a significarse de esta manera tan clara, y explica cómo es el día a día de sus fieles: la imposibilidad de sobrevivir sin el mercado negro, las restricciones a la vida de la parroquia, y el miedo constante a los espías del régimen
«Sentíamos que había que iluminar la realidad social cubana desde la doctrina social de la Iglesia». Así explica el sacerdote cubano Castor José Álvarez Devesa la decisión que tomaron él y otros dos presbíteros, José Conrado Rodríguez Alegre y Roque Nelvis Morales Fonseca, de escribir una carta a Raúl Castro pidiendo que en este país, en vez de las «votaciones» previstas para el próximo marzo, se celebren elecciones en libertad.
En el texto, denuncian también que desde el triunfo de la revolución en 1959 y la implantación del Partido Comunista como partido único «el estilo totalitario ha permeado cada capa de la sociedad» cubana.
El padre Álvarez Devesa relata a Alfa y Omega que detrás de la carta hay sacerdotes de todo el país. «Aquí nos conocemos los de todas las diócesis. Durante la convivencia que hacemos todos los años, presentamos la propuesta a los demás, y con los que quisieron formamos un grupo para rezar juntos, reflexionar y dialogar. La mayoría de este grupo participó en la elaboración de la carta», junto con algunos laicos.
Sin embargo, solo la firmaron tres, los que tenían «ese carisma, esa llamada». Eran totalmente conscientes de las posibles consecuencias. «No van a meternos presos o fusilarnos por la carta. Pero sabemos que nos pueden jugar una mala pasada.
Puedes acabar muriendo de otra forma, en un accidente de coche o porque te enfermen. O acabar en la cárcel porque te pongan material pornográfico en casa y te juzguen por ello».
Espaldarazo de la Iglesia
Esta iniciativa ha multiplicado su repercusión al haber sido recibidos a comienzos de febrero por el secretario de Estado del Vaticano, cardenal Pietro Parolin. «Fue muy amable, me sentí como un hijo con su padre –recuerda–. En el Vaticano tienen una visión universal, que a veces puede ser mayor que la nuestra». Pero querían que se escuchara, específicamente, una visión cercana de la realidad de Cuba.
También, añade, con el objetivo de que esta visión «llegue a otras sociedades y a todo el mundo. En Venezuela hay una situación que puede ser iluminada por nuestra realidad. La Iglesia en ese país tiene un reto similar al que ha tenido en Cuba».
Le preocupaba, también, que se escuchara su voz en Europa. «La Unión Europea nos ha dejado atónitos al declarar [en su informe anual sobre derechos humanos, ndr] que vivimos es una “democracia de partido único”. No puedo sino pensar que esto se debe a intereses económicos», para no quedarse atrás después del restablecimiento de relaciones entre la isla y Estados Unidos. «Y esto me preocupa muchísimo».
Los obispos les «dejan hacer»
Con todo, el primer fruto del encuentro con el cardenal Parolin es el respaldo eclesial a su iniciativa que este gesto transmite. La postura de los obispos cubanos ha sido un más discreto «dejar hacer». «El secretario adjunto de la Conferencia Episcopal, el padre Pepe Félix, ha dicho que no se van a pronunciar porque no es una cuestión doctrinal», explica el padre Castor. Es decir, que «no han encontrado [en la carta] un error doctrinal», y respetan «nuestros criterios personales dentro del magisterio de la doctrina social de la Iglesia».
«No nos han puesto ningún impedimento» ni a enviar la carta a Raúl Castro ni a viajar al Vaticano para presentarla a la Secretaría de Estado. De hecho, «algún obispo nos dio luz verde. Otro obispo ha subrayado que en nuestra carta hay cantidad de cosas que ya estaban en un documento de la Conferencia Episcopal en 2013, La esperanza no defrauda».
Acusados a veces de callar ante el régimen, el sacerdote ha aclarado a otros medios que «los obispos de Cuba actúan como muchos cubanos, en este ambiente en el que el gobierno deja muy poco terreno para actuar: tratando de hacer lo que se puede. Nosotros hemos querido dar un paso más, de forma más abierta».
Cree, por ejemplo, que parte de estrategia del episcopado cubano para construir alternativas al régimen comunista es la apuesta por los laicos, que ha marcado los últimos años de sus estrategias pastorales y en la que «este año han puesto un especial énfasis».
El templo, en el patio de un feligrés
El padre Castor José está al frente de la zona pastoral de Modelo, en Camagüey. A su cargo están una zona periférica de la ciudad y varios pueblos, uno de ellos a 34 kilómetros de distancia.
El único templo está construido en el patio de la casa de un feligrés. «Él nos lo cedió y allí tenemos la estructura, los bancos, el altar y el ambón –explica a Alfa y Omega–. Pero no podemos adquirirlo legalmente». Los obstáculos para la construcción de nuevos templos son una de las limitaciones a la libertad de la Iglesia, que también tiene dificultades para prestar atención religiosa a los presos o aparecer con normalidad en los medios de comunicación.
La falta de templos obliga a las parroquias a funcionar, en gran medida, gracias a casas de misión. Es decir, a hogares que las familias ceden durante un rato para que la comunidad se reúna allí, o que un laico compra y dedica totalmente al uso de la parroquia, aunque esta no sea la titular.
Espías en cada Misa…
En su templo «cedido», la comunidad del padre Castor José celebra Misa dos veces a la semana, los domingos por la mañana y los miércoles por la noche. Los sábados y los domingos por la tarde la Misa es en dos de los pueblos de su territorio. También tienen catequesis de niños y de adultos. «La gente puede venir y no la molestan, en eso tenemos libertad».
Eso sí, es perfectamente consciente de que «normalmente en las misas hay gente vigilando lo que decimos. Posiblemente, varias personas. Algún pobre al que ayudaba me ha dicho que la Seguridad del Estado le había enviado para espiarme». En ocasiones, otros feligreses acuden a él con sospechas de que algún otro sea un confidente del régimen, o él mismo lo detecta. Por ejemplo, «si viene a la iglesia pero no trae a sus hijos a catequesis».
… e intenta evangelizarlos
¿Qué hace en estos casos? «Si quien nos advierte es muy digno de confianza, intentamos no dar a esa persona sospechosa facilidades para acceder a información. Pero tampoco puedes caer en el prejuicio hacia ellos». Por eso, normalmente no toman más medidas, a no ser que los agentes del régimen empiecen a crear división o causar problemas por los que se les pueda recriminar «de forma objetiva. Tenemos que velar por la unión de la Iglesia, porque el diablo va a dividir, crear mal ambiente, desmoralizar al sacerdote, calumniar…».
Con todo, el padre Castor José tiene muy claro, e insiste en ello varias veces durante la entrevista, que «lo nuestro es evangelizar, predicar el Evangelio con mucha fe, también a ellos, con la esperanza de que alcancen la verdad de Jesucristo».
«Es difícil vivir sin el mercado negro»
Entre sus feligreses los ha de todas las edades, aunque como en el resto del país predominan los mayores de 60 años y los menores de 30. Muchos de los adultos jóvenes han emigrado fuera de la isla, buscando un futuro mejor, así que hay muchos mayores solos o que deben cuidar a sus nietos.
Este sacerdote conoce bien las necesidades diarias de la gente: «El salario promedio son 23 dólares al mes, cuando un litro de aceite te cuesta dos dólares, y un litro de gasolina o un paquete de detergente, un dólar. Es muy difícil que alguien viva sin participar en el mercado negro, que es amplísimo».
Y pone un ejemplo ilustrativo: trabajadores de la estación de autobuses que venden combustible sobrante para lograr unos ingresos extra, mientras la empresa de autobuses también se ve obligada a comprar las piezas necesarias para las reparaciones de forma clandestina, acudiendo a otros obreros que las han “cogido” de la fábrica donde se producen.
Preocupación: los ancianos y la familia
En la carta que le enviaron a Raúl Castro, se aludía de forma particular a la situación de los jubilados. «A veces cobran por debajo del salario mínimo, que son 130 dólares al año. El otro día, uno me dijo que pasó todo el día haciendo cola para adquirir la tarjeta magnética que les piden para cobrar la jubilación. Y todos los jueves hay gente haciendo cola en la farmacia, porque es el día que llegan los medicamentos, y muchos se acaban».
Una cuestión que le causa gran preocupación al sacerdote es la falta de relevancia social que tiene la familia. «Aquí la gente no se casa, solo empiezan a convivir. Juan Pablo II decía que en este tipo de sociedades socialistas el error fundamental es que no hay instituciones intermedias entre el individuo y el Estado. Y la primera de ellas es la familia. Por eso en nuestra carta pedíamos una sociedad en la que se cuide el matrimonio entre un hombre y una mujer».
Las consecuencias de hablar
En su carta, los sacerdotes también aluden al entramado de silencio y mentiras en el que los cubanos están forzados a vivir, a pesar de una cierta relajación de la persecución desde la caída de la URSS. «El miedo a criticar al gobierno se ha ido relajando.
En mi juventud nunca se contaban chistes contra el sistema –recuerda el padre Castor José–, pero ahora la gente ya habla más. También se fueron tomando libertades, como vender cosas. Y el gobierno lo tolera, aunque sea ilegal».
En la misma línea, las visitas de san Juan Pablo II en 1998 y de Benedicto XVI en 2012 han ido abriendo algunos espacios más de libertad religiosa, como pequeñas apariciones de líderes católicos en los medios; aunque de forma muy restringida. «Hay tres niveles –explica el padre Castor José–: vivir engañado, creyendo que fuera de Cuba todo está mal y dentro bien; saber que eso es un engaño pero callarte; y hablar y que te repriman. La mayoría de la gente sigue en el segundo nivel, aunque poco a poco aumenta el número de gente que empieza a hablar un poco más».
Eso sí, siempre con el miedo de que «se te cierre la vida. La mayoría de los trabajos –medios de transporte, las grandes fábricas– son estatales, y si alguien se pone contra el Estado pueden perder el empleo. Los que son claramente opositores no pueden trabajar», explica.
Otra arma del régimen contra la gente que se significa es perseguirles por otros crímenes. Puede ser un montaje, como la posibilidad a la que aludía el sacerdote de que le acusen de posesión de pornografía. Pero normalmente no hace falta llegar a esos extremos: «Como normalmente si respetas la ley no te da para vivir, si haces algo ilegal como vender en el mercado negro y a la vez te manifiestas contra el gobierno, pueden llevarte preso por lo primero», aunque el motivo real sea el segundo.
A Raúl Castro Ruz en el XX aniversario de la Misa por la Patria presidida por San Juan Pablo II y las palabras de monseñor Pedro Meurice en la Plaza Antonio Maceo de Santiago de Cuba, el 24 de enero de 1998.
El pasado primero de enero se ha conmemorado el 59º aniversario del triunfo de una Revolución. Una Revolución necesaria ante las atrocidades cometidas impunemente por un poder que se había vuelto contra este pueblo. Muchos lucharon y muchos murieron por dar a sus hijos una Cuba donde se pudiera vivir en libertad, en paz y prosperidad.
Hoy, casi seis décadas después, tenemos argumentos suficientes para evaluar qué hemos vivido en nuestra tierra.
Desde la institucionalización del Partido Comunista como el único partido autorizado a existir, nunca se ha permitido a este pueblo alzar una voz diferente, antes bien, toda voz diferente que ha intentado hacerse oír ha sido silenciada.
Este estilo totalitario ha permeado cada capa de la sociedad. Los cubanos saben que no tienen libertad de expresión, se cuidan para decir lo que piensan y sienten, porque viven con miedo, muchas veces incluso, de aquellos con quienes conviven cada día: compañeros de escuela, de trabajo, vecinos, conocidos y familiares. Convivimos en un entramado de mentiras que va desde el hogar hasta las más altas esferas. Decimos y hacemos lo que no creemos ni sentimos, sabiendo que nuestros interlocutores hacen lo mismo. Mentimos para sobrevivir, esperando que algún día este juego termine o aparezca una vía de escape en una tierra extranjera. Jesucristo dijo: «La verdad los hará libres». Queremos vivir en la verdad.
El monopolio y control de los medios de comunicación social hace que nadie pueda acceder a medios públicos de comunicación de modo libre. Del mismo modo, no existe, una educación alternativa. Todo niño cubano tiene la obligación de escolarizarse y acceso a la escuela, pero a un solo modelo de escuela, a una sola ideología, a la enseñanza de un único modo de pensar. Los cubanos tienen el derecho a tener alternativas educacionales y opciones para la educación del pensamiento, los padres cubanos tienen el derecho a elegir qué tipo de educación desean para sus hijos.
Es lamentable el desamparo económico que vive este pueblo, obligado por las circunstancias a mendigar la ayuda de familiares que lograron marchar al extranjero o a los extranjeros que nos visitan; a aplicar la justa compensación o a robar todo lo que puede, renombrando al robo con palabras delicadas que ayuden a la conciencia a no mostrarse en toda su crudeza. Muchas familias carecen de una economía mínimamente estable que les permita adquirir serenamente lo básico para vivir. Comer, vestir y calzar a los hijos es un problema cotidiano, el transporte público es un problema, incluso el acceso a muchos medicamentos es un problema. Y en medio de este pueblo que lucha por sobrevivir, se inserta el sufrimiento callado de los ancianos, muchas veces silenciosamente desprotegidos. ¿Cómo se puede decir que es del pueblo, el capital que el pueblo no decide qué se hace con él? ¿Cómo mantener las necesarias instituciones públicas si no se cuenta con los recursos necesarios? ¿Por qué se invita a que vengan extranjeros a invertir con su dinero y no se permite invertir a los cubanos en igualdad de oportunidades? Los cubanos tienen derecho a participar como inversores en la economía y en las negociaciones de nuestra patria.
Y a todo esto se suma la falta de libertad religiosa. La Iglesia es tolerada, pero no deja de ser vigilada y controlada. Se reduce la plena libertad religiosa con una controlada libertad de permisos de culto. Los cristianos pueden reunirse a compartir su fe, pero no les es permitido construir un templo. La Iglesia puede hacer procesiones e incluso misas públicas, pero siempre a condición de un permiso expreso de las autoridades que, de no otorgarlo, no permite apelación ni da explicación. La Iglesia puede alzar su voz en los templos, pero no tiene acceso libre a los medios masivos de comunicación y, en los escasos momentos en que esto ocurre, es siempre bajo censura. Los laicos son censurados cuando intentan aplicar a la práctica política y social su fe.
Esta dinámica social que ha resultado en Cuba, ha olvidado a la persona, su dignidad de hijo de Dios y sus derechos inalienables; casi 60 años después de que este pueblo creyera en un ideal que siempre se pospone y nunca se realiza. Cuando alguien cuestiona, cuando alguien alza la voz, sólo encuentra vulnerabilidad y exclusión.
Queremos un país donde se respete más la vida desde su concepción hasta la muerte natural, donde se fortalezca la unión de la familia y se cuide el matrimonio entre un hombre y una mujer; en el que las pensiones alcancen a nuestros ancianos para vivir; en el que los profesionales puedan vivir dignamente con sus salarios; en el que los ciudadanos puedan convertirse en empresarios y haya más libertad de trabajo y contratación para los deportistas y artistas. Los jóvenes cubanos deberían encontrar posibilidades de trabajo que les permita desarrollar sus talentos y capacidades aquí y no vean como única salida irse de Cuba.
Tenemos una legalidad supeditada a un poder, la ausencia de un “Estado de Derecho”. Se hace imprescindible la clara distinción e independencia de los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. Queremos que nuestros jueces no sean presionados, que la ley sea orden, que la ilegalidad no sea una manera de subsistir o un arma de dominio. Que nuestro Capitolio se llene de legisladores que, con pleno poder, representen los intereses de sus electores.
Nuestro pueblo está desanimado y cansado, existe un estancamiento que se resume en dos palabras: sobrevivir o escapar. Los cubanos necesitan vivir la alegría de «pensar y hablar sin hipocresía» con distintos criterios políticos. Estamos cansados de esperar, cansados de huir, cansados de escondernos. Queremos vivir nuestra propia vida.
Esta carta tiene también un propósito, que es un derecho: queremos elegir en libertad. En Cuba hay votaciones, no elecciones.
Urgen elecciones donde podamos decidir no sólo nuestro futuro, sino también nuestro presente. Ahora se nos invita a «votar», a decir «sí» a lo que ya existe y no hay voluntad de cambiar. Elegir implica, de por sí, opciones diferentes, elegir implica la posibilidad de tomar varios caminos.
Si escribimos esta carta es para evitar que un día, por alguna circunstancia, Cuba se sumerja en cambios violentos que sólo añadirían más sufrimiento inútil. Todavía tenemos tiempo de hacer un proceso progresivo hacia una pluralidad de opciones que permita un cambio favorable para todos. Pero el tiempo se acaba, apremia abrir la puerta.