Javier Orpinell: «En todos los países de nuestro entorno democrático existe el servicio religioso»
A Javier Orpinell le sorprendió la segunda guerra del Golfo a bordo del portaaviones Príncipe de Asturias, que participaba en la misión Libertad Duradera en aguas del océano Índico. Su misión en el buque era la de «acompañar, dar tranquilidad, dar paz y dar asistencia religiosa necesaria a todo el que lo solicitase». Orpinell es capellán del Arzobispado Castrense de la Armada desde 1999.
Como capellán castrense, Javier ha visto la muerte de cerca. Pero si se le pregunta por el recuerdo que permanece en su memoria, habla del «correo de un marinero» que le daba las gracias porque «usted siempre pasaba por el barco sonriendo y eso nos animaba a todos nosotros». Para el sacerdote, «esto plasma lo que tiene que ser un capellán de la armada, que tiene que ser un hombre de paz, un hombre que sabe estar próximo a la gente y un hombre que gracias a ese saber estar puede ser puente de los hombres hacia Dios».
Ahora Javier es un marinero en tierra. Desde agosto de 2010 es el vicario episcopal de la Armada y ha cambiado su camarote del buque por un despacho dentro del Cuartel General de la Armada, donde ahora recibe a Alfa y Omega.
¿Cuál es la misión de un sacerdote castrense de la Armada?
Como cualquier sacerdote castrense de cualquiera de los Ejércitos. En primer lugar, anunciar el Evangelio a la gente de las Fuerzas Armadas. Y luego también esta la parte de detectar los problemas, las necesidades que pueden tener cada uno de ellos y ser un buen compañero. Acompañarles desde la cercanía. Pero siempre aprovechando esa circunstancia para anunciar lo que llevamos dentro, que es a Cristo.
¿Cuál es el procedimiento para que haya un capellán en un buque?
De ordinario se miran aquellas misiones que tienen prioridad. No son misiones de adiestramiento, sino que son misiones de operación real. Luego, aquellos buques que demandan capellán, y que tienen un cierto número de dotación, solicitan la demanda del sacerdote y, si hay personal suficiente, se les asigna un capellán.
Ahora mismo hay un capellán en el Índico, dentro de un buque que participa en la Operación Atalanta en la lucha contra la piratería. Otro está en la Fragata Canarias en el Mediterráneo, que forma parte de la operación Sofía que lucha contra el tráfico ilegal de inmigrantes y rescata a personas del mar. Y tenemos un tercer capellán en el buque escuela Juan Sebastián de Elcano, que es crucero de instrucción de los futuros oficiales de la Armada.
¿Le ha tocado participar en alguna guerra?
Participé en la operación Libertad Duradera. En ese momento, justamente cuando estábamos navegando por el Índico, coincidió el segundo conflicto del Golfo. Se vivió un momento delicado. La dotación de un buque entraba en un riesgo grande y es cuando uno está más sensible a todos los temas, también al tema religioso, y la presencia del capellán es fundamental. Pude acompañar, dar tranquilidad, dar paz y asistencia religiosa a todo el que lo demandase.
¿Es el momento más delicado que le ha tocado vivir?
El momento más delicado es siempre cuando hay una muerte y más si la muerte se produce a bordo. Estábamos en un ejercicio de varios buques españoles. Yo iba embarcado en un portaviones y me despertaron por la mañana que por favor se requería al capellán en otro buque. Era una fragata. Me acerqué porque esa noche había fallecido un marinero. Tuve que estar ahí con la gente. Pasé dos o tres días en ese buque porque es un momento muy delicado, en el que la gente necesita hablar, necesita sentirse acompañada. Se celebró una Misa, se repatrió el cadáver. Son momentos muy delicados. No es lo frecuente, pero no es absolutamente extraordinario. Entra dentro de lo normal.
¿Qué respuesta le puede dar un capellán a un marinero que vaya a una misión de rescate y se encuentra con que hay fallecidos, quizá niños?
Yo le diría, lo primero de todo, callar y escuchar. Dejar hablar. Muchas veces lo que necesitamos los hombres es poder exteriorizar aquello que llevamos dentro. Yo recuerdo, aunque no es este caso, estando en una de esas misiones, fuimos a Yibuti, donde, a través de Cáritas castrense, estamos apoyando a un orfanato atendido por unas religiosas. Fuimos con un grupo de marineros y oficiales a llevar esa ayuda. Y cuando llegamos al barco la gente estaba tocada, porque vieron el drama de esos niños. Al llegar al barco pude atender a un cabo primero que lo único que necesitaba era llorar. Quizá no lo puede hacer con otro compañero o con ningún mando pero con el capellán puede desahogarse. Lo primero eso, dejar que la gente exteriorice lo que lleva dentro.
Y luego, dar una palabra de esperanza. Y ¿qué puedo decir? Jesús es el camino, la verdad y la vida. Y cuando nosotros sabemos ver nuestra historia desde la luz de la cruz, con la esperanza de la Resurrección, todo cambia.
¿La ocasión más bonita que recuerde en la mar?
El correo de un marinero. Yo había desembarcado ya de ese barco. Le había tratado muy poco y empecé a leer y decía: «Páter me acuerdo mucho de usted». Y yo pensaba: «serán mis predicaciones, mis celebraciones…». «Usted siempre pasaba por el barco sonriendo y eso nos animaba a todos nosotros». Y eso plasma lo que tiene que ser un capellán en la armada: un hombre de paz, un hombre que sabe estar próximo a la gente y un hombre que gracias a ese saber estar puede ser puente de los hombres hacia Dios.
¿Se puede ser hombre de paz enrolado en el ejército?
Recuerdo en un conflicto que hubo durante el pontificado de Juan Pablo II. Concretamente, la segunda guerra del Golfo. La Santa Sede escribió una carta a los capellanes que nos encontrábamos en esa zona, algunos en guerra y otros participando en distintas misiones por la zona. Y en la carta se nos hablaba de dos cosas: Primero, que el capellán siempre tiene que trasmitir ese sentimiento de paz a toda la gente. Y en segundo lugar, que el capellán tenía que ser el elemento espiritual para los hombres de la milicia. Ese es el sentido.
Y no tenemos que olvidarnos que la primera persona que confiesa que realmente Jesús era el hijo de Dios fue el centurión que estaba al pie de la cruz. Es un militar el que hace la primera confesión de fe. Realmente en la milicia, el capellán está para anunciar al príncipe de la paz a aquellos que son los centinelas de la paz.
¿Cómo está el servicio religioso en las Marinas de otros países?
En todos los países de nuestro entorno democrático existe el servicio religioso atendiendo a la realidad religiosa de cada país, ya sea Inglaterra, Alemania, Francia, Italia, Portugal, Irlanda, Austria, Polonia, EE. UU., muchos países de Hispanoamérica… Es un derecho fundamental que tenemos todos los hombres. Y el militar también tiene el derecho a ser asistido en su religión. Todos los países lo viven con normalidad y naturalidad.
Es frecuente que en una agrupación en la que participan diferentes países con sus buques, cuando llegamos a puerto, los capellanes nos encontremos para irnos a comer juntos. Se habla, nos ayudamos con los problemas que nos podemos encontrar y nos apoyamos en el servicio religioso que estamos dando cada uno en nuestro buque.
¿También hay ecumenismo marítimo?
Totalmente. Y podemos ir a comer un pastor protestante, un rabino judío. Quién sea necesario.
Última pregunta sobre la Virgen del Carmen, ¿Qué supone para un miembro de la Armada?
La Virgen del Carmen es algo muy especial para todos los hombres de la armada, creyentes e incluso no creyentes. Es la puerta que nos abre a su hijo. Tú le dices a un marinero, a un suboficial, o a un oficial de la armada: «Dame tu gorra». Le das la vuelta a la gorra y ahí está la estampa con la imagen de la Virgen del Carmen. Y el marino sabe que siempre puede mirar a alguien que le da protección y un consuelo. A ese hombre, que estará ausente de los suyos durante mucho tiempo, encontrará siempre en esa mirada materna, una gran protección.