Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo
Jueves de la 3ª Semana de Pascua / Juan 6, 44‐51
Evangelio: Juan 6, 44‐51
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré en el último día.
Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios.” Todo el que escucha al Padre y aprende viene a mí.
No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna.
Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».
Comentario
¿Dónde encontramos a Cristo? ¿Dónde lo han puesto? La vida de Cristo está escondida en Dios desde su muerte. Pero «no es que alguien haya visto al Padre». A Dios nadie lo ha visto jamás. Y lo único que atisbamos a ver de Dios fue precisamente en Cristo; porque en lo que hacía y decía vimos que Él veía a Dios: «el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre». Pero si Cristo está escondido en Dios, ¿cómo verle?
«Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado». La presencia de Dios todo lo inunda y desborda sin dejarse atrapar y contener por nada. Por eso a Dios se le ve con con el corazón, con el deseo. Dios es lo que eriza el deseo a cada instante. A Dios lo vemos cuando él nos mira. Al mirarnos nos ama, y con su amor nos atrae. Solo entonces, enamorados de Dios llegamos a experimentar a Cristo en las propias carnes: Cristo en el corazón, Cristo en la mente, Cristo en los sentidos…; pues, el hambre de Dios nos hace carne de Cristo al alimentarnos del pan: «el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».