No fue Moisés, si no que es mi Padre el que da el verdadero pan del cielo - Alfa y Omega

No fue Moisés, si no que es mi Padre el que da el verdadero pan del cielo

Martes de la 3ª Semana de Pascua / Juan 6, 30‐35

Carlos Pérez Laporta
Foto: AFP / Arun Sankar.

Evangelio: Juan 6, 30‐35

En aquel tiempo, en gentío dijo a Jesús:

«¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”». Jesús les replicó:

«En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces le dijeron:

«Señor, danos siempre de este pan». Jesús les contestó:

«Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed».

Comentario

«¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti?». ¿Qué hace hoy Jesús resucitado para que nosotros podamos creer que sigue vivo? No basta vivir del pasado. Si Jesús realmente ha resucitado, es necesario poder verlo y creerlo hoy. Los creyentes del pasado vieron acontecimientos para poder creer. ¿Y nosotros? «¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”».

De todas las obras que habría podido hacer, Cristo ha escogido la más discreta. Su obra hoy es el pan de la eucaristía: «En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». ¿De qué manera le manifiesta?Decía Chesterton que la digestión es el fundamento de la poesía; pues, detrás de la hermosura de la mujer que inspira unos buenos versos se esconden años de digestión. Si el lento crecimiento a través de la alimentación no existiría esa belleza sobrecogedora. La eucaristía no funciona de otra manera: la hermosura de una vida eterna, de una vida con un valor eterno, se despliega en la lenta digestión del cuerpo de Cristo, que da vida al mundo.