Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida
Quinto domingo de Pascua
El Evangelio de este domingo nos ofrece unos versículos del discurso de la Última Cena. Contemplada esta escena desde la perspectiva pascual, enseguida intuimos que las palabras que Jesús pronuncia nos ayudan a ir preparando paulatinamente el acontecimiento de la Ascensión y el sentimiento que éste genera en el corazón de sus apóstoles.
Desde el primer momento, como hemos podido escuchar, Jesús intenta animar a sus discípulos. Aquel ánimo se prolonga en la Historia y hoy se convierte en una invitación para nosotros. Muchas veces nuestro corazón, como el de los discípulos, se turba ante los distintos avatares que nos presenta la vida. Nos preguntamos por el rumbo que es preciso tomar. En nuestra cultura actual, son muchas las invitaciones que recibimos para tomar una dirección u otra. Son cuestiones de fondo, que despiertan en nosotros una viva nostalgia de la dimensión espiritual de nuestra existencia. A estos interrogantes Jesús ya contestó cuando afirmó: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».
Hoy nos corresponde a nosotros la tarea de volver a proponer, con la fuerza de nuestro testimonio, ese anuncio determinante. Es un gran reto que ayudará a nuestros contemporáneos a descubrir el verdadero rostro de Cristo o, lo que es lo mismo, a hallarle y seguirle; descubrir que sólo en Él se encuentra la plenitud de las aspiraciones humanas.
Mostrar el camino hoy, supone romper con algunas cosas que descubrimos fundamentales para nuestros contemporáneos y, en ocasiones, para nosotros mismos: el poder del dinero, el éxito a cualquier precio, el bienestar como fin último, la preocupación por lo inmediato o el egoísmo insolidario son incapaces de llenar plenamente el corazón humano. Por eso el hombre se pone en búsqueda. Y lo que es más importante: es Dios quien nos busca a nosotros, sale a nuestro encuentro. Encontrar nuestro camino significa querer dar una respuesta a nuestras necesidades, a nuestros interrogantes, a nuestra Búsqueda. Significa salir al encuentro de un Dios que nos busca con un amor tan grande que difícilmente logramos entender. Este encuentro con Dios se realiza en Jesucristo. En Él, que ha dado la vida por nosotros, en su humanidad, experimentamos el amor que Dios nos tiene. ¡Él es el Camino que nos conduce al Padre!
La experiencia nos muestra que se reproduce en nosotros el sentir de aquellos discípulos que se encontraron con Jesús camino de Emaús. Como ellos, nos sentimos incapaces con nuestras fuerzas de recorrer ese camino apasiónate, exigente y liberador que nos propone el amor de Dios. Por eso, Jesús desea acompañarnos como acompañó a aquellos hombres. El nos muestra la dirección a seguir con el testimonio de su entrega y la fuerza de su palabra.
Todo ello, en palabras de Jesús, nos invita a descubrir nuestro destino definitivo: la casa del Padre. Para alcanzar esa meta solamente hay un camino: Cristo, camino al que el discípulo ha de ir conformándose de modo progresivo. Dejar que Cristo viva en nosotros. Ése es el sentimiento que se debe engendrar en nuestro corazón en este tiempo de gracia que es la Pascua.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
«No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, si no, os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice: «Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde: «Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre, y nos basta».
Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, Él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.
Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre».