Yo estoy siempre con vosotros - Alfa y Omega

Yo estoy siempre con vosotros

Medio centenar de obispos, ochocientos congresistas, miles de fieles en los diversos actos públicos y un centenar de sacerdotes han desvelado, durante cuatro días en Toledo, el secreto de la Eucaristía, que no es otro que el cumplimiento diario de la promesa que el Señor nos dejó antes de subir al cielo: Yo estoy siempre con vosotros, todos los días hasta el fin del mundo. Del mismo modo que Él nos acompaña, este Sacramento nos apremia a mirar al prójimo con ojos de amor, porque una Iglesia eucarística es, ante todo, una Iglesia misionera

Cristina Sánchez Aguilar
Puerta del sagrario del altar de San José, en la iglesia de San Ildefonso, de los jesuitas, en Toledo.

Del mismo modo que el pelícano se abre el corazón con el pico para alimentar a sus crías con su sangre, en el sacrificio incruento de la Eucaristía, el Señor nos da el alimento de su Cuerpo y de su Sangre para realizar el mayor acto de amor al mundo: hacernos partícipes de su victoria.

Han sido cuatro fructíferos días, sobre todo para los jóvenes, ya que el lema es un guiño de cara a la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid 2011: Me acercaré al altar de Dios, la alegría de mi juventud. Alegría transformada en un don que, como dijo en la homilía de clausura el cardenal Angelo Sodano, legado pontificio en el congreso, no es para que nos la quedemos nosotros, sino para contarla al mundo entero. «Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera» y, como también señaló el cardenal Sodano, «la Eucaristía nos lleva a que seamos pan partido para el servicio de todos. Nos invita a comprometernos con todos nuestros hermanos para afrontar los desafíos actuales y para hacer de la tierra un lugar en el que se viva como hermanos en Cristo».

Por eso, en el congreso se ha tenido muy en cuenta los frutos sociales de la Eucaristía. Ya lo decía Benedicto XVI en su exhortación apostólica Sacramentum caritatis: «Gracias al Misterio que celebramos, deben denunciarse las circunstancias que van contra la dignidad del hombre, por el cual Cristo ha derramado su sangre, afirmando así el alto valor de cada persona».

La Misa apremia a mirar al pobre

Porque Dios es Amor, y así lo recalcaba don Vicente Altaba, delegado episcopal de Cáritas Española, en una mesa redonda sobre el Sacramento de la Caridad y el compromiso apostólico. Más convencidos que esta institución de la dimensión fundamental de la caridad eucarística no hay nadie: instituyeron su día grande hace 50 años, en la solemnidad del Corpus Christi. Don Vicente concluyó su ponencia mostrando un cartel donde Cáritas anunciaba, hace años, el Día de la Caridad: Ir a Misa para vivir la fraternidad y salir de Misa para olvidarla no es cristiano, porque «no se puede recibir el Cuerpo de Cristo y sentirse alejado de los que tienen hambre y sed, de los que sufren el paro, de los enfermos…», concluyó. Doña Myriam García Abrisqueta, presidenta de Manos Unidas, afirmó en la misma mesa que «ningún proyecto económico, social o político puede sustituir el don de uno mismo a los demás. El sacramento de la Eucaristía apremia a mirar al pobre con amor».

¿Cómo hacerlo? Acudiendo a Misa no sólo los domingos porque toca, sino cada día, para recibir a Jesús Sacramentado, pero siendo plenamente conscientes de la Gracia que recibimos y sin olvidar, cuando salimos por la puerta y vemos a la persona que, con su dignidad por los suelos, nos suplica unos céntimos para comer, que acabamos de recibir la Comunión y somos, por lo tanto, portadores de su Amor para con los más necesitados.

Un momento de la Eucaristía de clausura en la catedral primada, presidida por el Legado Pontificio, cardenal Angelo Sodano.

Toledo recibía por segunda vez un Congreso Nacional Eucarístico, vestido de fiesta en sus calles y balcones, previo aviso también de la llegada de la fiesta grande de la ciudad, la solemnidad del Corpus Christi. Por esas calles empedradas y flanqueadas por banderolas, la noche del jueves salían en procesión, desde el Seminario Mayor hasta la catedral primada, multitud de obispos y sacerdotes —entre ellos, el cardenal arzobispo de Madrid, don Antonio María Rouco, y el cardenal Antonio Cañizares, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos—, seguidos por los congresistas que iban llegando a la ciudad y los fieles que quisieron acompañar a la comitiva. Cada uno portaba un cirio encendido, símbolo de la luz que la Eucaristía inyecta en la vida. Los presbíteros allí congregados renovaron esa noche las promesas sacerdotales, por coincidir con la festividad de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Don Antonio María Rouco, en la homilía pronunciada durante la celebración de las Vísperas en la catedral, recordó la importancia del sacerdocio, «especialmente en estos tiempos nuestros tan tocados de desaliento, escepticismo y tristezas» y alentó a los presbíteros a «ser ministros de la alegría auténtica, animando y acompañando a nuestras comunidades cristianas en un renovado acceder con el corazón abierto al amor del Sagrado Corazón de Jesús, presente en la Eucaristía».

No somos peatones de las nubes

Esta procesión nocturna de fieles, acompañando a sus pastores, fue el preludio de la ponencia que monseñor Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid, impartió el viernes sobre Eucaristía y unidad de la Iglesia, en la que afirmó que «recibir la comunión significa estar reconciliados con la Iglesia», y, por lo tanto, es «el Sacramento de la unidad». También, subrayó el prelado, «recibimos el Cuerpo del Señor para ser fraternidad y solidaridad en medio del mundo. ¿Cómo al celebrarla no nos vamos a acordar de que tantas familias tienen ahora el pan de cada día casi improbable?». En posterior rueda de prensa, monseñor Blázquez reconoció que la Iglesia «tiene un orgullo sano por cómo se comportan los hermanos en la fe», destacando la labor de Cáritas. «El cristianismo es muy realista, no somos peatones de las nubes. Continuamente vivimos con personas que sufren», afirmó.

La iglesia de Santa María la Blanca acogió, la noche del sábado, una vigilia de Acción de Gracias por la Iniciación Cristiana, en la que el arzobispo de Toledo, monseñor Rodríguez Plaza, apremió a no olvidar que «la Eucaristía no sólo es don, sino presencia real de Cristo. Una intensa oración y contemplación se nos pide ahora, asombrados por lo que con nosotros ha hecho el Señor». Y tan suyas hicieron estas palabras los presentes, que, a las tres de la madrugada, la catedral primada, con el Santísimo expuesto, aún estaba llena de gente.

La alegría de la juventud

Para acercar la Eucaristía a los jóvenes, don Raúl Tinajero, Delegado de Juventud de la diócesis toledana, afirmó que la clave está en que «no se trata de hacer cosas estratosféricas, sino vivirla en profundidad. Las generaciones futuras tienen un deseo innato de rebeldía, de buscar un mundo nuevo lleno de esperanza. El primer paso es que descubran que lo tienen y, el segundo, que sepan que la felicidad plena sólo se consigue en este mundo en Jesucristo. Y para llegar a Él hay que acceder a través de la Eucaristía». Los jóvenes estaban representados en el Congreso por una cincuentena de voluntarios de la diócesis de Toledo, que cada día se encargaron de que todos los congresistas se encontrasen como en su propia casa. Desde la primera noche acreditando a las personas que iban llegando, hasta colocarse estratégicamente en el Ayuntamiento o en la plaza de Zocodover, para aquellos despistados que anduviesen algo perdidos. Es así como se da la vida por el otro, en los más mínimos detalles.

Eucaristía, escuela para la vida

Monseñor Javier Martínez, arzobispo de Granada, participó el sábado en el congreso, con la ponencia La Eucaristía, escuela para la vida. En ella, subrayó las tres dimensiones de la vida cotidiana del hombre en la que la Eucaristía es la base fundamental.

La primera, la Eucaristía, como escuela de matrimonio y de familia. Para el arzobispo, «tiene un carácter nupcial y esponsal, porque es la consumación de una alianza. El Señor creó el matrimonio para que pudiéramos entender cuál era la unidad que Él quería tener con nosotros en la Eucaristía». Unión no sólo entendida a través de la vocación matrimonial; también de la vida consagrada: «Una chica normal, que es de donde tienen que salir las vocaciones, está hecha para casarse, para un amor que sea capaz de llenar su corazón de mujer. Si no se le habla jamás de Cristo como esposo, si no se ve en las caras de las religiosas ese gesto inequívoco de una mujer estupendamente casada, da lo mismo que pongáis una delegada vocacional, dieciséis objetivos de promoción… No sirve para nada». Lo mismo, según don Javier, ocurre con los sacerdotes: «Las personas tienen que reconocer en un sacerdote que los ama como Cristo los ama, que da la vida por ese pueblo. Cuando los chicos ven eso, hacen falta pocas campañas sacerdotales».

Otro aspecto es el de la Eucaristía, como escuela de negocios, «el mejor negocio del mundo y el único que funciona», según el arzobispo de Granada, quién señaló que la causa de la crisis que asola nuestro país es «el déficit de humanidad, justamente lo que Cristo nos da como tesoro. La respuesta a la crisis no es pensar un sistema que permita que la crisis desaparezca por arte de magia, sino que significa un sujeto social compuesto por personas que tienen las razones para vivir de otra manera y que empiezan, libremente, a vivir así. Y esto se consigue en la Eucaristía, entendida como luz».

La tercera y última vivencia es la de la Eucaristía, como escuela de ciudadanía. Según el arzobispo de Granada, «no somos nada sin ese pueblo donde el pan que me alimenta es el Hijo de Dios, pueblo que no tiene la forma de un Estado, cuyo poder no es de los poderosos de este mundo. Es un pueblo cuya característica es la Cruz. Si renunciamos a ser ese pueblo, no podremos resistir las tendencias hacia el totalitarismo que tienen los Estados modernos, y la Iglesia desaparecerá paulatinamente, sin dolor. O sobrevivirá, pero como sobreviven las ideologías, a base de fuerza de voluntad y de luchar. Somos un pueblo, somos el cuerpo de Cristo», concluyó.