«Que Cuba se abra, con todas sus magníficas posibilidades al mundo, y que el mundo se abra a Cuba». «Ustedes son y deben ser los protagonistas de su propia historia personal y nacional». «Que Cuba pueda disponer del espacio necesario para seguir sirviendo a todos en conformidad con la misión y las enseñanzas de Cristo».
Son tres frases del primer discurso de Juan Pablo II en La Habana, ante el líder máximo, Fidel Castro, pronunciadas al cierre de esta edición de Alfa y Omega. Son, a la vez, una radiografía y un programa irreversible. En Cuba ya ha empezado el después. No hay quien lo pare, y Castro es el primero en saberlo. Allá él si se equivoca en su intento de aprovecharlo, pero si siempre Castro ha sido una cosa y el pueblo de Cuba otra, a partir de ahora es y va a seguir siendo así más que nunca. Juan Pablo II, al besar la tierra que le ofrecían dos niños y dos niñas cubanos, ha visto sin duda un futuro diferente para esos niños y para esa querida tierra.
Con ser absolutamente nítidas y determinantes las palabras del Papa en el aeropuerto de La Habana, tal vez hayan sido todavía más explícitas las que, lucidísimamente, pronunció en el avión que le llevaba a Cuba, a preguntas de los periodistas y en una improvisada rueda de prensa. Allí dijo que «la revolución de Cristo es la del amor, y la de Castro y la de Lenin, la del odio y la de la venganza». Allí dijo a los Estados Unidos que «su actitud hacia Cuba debe cambiar». Fidel Castro interpretará estas palabras como un triunfo personal, pero el Papa piensa en el pueblo cubano, no en el éxito del dictador. Y allí dijo, no una, ni dos, sino hasta tres veces, ante toda la prensa internacional, otra frase clave: «Quien viva, verá».
Es evidente que Juan Pablo II no espera un viraje en Cuba de la noche a la mañana, pero es perfectamente consciente, primero, de que el único que puede preparar el después de Castro es Castro, y segundo, de que ese viraje no hay quien pueda evitarlo: Quien viva, verá, y tal vez no haga falta que los niños que le dieron a besar tierra cubana cumplan muchos años más para que puedan verlo…
Está clarísimo que la Iglesia no quiere mirar atrás, en Cuba, sino perdonar viejos agravios y ayudar a los cubanos a ser protagonistas de su propia historia, y hacer revivir en ellos la fe heredada y adormecida. El dictador cubano es lo suficientemente listo y hábil como para decirle a su pueblo que se eche a la calle para acoger al Papa, porque sabe que su pueblo se habría echado a la calle igual, aunque él no hubiese dado la orden de partido; pero quizás no es tan inteligente como algunos se creen. Lo demuestra el hecho inaudito de haber lanzado ante un Papa paciente y ante las cámaras de televisión de todo el mundo un mitin panfletario, descarado, cínico y, por si fuera poco, indocumentado, desmentido ya por las primeras palabras del Papa: «Aquí guardáis la Cruz desde hace 500 años»… No hay vida —ni siquiera la de las dictadores— que cien años dure. Los políticos cuentan por años. La Iglesia mide con medidas de eternidad. Quien viva, verá.