Y por fin Martina conoció a Francisco
El sueño de la familia Polimeno era que Martina, con una enfermedad genética, fuese bendecida por el Papa. El pasado 22 de junio se encontraron
Tiene 17 años, aunque su cuerpo es más o menos el de una niña de 8. Cuando nació, en 2005, en el pequeño pueblo de Cuatrofiano, en el Salento italiano, sus padres notaron rápidamente que algo no iba bien. «Los primeros años fueron realmente difíciles; la niña se ponía enferma continuamente, cuántas noches hemos tenido que salir corriendo al hospital», rememora su padre, Rocco Polimeno. Fueron visitas interminables a médicos, a neurólogos, a diversos hospitales. Hasta que llegó el diagnóstico: una grave enfermedad genética. «En estas circunstancias uno se hace mil preguntas», asegura su padre. Su mujer, Patrizia, y él tuvieron una educación católica, «incluso yo era monaguillo en mi parroquia, pero no escondo que la fe en estos momentos empezó a vacilar». Fue gracias a la ayuda y al acompañamiento de su párroco como lograron sostenerse en Dios. «Con su ayuda y la de nuestra fe encontramos la fuerza y la serenidad».
El anhelado diagnóstico fue solo un objetivo más alcanzado. Ahora tocaba enfrentarse al día a día de la dependencia total de su hija. Patrizia es una madre admirable. Se dedica en cuerpo y alma, todos los días de su vida, a la niña. «La acompaña a su escuela, a la terapia, la lleva al mar, a la piscina… y todo dando gracias a Dios por tener la fuerza suficiente para afrontar esto».
Uno de los grandes sueños de esta humilde familia era que su hija, la niña de sus ojos, de la que no se separan ni a sol ni a sombra, fuese bendecida por el Santo Padre. Un hombre bueno, Paolo de Micheli, familia de Rocco y vecino del pueblo, empezó a mover los hilos para este deseado encuentro. Pero en medio del proceso falleció, aunque «él es un ángel que nos ha traído hasta aquí», como aseguró Polimeno nada más pisar la plaza de San Pedro, la mañana del pasado miércoles, 22 de junio. Fue realmente gracias a su intercesión, a través de su hijo, como el Papa Francisco tuvo conocimiento de la existencia de la pequeña Martina. A través de Alfa y Omega Vincenzo de Micheli hizo llegar una carta al Santo Padre en la que le pedía un minuto de su tiempo para recibir a la familia. El Pontífice tardó menos de una semana en encargar a uno de sus secretarios que contestaste afirmativamente a la propuesta.
Trasladar a Martina desde Cutrofiano no es tarea imposible, pero tampoco sencilla. Cerca de diez horas de trayecto, con interminables paradas, un sol a plomo y algunas molestias en la tripa del cambio de alimentación. Pero la sonrisa se instaló en la cara de los tres desde las siete de la mañana y era ya la tarde, mientras buscaban las fotos del encuentro en la sede vaticana donde se recogen las instantáneas, y las lágrimas seguían cayendo por el rostro de estos padres. «No tengo palabras para describir lo que hemos sentido», explicaba Patrizia. Martina sonreía. La mano de Francisco sobre su rostro, su caricia en el pelo, su sonrisa de padre, no serán fáciles de olvidar. «Tengo miedo de que llegue el día de que no me acuerde de esto», dijo Rocco. Permítanme dudarlo.