El Papa Francisco nos sorprendió hace unas semanas con la noticia de que en la Asamblea Sinodal del próximo octubre habrá presencia de laicos y mujeres y podrán votar.
Mi valoración sobre este paso es muy positiva. Muy sorprendente: lo esperaba en algún momento, sin tener idea de cuándo sería, pero ahora me ha llenado de alegría. Francisco va haciendo cambios paso a paso para ayudar a que la Iglesia vaya siendo enteramente sinodal en su ser y en su actuar.
Por una parte, lo considero coherente con el proceso sinodal que estamos viviendo, un Sínodo con elementos nuevos respecto a los anteriores y más inmediatos. Esta novedad radica, entre otros elementos, en una invitación universal al pueblo de Dios. Incluidas personas creyentes e increyentes.
Por tanto, la posibilidad de participar en la asamblea sinodal y de tener voz y voto mujeres y laicos, es congruente, como digo, con el Sínodo sobre la sinodalidad. Porque el discernimiento, la escucha, el encuentro, la reconciliación, no pueden hacerse prescindiendo de una gran parte de la comunidad eclesial. Se hace más real la participación, comunión y misión, ejes centrales del Sínodo.
Creo que es un paso histórico que implica un cambio fuerte respecto a cómo estábamos viviendo nuestro ser eclesial, manteniendo quizá un poco en el olvido lo que ya el Concilio Vaticano II nos dejó como herencia de un modo distinto de ser y sentirnos Iglesia.
Sí. Es una nueva puerta abierta que abrirá otras más si caminamos a la escucha del Espíritu que habla también en los gritos, susurros y silencios de nuestro mundo y que nos dará la creatividad necesaria para encontrar las respuestas oportunas.
¡Muchas gracias, hermano Francisco!