Y Antonia María dejó la Corte para servir a las prostitutas
Las oblatas celebran bicentenario del nacimiento de su fundadora, Antonia María de Oviedo y Schönthal. Fue preceptora de las hijas de la reina, labor que abandonó para acoger a mujeres abocadas a la prostitución
«Antonia María de Oviedo y Schönthal fue una mujer que marcó estilo en la diferencia», afirma la oblata Marisa Cotolí, sobre la fundadora de su congregación, de la que este año celebran el bicentenario de su nacimiento.
Antonia María nació el 16 de marzo de 1822 en Lausana (Suiza), hija de Antonio de Oviedo, natural de Sevilla, y Susana Schönthal, de Lausana. Cuando tenía 16 años, los marqueses de la Romana le confiaron la educación de su hija Rosalía Caro Álvarez de Toledo, que más tarde fue duquesa de Medina Sidonia. Fueron dos años en los que Antonia vivió entre Ginebra, Milán y Florencia.
Con esta experiencia a sus espaldas, a los 18 años abrió un pensionado para jóvenes en Friburgo y, seis años después, el embajador de España en Berna solicitó sus servicios como preceptora de las tres hijas de la reina María Cristina de Borbón. Hasta 1860, Antonia vivió dedicada al trabajo educativo de las infantas Amparo, Milagros y Cristina. Con ellas desplegó el rico bagaje cultural que recibió en su familia, su amplia formación y una sensibilidad especial para el arte, la música, la literatura y los idiomas, además de la sólida fe que la caracterizó desde pequeña.
En Madrid se reencontró con obispo administrador apostólico de Perth (Australia), el español José María Benito Serra, a quien había conocido ya en 1849. Junto a él empezó a colaborar en la atención a las prostitutas enfermas que albergaba el Hospital de San Juan de Dios. Allí conoció la penosa vida que llevaban estas mujeres y se propuso que tuvieran la oportunidad de llevar una vida distinta. Así, el 1 de junio de 1864, siempre junto al padre Sierra, abrió en Ciempozuelos (Madrid) la primera casa para estas mujeres.
En 1870 fundaron una nueva congregación religiosa, con el nombre de Oblatas del Santísimo Redentor, en la que Antonia María profesó tres años más tarde con el nombre de Antonia María de la Misericordia.
A partir de ese momento, Antonia María abrió nuevas casas –hasta 15– en multitud de ciudades de toda la geografía española. Cuando murió, el 28 de febrero de 1898, en Ciempozuelos, su fama de santidad era ya tan grande que fueron muchos los que empezaron a notificar gracias y favores atribuidos a su intercesión. Hoy, después de algunos años detenida, su causa de canonización sigue en marcha a la espera del informe médico de un posible milagro que facilitaría su pronta beatificación.
Mujeres sin derechos
Antonia María vivió en el siglo XIX, «un período muy restrictivo para las mujeres», afirma la oblata Marisa Cotolí, vicepostuladora de la causa de su fundadora y miembro de la comisión que ha organizado este Año Jubilar, pues «si ser mujer siempre ha sido complicado, en esa época en España había una considerable ausencia de reconocimiento de sus derechos».
Lo decisivo en Antonia María es «la apuesta que hizo y que cambió su vida, por acompañar a mujeres que estaban en la prostitución forzada», dice Cotolí. En el Madrid de aquellos años «había muchas mujeres que habían salido de su casa en los pueblos para buscarse la vida y habían acabado en la prostitución».
Este tipo de explotación estaba tan institucionalizado que estas mujeres estaban obligadas por las autoridades a sacarse una cartilla especial que las identificaba como prostitutas, para tener sobre ellas un control sanitario. «Era muy complicado salir de ahí –asegura la oblata–, porque para la mayoría esa era la única salida posible que veían a la vida».
Un amor sin límites
«Tenemos por delante un año para contagiarnos de la fe de Antonia María y celebrar su gran hazaña: disponerse para lo que Dios quiso de ella», afirmó el sábado Lourdes Perramón, superiora general de las oblatas y vicepresidenta de la CONFER, durante la apertura del Año Jubilar con el que la congregación celebra el bicentenario de su nacimiento, que lleva por lema Vivió lo que creyó. Anunció lo que vivió.
Para Perramón, Antonia María de Oviedo y Schönthal «creyó en las mujeres», algo muy sorprendente en el contexto de su época «y que supuso un gran cambio con respecto a su trayectoria previa como educadora de las infantas». Sin embargo, este giro en su vida «se debió precisamente a su vocación pedagógica», lo que le llevó a apostar por las mujeres «más allá de los prejuicios y del rechazo social» que sufrían en ese tiempo aquellas que se dedicaban a la prostitución.
Pese a ello, la fundadora de las oblatas «les ofreció paciencia, ternura, confianza y misericordia», abriendo para ellas «el camino de una nueva vida con la pedagogía del amor».
Ese impulso «venció obstáculos, precariedad y escasez en todos los inicios de su obra en las diferentes ciudades de España». Antonia María «creyó firmemente en este proyecto que configuró toda su vida», aseguró Lourdes Perramón. Y ese deseo «no se quedó en palabras o en teorías, sino que Antonia María lo anunció con su vida, con lo que ella misma se hizo anuncio y Buena Noticia para el mundo».
Hoy, 200 años después de su nacimiento, las oblatas están presentes en 15 países de todos el mundo, favoreciendo el desarrollo integral y la autonomía de las mujeres que ejercen prostitución o se ven sometidas a situaciones de exclusión y de injusticia. Por delante queda un año, como afirma Marisa Cotolí, «para dar a conocer la vida de una mujer que vivió el amor sin límites».
El sábado se abrió el Año Jubilar con un encuentro virtual y se proyectó el vídeo ganador del concurso 200 años con Antonia María
El 17 y el 18 de septiembre tendrá lugar una jornada virtual de formación y reflexión sobre ella
En marzo de 2023 habrá un encuentro presencial en Ciempozuelos y se estrenará la película sobre su vida